Puede que Casado haya entorpecido su propia llegada a La Moncloa

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(Hay capillas ardientes más alegres. Tomada ‘prestada’ a mi amigo José Ignacio Wert)
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La suerte ya está echada. No hay planes B. Ese Gobierno de gran coalición entre PSOE, PP y Ciudadanos, si alguna vez fue posible, ahora está más lejano que nunca. Tengo la impresión de que Pedro Sánchez, si es que alguna vez lo quiso –que puede que no–, se ha lanzado en los brazos no sé si muy amorosos de Pablo Iglesias y en las zarpas definitivamente hostiles del oso de Lledoners, que ni siquiera le abraza como sí hace el líder de Unidas Podemos. Ahora, más que nunca, creo que el pacto de abstención con ERC está perfilado, y solo falta saber cómo sale Junqueras de la cárcel, si con ayuda del Tribunal Europeo este jueves o de la Junta de calificación penitenciaria en cualquier momento, para que el pacto de investidura ‘de la izquierda’ se sustancie.

Debo decir que lo siento. Creí que sería posible, ya que no probable, un ‘Gobierno de progreso’, liderado por el ganador, es decir, el Partido Socialista, pero que englobase también a ‘la otra España’, la que queda fuera de este pacto: ¿por qué no va a ser ‘de progreso’ un Ejecutivo reformista, con afanes regeneracionistas, que tenga en su seno gentes afectas al mejor PP y al ‘nuevo’ Ciudadanos, ese al que Arrimadas ha dado un giro de ciento ochenta grados sobre los planteamientos que ella misma sustentó cuando su jefe era Albert Rivera? Eso era lo que yo me preguntaba cuando aún, utópico de mí, pensaba que el sentido común podría instalarse en este secarral político que tiene forma de piel de toro, Cataluña incluida, naturalmente.

Creo que, rehuyendo el acuerdo, Casado se equivoca. Siempre pensé que puede llegar a ser presidente del Gobierno, porque mimbres tiene para ello, pero puede que el encuentro fallido con el presidente aún en funciones –¿solo cuarenta minutos?¿para esto insistía tanto en que Sánchez le recibiese?—haya servido para retrasar la llegada, o imposibilitarla, del presidente del PP a La Moncloa. Podría haber hecho un gesto de hombre de Estado, pero prefirió quedarse en hombre de su partido. Lástima que no haya hecho caso a los cantos de sirena de Inés Arrimadas, que no eran para perderle, sino para salvarse ella y, quién sabe, puede que para salvarnos de paso a todos.

Incluyendo a Pedro Sánchez, que me parece que tampoco hace un gran negocio pretendiendo algo en lo que solamente él cree, si es que de verdad cree en ello: que va a solucionar el conflicto catalán a base de pactar –o lo que sea—con Esquerra y de dirigir silbidos amistosos a la caverna del lobo Torra. Se mueve Sánchez entre osos, lobos y hienas: mal zoológico es ese para tan mediocre domador.

Empieza ahora la andadura hacia la investidura. Con decisiones judiciales europeas que pueden trastocarlo, o mejorarlo, todo. Con líos hasta en el futbol, que a ver qué ocurre en las próximas horas con ese Barça-Madrid de tan alto voltaje. Puede que Sánchez, en este cuarto de hora, tocado aún por la diosa Fortuna, venza, resulte investido y, entonces, tenga que tragar el sapo de nombrar vicepresidente a aquel al que no quería ver ni en pintura y tenga, también, que hacer concesiones no concretadas a los de Esquerra; sí, esos que no reconocen el jefe del Estado, porque tampoco reconocen al Estado, ya saben.

Debo decirle que, a mí, Junqueras, el apacible Mandela blanco de Lledoners, me da más miedo que un nublado. Creo que Sánchez, como antes Soraya Sáenz de Santamaría, se ha dejado convencer por la bonhomía cristiana y pícnica, de afable hombre del campo, que irradia el hombre que, desde la cárcel, manda, desde este lunes más que nunca, en España. El barco se ha hecho la aventura, que no tiene, ay, por qué ser venturosa.

fjauregui@educa2020.es

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