Ignoro, claro, qué va a ocurrir cuando, este martes, Mariano Rajoy convoque a los dirigentes de su partido. Pero la cosa tiene mala pinta: en el PP parecen empeñados en despeñarse por la senda del error. Votando en el Senado, por ejemplo, contra los Presupuestos que ellos mismos aprobaron y que ahora los socialistas defienden cuando tanto los combatieron: todo con tal de fastidiar a los “traidores” nacionalistas vascos, con los que el Gobierno de Mariano Rajoy se mostró tan pródigo a cambio del apoyo del PNV para aprobar esos Presupuestos que ahora, dicen que para mejorarlos, los ‘populares’ se quieren cargar. Y esta incoherencia presupuestaria no es, desde luego, el único indicio de que en el PP la aguja de marear se ha imantado hacia la locura.
Los aplausos al increíble discurso con el que el portavoz parlamentario del Grupo Popular, Rafael Hernando, cerró, airado, la sesión de investidura en la que Mariano Rajoy fue destronado por Pedro Sánchez, me inducen a pensar que algo no va bien en la táctica, ni en la estrategia, del Partido Popular. ¿Cómo se puede aplaudir y respaldar un parlamento en el que se calificó de ‘golpe de Estado’ y de ‘fraude’ el resultado y la mera presentación de la moción de censura contra Rajoy? O ¿Cómo se puede no criticar desde el propio partido la prolongada ausencia, ejem, de Rajoy del hemiciclo en una sesión en la que se le censuraba formalmente?
El PP tiene que dejar de ser una formación cesarista. Lo fue con Fraga, cuando aquello era todavía Alianza Popular; lo fue, desde luego, con José María Aznar. Y lo ha sido, en grado superlativo, con Rajoy, que ha segado cualquier hierba sucesoria que creciese bajo sus pies. Hace tiempo que, desde muchos círculos –aunque ninguno de los dirigentes del PP, al menos en público—, le susurraban a Rajoy que debía empezar a preparar ordenadamente su relevo; que cuarenta y dos años en el coche oficial son muchos años; y que al frente de la gran formación conservadora, sin duda la más numerosa, organizada y cohesionada del país, hacía falta ya una figura más joven, más reformista, más inclinada al cambio, con otro talante y diferente talento. Que no digo yo que Rajoy no lo tuviese, sino que lo tenía más abocado al cierre de filas que al avance y conquista de nuevas parcelas regeneracionistas.
Me dicen que Rajoy piensa seguir un tiempo, ahora sí ordenando las cosas para un futuro, no lejano, en el que él no estará. Llega muy tarde: esta vez le ha fallado su mágico ‘timing’. Sabe que no podrá ser el cabeza de cartel para las próximas elecciones, sean cuando sean, y creo que asume que será el presidente de la Xunta gallega, Alberto Núñez Feijoo, una persona que tiene cualidades que a Rajoy le faltan, quien más probabilidades tiene de sucederle. Los demás que sonaban, comenzando por la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, enfrentada a la dirección del partido, que representa María Dolores de Cospedal, saben ya que su vida política quizá esté llegando a su fin.
De ahí la importancia de este primer cónclave del PP tras la derrota. Hacen falta caras nuevas, que no son las de la mayoría de los vicesecretarios que tan fuerte pisaban cuando llegaron; hace falta deshacerse de no poco lastre y, lejos de desdeñar, como se hace, a Ciudadanos, tratar de llegar a un acomodo con la formación naranja. Al fin y al cabo, cunde la sensación de que el próximo presidente del Gobierno, en alianza con Pedro Sánchez, acabará siendo, de una manera o de otra, Albert Rivera: a saber por qué caminos llegaremos a ello, pero llegaremos. Y el PP, para entonces, puede haberse convertido en casi irrelevante, lo que sería una pésima noticia para la estabilidad de nuestra democracia: no quisiera yo ver a Vox, u otras formaciones ‘ultras’ semejantes, encaramarse a las encuestas.
Lamerse las heridas, culpar a todos, menos a sí mismos, de sus desgracias, salir corriendo el que pueda y atrincherarse el que no pueda, a nada les va a conducir a las buenas gentes del PP. Y me temo que Rajoy, que seguramente ahora ve cuánto daño le han hecho algunos/as pelotas en su entorno, es ya incapaz hasta de pronunciar un buen discurso póstumo. Cuanto antes hay que reconocerle los servicios prestados –que los ha habido, y muchos—y hala, que se vuelva a ocupar su plaza en el registro de la propiedad, que bien abandonada la tiene.
Fjauregui2educa2020.es
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