Dentro de tres días, el Club Internacional de Prensa entregará sus premios anuales, en presencia de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y la alcaldesa Ana Botella, entre otras personalidades, y de muchos amigos que están convocados. He dedicado una parte de esta tarde de domingo, día mundial de la libertad de expresión, a preparar mi intervención en este que creo que será importante acto.
Carmen Enríquez, la presidenta del Club, me ha pedido que sea yo quien, en representación de los premiados, dirija unas necesariamente muy breves palabras, que tienen que ser, en primer lugar, de agradecimiento. A la junta directiva del Club, que nos premia, a la vicepresidenta, que nos acompaña, a la alcaldesa, que nos acoge, y a todos los que nos honran acompañándonos en este acto, que yo quisiera dedicado a defender, porque sigue haciendo falta, la libertad de expresión. Esa que conmemorábamos en la jornada mundial del pasado domingo recordando, con Reporteros sin Fronteras, cuántos periodistas hay encarcelados, perseguidos, amenazados, en tantas partes del mundo. Esa jornada que ‘celebrábamos’, entre comillas, denunciando cuántos puntos hay en el planeta donde se sojuzgan las libertades de todo tipo.
Nunca imaginé que me iba a llegar el momento en el que iba a glosar los premios a compañeros tan estimables como Kenji Goto, Ignacio Cembrero, Tobías Buck o Tomás Poveda, mucho más justamente que yo premiados por este Club Internacional de Prensa al que desde hace tantos años pertenezco. Me parece obligado empezar a hablar del periodista japonés Goto, asesinado de la manera más terrible por el fanatismo islamista; fue un ejemplo de compromiso, de entrega a las causas más nobles. Como tantos otros que se han atrevido a desafiar a los intransigentes, a enfrentarse a los que son capaces de matar a otros seres humanos solamente porque piensan y dicen cosas diferentes, y sin duda mejores; porque lo que dicen ellos, las víctimas, es acorde con el respeto a los derechos humanos. Y los verdugos lo que hacen es acabar a golpes con esos derechos, como acaban a golpes brutales con siglos de civilización, de arte y de historia.
Han sido muchas las muertes causadas por el fanatismo. De periodistas, como Goto, como los compañeros de Charlie Hebdo… Y de otras gentes que nada tenían que ver con el mundo de la comunicación. Porque el respeto a la libertad de expresión no nos compete solo a quienes manejamos la comunicación, que por cierto debe ser este, y a veces no lo es, un manejo cuidadoso. El respeto a la libertad de expresión tiene que ver también con quienes tienen color diferente, ideas religiosas diferentes, otras orientaciones sexuales, a quienes cantan y ríen y lloran de otra manera distinta a como les gustaría a los totalitarios, a los verdugos del pensamiento libre.
Defender la libertad de expresión, desde esta profesión que hemos abrazado los periodistas, significa ser, como Cembrero, un perseguidor incansable de la noticia, aun en el clima más adverso. O como Tobías Buck, aun cuando busquen tu complacencia, aun cuando pretendan que calles lo que no gusta oír o leer. O como tantos compañeros descabalgados de sus tareas porque no agradaba lo que decían. Porque recordemos que ‘noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique’, y en pos de esa noticia verdadera debemos caminar todos los días. Lo demás es complacencia o publicidad.
La libertad de expresión no se defiende solo, aunque por supuesto también, yendo a esas tierras martirizadas donde te decapitan solo por no ser uno más de los que decapitan. Se defiende también aquí, en este palmo de terreno, expresando, por la vía que fuere, las opiniones y creencias propias, las críticas a lo establecido y que ya no sirve, a lo injusto, a lo arbitrario. Es esta una defensa y una crítica no siempre fácil, aunque no te maten ni te secuestren, pero hay quienes saben cómo silenciarte. Y esto lo digo ahora que el ruido de los acontecimientos políticos tapa muchas veces el debate sereno, los eslóganes enmudecen al verbo razonable y las banderías y las presiones silencian la voz, siempre demasiado débil, de la sociedad civil.
Por eso son importantes estas oportunidades, como la de hoy generada por el Club Internacional de Prensa, para una vez más decir alto, claro e inequívocamente que seguimos dispuestos a informar, a contar lo que pensamos que es la realidad sin pretender crear a nuestro gusto la realidad, a tener una voz original y no orientada. A ser, en definitiva, periodistas, nada más y nada menos. Como el héroe Kenji Goto, o como Tobías Buck, que del buen hacer ha fabricado un ejemplo, o como Ignacio Cembrero, a quien tantas presiones no han logrado nunca silenciar. Y no olvido, claro, a mi amigo Tomás Poveda, director de esa Casa de América que verdaderamente es ahora, probablemente más que nunca, la casa de todos los que hablan, hablamos, un mismo idioma y pretenden, pretendemos, tener un sitio donde decir las cosas que piensan/pensamos o en las que creen/creemos. Y ¿no es acaso, Tomás, eso, abrir las puertas a todas las voces, un servicio impagable a la libertad de expresión?
Aquí queda, un año más, nuestro grito. Gracias, Carmen Enríquez, gracias al Club Internacional de Prensa, y al Ayuntamiento de Madrid, por habernos permitido expresarlo aquí, en este lugar en el que, dentro de unas semanas, se instalará la feria de las ideas encerradas en libros. Gracias, vicepresidenta, por haber querido escucharnos desde la primera fila. Y gracias a todos ustedes porque, con su presencia, nos parece que están contribuyendo a dar un paso más en ese espacio en el que la crítica libre tiene una función primordial. Muchísimas gracias.
Deja una respuesta