Culminando una aciaga mañana parlamentaria, en la que los diputados nacionalistas y separatistas catalanes abandonaron -quién sabe si para siempre- el hemiciclo, Pablo Iglesias se marchaba de una especialmente bronca y tensa sesión en el Congreso de los Diputados diciendo que «es una vergüenza que en España haya presos políticos». Se refería a la detención, minutos antes, de algo más de una docena de personas en los registros practicados por la Guardia Civil en siete consellerías de la Generalitat. Unos registros y detenciones que llevaron a airadas manifestaciones en Barcelona y al citado abandono del Legislativo por parte de los parlamentarios de Esquerra y del PdCAT. Se consumaba una ruptura, el Parlamento español vivía sus momentos de mayor tensión desde el 23-F, el tic-tac fatídico del reloj avisaba de que solo quedan diez días para ese 1 de octubre en el que puede ocurrir cualquier cosa… y entonces llegó Pablo Iglesias y mandó parar.
Habría mucho que discutir acerca de si los detenidos este miércoles en Barcelona, uno de ellos el ‘número dos’ del vicepresidente Oriol Junqueras, pueden recibir la denominación de ‘presos políticos’ por haber vulnerado la ley que impide actos preparatorios del ilegal referéndum secesionista del 1-O. Recuerdo que algunos -que dicen simpatizar ahora con la ‘causa catalana’–, entre ellos Arnaldo Otegi, decían en Euskadi que los detenidos de ETA, por secuestrar y matar, eran ‘presos políticos’. No lo eran. Estos me parece que tampoco lo son, aunque ahora el líder de Podemos, secundando lo que dicen los separatistas y sobre todo la CUP, así quiera calificarlos.
«Si Puigdemont no hubiera convocado un referéndum ilegal y Junqueras no hubiera dicho que se iba a saltar las leyes, no estaríamos viviendo esto», decía, mientras tanto, un atribulado Albert Rivera, a quien muchos reprochaban ayer la ‘ocurrencia’ de haber presentado una iniciativa parlamentaria de apoyo incondicional al Gobierno de Rajoy en la actual coyuntura de peligro para la unidad territorial.
Quizá fue esta una idea extemporánea, porque obligaba a los socialistas, hasta casi ayer instalados en el ‘no, no y no’ a Rajoy, a hacer una declaración explícita de respaldo al Ejecutivo de La Moncloa. No está la cosa ni para ocurrencias ni para florituras parlamentarias, después de que el diputado de ERC Rufián, superándose a sí mismo y antes de dar el portazo, exigiera, aún desde su escaño, a Rajoy que «quite sus sucias manos» de las institucionales catalanas. La temperatura parlamentaria no podía subir más. Y, ya digo: entonces, encima, lo de los presos políticos.
Ya nadie hace caso a las palabras sensatas y que llaman a la calma, sean de quien sean, de Rajoy, de Rivera o de la mayor parte de los socialistas, amén de algunos parlamentarios minoritarios, como los canarios; el Parlamento se ha abierto en canal, y Podemos ha optado claramente por sumarse a la insurrección: los detenidos por violar la ley son ‘presos políticos’ es su último recurso para epatar los titulares.
Mala elección la de Pablo Iglesias, que prefiere salir en los titulares a retener a la mayor parte de sus electores disgustados por la deriva que la Generalitat está imprimiendo al ‘procés’, una pura sedición que acabará mal. De acuerdo, puede que la actuación de Rajoy y su equipo no esté dando frutos, puede que esté siendo parcialmente desacertada, seguro que ha faltado flexibilidad y diálogo; pero no seré yo quien ahora culpe ‘a Madrid’ (es decir, al Gobierno central) por tener que tomar medidas que atajen esta carrera sediciosa hacia la locura.
Comprenderá usted que, en la actual tesitura, en la que todos tenemos que definirnos, me quede con la calma, incluso admirable, puede que suicida, de un Rajoy que a mí me tiene inquieto, antes que con el volatín apresurado, gratuito, demagógico, de Iglesias. No sé si él sabe lo que es un preso político y qué clase de regímenes son los que los producen. Yo sí, y ni este país ni este Gobierno, sin duda tan criticable por otros muchos motivos, están entre ellos. Seguimos viviendo en una democracia, que ahora tiene que hacerse respetar, pero nunca lo hará a base de encarcelar a ‘presos políticos’, como, en muy otras circunstancias, hubo de hacer la República en 1934. ¿Sabe Pablo Iglesias que de aquello han pasado ochenta y tres años y que todo, todo, ha cambiado?
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