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((¿recuerda usted aquellos tiempos de ‘normalidad’ del veraneo de la familia real en Marivent? Ahora, ya no están algunas figuras. Y puede que Rajoy tampoco acuda a la ‘cumbre’ de todos los años con el Rey. Total, para decirse ¿qué? De momento, no hay fecha en las agendas, tan cargadas de llamadas telefónicas de unos a otros, a ver si arreglan algo…))
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Resultaría increíble, aunque demasiado creíble, que los encuentros previstos para esta semana entre Rajoy y Pedro Sánchez y entre Rajoy y Albert Rivera no diesen el más mínimo fruto. Si no han entendido aún el mensaje que les envía todos los días el conjunto de los medios, esa sociedad de la que los tres parecen estar tan alejados, ensimismados en sus monólogos, difícilmente van a comprenderlo ya. La anormalidad política más completa se ha instalado en el mundo político español –que es mucho más que La Moncloa, Génova, Ferraz y la calle Alcalá, donde se ubica la sede de Ciudadanos–: hasta el punto de que no se sabe bien si el Rey podrá ir a visitar a los atletas españoles en los Juegos Olímpicos y, lo que es más importante, si el jefe del Estado podrá –o querrá—mantener su habitual encuentro agosteño en Marivent con el jefe del Gobierno (este año en funciones).
O sea: la actividad del jefe del Estado está quedando severamente limitada, y no podemos olvidar el papel de representación que al Rey le compete según esa misma Constitución hoy tan traída y llevada en lo tocante a las ambigüedades e insuficiencias, tan citados, del artículo 99 (entre otros).
Si ‘ellos’, a los que algunos con memoria histórica en la calle empiezan a llamar, recordando a la China cerrada post Mao, ‘la banda de los cuatro’, están comprobando que sus estrategias y tácticas no están funcionando, ¿cómo es posible que, en aras del interés de la Patria, no las cambien? ¿Qué impide, excepto la tozudez y el sostenella y no enmendalla, a Albert Rivera, que no está tan constreñido por comités federales y demás como Pedro Sánchez, el variar de rumbo y anunciar que sí, que apoyará no a Rajoy, sino a la mayoría en el Parlamento, a cambio de severas condiciones reformistas, que puedan pasar por un relevo del propio Rajoy a medio plazo, cuando el PP celebre su congreso?¿Qué impide a Rajoy, si no es su idiosincrasia elefantiásica, llegar a sus interlocutores con ofertas que, a la luz de la consideración de la opinión pública, no puedan rechazar, prometiendo formalmente someterse al ‘tormento’ de la investidura e incluyendo su propia marcha a medio plazo, aprovechando el mentado congreso del PP, ya tan aplazado?
De lo de Pedro Sánchez y el PSOE ya casi no hablo, porque el batiburrillo que le ata de manos y pies, comenzando por él mismo y siguiendo por algunos ‘barones’ y baronías, es tan considerable que no hay quien lo entienda: algo tiene que ocurrir, urgentemente, en el segundo partido de España, porque es vital que el PSOE se comprometa en la gobenabilidad e impulse también este período reformista. Y, finalmente, Pablo Iglesias y Podemos no cuentan, no deben contar, en este juego de ajedrez del poder sino como fuerza crítica, que aglutine el descontento que con tanta eficacia están sembrando los otros tres.
Decíamos ayer que sin duda Rajoy ha estado preparando este fin de semana su ‘oferta’ a Sánchez y Rivera; eso quisiera pensar, al menos. Como quisiera pensar que los otros dos también hacen algo más que aferrarse a sus seguridades en que son ellos, y nadie más que ellos, los que tienen la razón para empecinarse en sus posturas. Y, como decía, ya estamos comprobando los resultados, que no pueden ser peores. Para justificarse les vale todo, desde los riesgos para la pervivencia del partido si dan un viraje en lo hasta ahora mantenido, hasta los deseos, nunca consultados en un congreso, de la militancia; pasando por los juicios contra la corrupción que llegarán este otoño. Todo es importante a la hora de las excusas: las hemerotecas, las encuestas, el presunto mandato de los electores (que ellos interpretan a su gusto), el apelar a los sacrosantos principios, las dos Españas, la izquierda, la derecha, el centro…Todo, con tal de no dar su brazo a torcer. Y a los españoles, aunque sea en la playa, que nos den.
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