Pues puede que, después de todo, Pedro Sánchez tenga su corazoncito

A uno le gustaría a veces tener ese cierto sentido mesiánico que exhibió por ejemplo Miriam Nogueras este jueves en el Congreso de los Diputados, diseccionando la amnistía no como un perdón, ni siquiera como una victoria, sino casi como un primer paso hacia otras metas. Si le digo la verdad, creo que la portavoz de Junts, quizá como su propio jefe, y desde luego como la mayor parte de los líderes políticos nacionales, no ha analizado con la suficiente exhaustividad lo que ha ocurrido tras las elecciones catalanas ni lo que ocurrió el propio jueves en el Congreso. Sé que no todos los lectores de esta columna de opinión estarán de acuerdo con lo que a continuación voy a escribir, pero quiero que conste que corresponde a lo tratado en un encuentro de periodistas  politólogos de diversas procedencia –claro, también catalanes con eso que se llama diversas sensibilidades—mantenido inmediatamente después de la celebración del pleno del Congreso que, como era previsible, aprobó la amnistía.

LO primero, se constató que, con esta amnistía, que tiene sus antecedentes no tan remotos en la dada al final del franquismo, ha terminado de saltar por los aires el llamado ‘espíritu del 78’, aquel de la Constitución que dio origen a la Transición. Hemos entrado en una etapa nueva y nadie, posiblemente ni los principales actores de la trama, sabe ahora mismo por dónde van a discurrir los acontecimientos en la caótica política española.

Lo segundo, todo el mundo está de acuerdo en que Cataluña sigue siendo, para lo bueno y para lo malo –depende de quién analice–, el principal motor de los acontecimientos en el país. Ahí están las grandes preguntas: la amnistía ¿desde cuándo beneficiará de manera efectiva a, por ejemplo,  Carles Puigdemont, de manera que pueda cumplir su propósito de pisar tierra catalana ya para la investidura de un nuevo president de la Generalitat (que, por cierto, es casi imposible que sea él)? Y otra pregunta que sigue inquietando en La Moncloa, donde no han recibido respuestas lo suficientemente taxativas por parte de Junts: ¿mantendrán los siete diputados capitaneados por la señora Nogueras el apoyo al Gobierno de Sánchez? Y si lo hacen, ¿a cambio de qué? Y si el precio es demasiado oneroso ¿podrá a estas alturas Sánchez, que ya se ha dejado muchas plumas con la amnistía, satisfacerlo?

Porque, lo tercero, la gran polémica este jueves en los pasillos del Congreso, bulliciosos y tensos, era si Pedro Sánchez, con los resultados de las elecciones catalanas, que todo el mundo, el PP incluido, cree que desembocarán en una investidura de Salvador Illa, ha “cortado las uñas” al independentismo. A este respecto, puedo constatar que en el Partido Popular de Catalunya niegan este extremo: “los independentistas seguirán pidiendo cosas, como si no hubiesen perdido en las urnas, y quizá es que no hayan perdido”, constaba el miércoles un destacado líder ‘popular’, creo que no demasiado afecto a Núñez Feijoo. Pregunté este jueves a bastante gente en la Cámara Baja y casi todos, socialistas incluidos, piensan que el independentismo puede que se transforme –ahí está esa foto del abrazo entre Junqueras y Turull—pero aún goza de una bastante buena salud. O de una mala salud de hierro, según se quiera ver.

Así que, cuarto, lo que hay que saber ahora es cómo se gestiona la situación. En La Moncloa parecen muy satisfechos de lo actuado por Sánchez, a quien se coloca en el primer lugar del podio, y, a continuación a Illa y el PSC. Pero ahora ¿qué hacer? ¿Es de prever una ruptura entre el Gobierno central y lo que representa Junts, o sea, ese Puigdemont por quien, lo he comprobado varias veces, en La Moncloa no se siente la menor simpatía, más bien muy al contrario? Seguramente no. Pero pasaron los tiempos en los que se planteaba, al menos con el Govern de la Generalitat de Pere Aragonés, una mesa negociadora, incluso con un mediador salvadoreño de quien nunca más se supo, como nada se ha vuelto a saber de muchos esquemas negociadores que se habían montado.

Es previsible, quinto, un nuevo proceso negociador con ‘el independentismo’, como se dice, genéricamente, por los cenáculos y mentideros de Madrid. Pero será a la baja: curiosamente, y a pesar del lío que tiene montado en muy diversos órdenes, incluyendo el familiar, Pedro Sánchez, me aseguran viajeros a La Moncloa, se siente fuerte, cree que le irá ‘bastante bien’ en las elecciones europeas, para lo que valgan –que es poco—y está seguro de que lo que él llama ‘fango’ disparado contra su mujer, Begoña Gómez, se disipará incluso antes de la jornada electoral del 9-j, en la que, en todo caso, las actividades comerciales de ella no van a tener, creen, influencia sobre los votantes.

Lo sexto es que me aseguran esos viajeros que, ‘de verdad-de-verdad’ Pedro Sánchez está convencido de que podrá seguir contando con el apoyo tanto de Junts como de ERC –cuando este partido acabe de reorganizarse de su varapalo–, Bildu, BNG y de sus socios de Sumar, cada día más díscolos, para llegar hasta el final de la Legislatura, allá por 2027.En conversaciones muy privadas, muy lejanas a micrófonos y muy dentro del ‘off the record’, creo que puedo afirmar que no todos en el grupo parlamentario socialista comparten tanto optimismo.

Séptimo, parece que un sentimiento de orgullo anida en ciertos despachos de La Moncloa: hemos ganado las elecciones catalanas y hemos impuesto una amnistía –con permiso de los jueces, claro, que esa es otra—por encima incluso de lo que hace un año proclamábamos, cuando decíamos que de ninguna manera concederíamos esa medida de gracia. Ahora, la aprobación de la amnistía parece una victoria personal de Sánchez, que ha desafiado las iras de todos los infiernos para sacarla adelante. Y, con no pocos apuros, la ha sacado, aunque no parece que Puigdemont –al discurso de Miriam Nogueras en el Congreso me remito—le esté muy agradecido.

En octavo lugar, parece imposible un acercamiento entre Sánchez y Núñez Feijoo, ni siquiera en temas cuyo consenso se reclama desde la Unión Europea, que es la cajera de los fondos next generation: una lucha convincente contra la corrupción, renovación del gobierno de los jueces, una política unívoca sobre temas exteriores en el seno del Ejecutivo, procurar una mayor seguridad jurídica y una más nítida separación de los poderes clásicos de Montesquieu… Sospecho que estos planteamientos europeos, máxime en vísperas de unas elecciones donde lo que más parece preocupar a algunos es el mantenimientos de sus puestos y sinecuras, van a quedar desoídos por parte del Gobierno español (y de la oposición por cierto).

Noveno, en los círculos de debate político en Madrid, en alguno de los cuales participan gentes muy próximas al Gobierno, se hacen abiertamente apuestas acerca de si Pedro Sánchez adelantará significativamente las elecciones. Una mayoría considera imposible que pueda, con la que está cayendo, concluir la Legislatura. Pero todo va a depender, nuevamente, de Cataluña, de los apoyos que Sánchez pueda o no mantener del independentismo catalán y de que, finalmente, Salvador Illa pueda ser, como se espera que sea, investido president de la Generalitat. Porque una repetición de las elecciones catalanas podría llevar indefectiblemente a una disolución anticipada del Parlamento nacional y a la convocatoria de nuevos comicios legislativos. Pero casi nadie, en ámbitos gubernamentales, cree en que finalmente no se llegue a un acuerdo con ERC para investir a Illa.

Décimo, los analistas políticos advierten de que este planteamiento es ‘el más lógico’, dependiendo, además, de muchos factores. Y se basa, sobre todo, en la férrea voluntad de Sánchez de mantenerse en el cargo, que es algo de lo que, al parecer, alguno íntimos no están del todo seguros: no todo es pura actuación interesada en los movimientos del presidente del Gobierno, en quien algunos observadores cercanos y atentos empiezan a advertir, quizá por primera vez, síntomas de cansancio. NO es muy coherente con un campeón de la resiliencia, pero incluso Sánchez, parece, tiene su corazoncito.

fjauregui@periodismo2030.com

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