Sesión de control parlamentario, la penúltima de la Legislatura, bronca e inútil para el país. Estamos en campaña y aquello más parecía un debate de bajura en televisión, un conjunto de mítines de sal gorda, que un acto en un Legislativo que se respete. Nuestros representantes se llamaron de todo, se acusaron de todo, exageraron, deformaron –alguno—la verdad, porque la exageración es una forma, quizá sutil, de mentira.
Pregunté a un relevante socialista sobre su calificación del ‘arranque’ del presidente Sánchez en esta campaña aún no oficializada, pero ya trasladada a todos los campos, incluyendo el ya célebre libro del inquilino de La Moncloa, que era de lo que todos hablaban: del colchón. A él tampoco le había gustado, aunque algún insensato también me dijo: “va estupendamente, porque en campaña lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien; que se rían con el libro, a ver quién ríe el último”.
Ese colchón constituyó nada menos, dice el libro de Sánchez/Lozano, la primera decisión presidencial al pisar suelo monclovita: cambiarlo para que nada quedase del anterior habitante del palacio de los falsos mármoles. No hay que dormir, por lo visto, en la cama caliente del rival. “Empaquete el colchón, porque tendrá que sacarlo en dos meses”, le dijo, ingenioso él, Pablo Casado, anunciando ya la victoria del PP en las cercanas urnas. Quizá esté vendiendo la piel del oso (y el colchón y hasta el somier) antes de cazarlo, digo yo.
Pido perdón a los lectores por utilizar tanto la misma palabra en una crónica. Ya sé que esta repetición va contra todos los cánones de la literatura periodística. Pero es que los cánones del castelarismo tampoco aconsejan hablar de colchones, que es utensilio que sirve para dormir y para más cosas, como último argumento parlamentario. A tanto llegó la cosa que, mientras Sánchez salía del hemiciclo a toda velocidad por los pasillos, perseguido por un enjambre de nosotros, la sufrida turba de cámaras y micros, una colega, malévola, viperina, le lanzó esta pregunta que, como las demás, no obtuvo respuesta: “Presidente, ¿cree usted que tiene un colchón de votos suficiente?”.
Claro que, a Casado, alguien de la misma turba, agotados desde el silencio en las repuestas los recursos a lo trascendente –se acaban de cargar los de Podemos el Pacto de Toledo, sin ir más lejos; y ‘el juicio’ ahí sigue—le interrogó: “señor Casado, ¿ha leído usted el libro?”. Huelga decir a qué libro –me resisto, resistente yo también, a citarlo, para no hacer más publicidad a un episodio propagandístico que no me gusta—se refería. Hay otros libros, cada día salen decenas, pero parece que en estos momentos solo exista este volumen.
Salí del Congreso de los Diputados, y no era la primera vez, angustiado ante la insoportable levedad del ser de la política española en general y de nuestro parlamentarismo en particular. Nos queda una sesión de control al Ejecutivo por parte del Legislativo antes de que este se disuelva para correr hacia las elecciones. Tiemblo solamente de pensar en los desmanes que el segundo de los poderes definidos por Montesquieu, un poder que es el arquitrabe de la democracia, puede sufrir en estos siete próximos días.
Mi temblor se acrecienta al avizorar lo que de empobrecedor para la vida política pueda tener esta campaña, si las cosas siguen por este camino. Así, me temo que las elecciones no nos servirán de nada, y habrá que repetirlas –muchos diputados lo piensan, me dijeron—allá por el otoño. Y eso sí que no debe suceder. Que, al menos, eso nos lo eviten, ya que tenemos que asistir a este bochorno parlamentario, que es lo único para lo que en esta Legislatura atroz han quedado nuestras Cortes.
fjauregui@educa2020.es
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