Jamás me ha gustado escribir sobre el colegueo, y menos si atañe a sitios en los que colaboro o he colaborado, aunque sospecho que ya no colaboraré, al menos de momento. Lo que ocurre es que la polémica en torno a Radio Televisión Española ha adquirido unas dimensiones públicas que me parece que nos obligan a los profesionales a definirnos, cosa que de antemano sé que es algo que causa problemas. Pero, en fin, ahí vamos.
En primer lugar, siempre me he enorgullecido de haber colaborado, entre otras cadenas (esas privadas), con RTVE, independientemente de qué sesgo tuviese el Gobierno de turno. Decir que esos gobiernos, fuesen del PP o socialistas, o incluso, en menor medida, de UCD, no han intentado nunca, y logrado a veces, meter su cuchara en la tele y la radio públicas sería mentir y mentirnos. He sufrido demasiados intentos de vetos, totales o parciales, de gentes instaladas en La Moncloa o en la periferia –y no he sido, desde luego, de los que peor suerte han tenido– como para andar ahora mirando hacia otro lado. Ha habido, sí, responsabilidades grandes a la hora de coartar la libertad de expresión procedentes del palacio presidencial, de los ministerios y de las sedes de los partidos, de casi todos los partidos, y así ocurrió también, y bastante por cierto, en la ‘era Rajoy’.
Ahora, la peculiar llegada al poder del Gobierno de Pedro Sánchez, apoyado desde la banda por alguien con tanta afición a la telegenia como Pablo iglesias, además del hartazgo de los profesionales con la situación que hasta ahora vivían, ha propiciado cambios bruscos, radicales y masivos en los colaboradores, sobre todo en los externos, pero también internos, de ‘la casa’.
Titulares y comentarios ha habido que se han apresurado a hablar de ‘purga política’. Creo que me encuentro, perdón por la incursión en lo personal, entre los excluidos –no porque nadie haya tenido la delicadeza de comunicármelo: indicios…– y, si no, yo mismo me excluiré en solidaridad con los cesados: algunos intentos de presentar a muchos excelentes profesionales como manipuladores –que no digo yo que no haya habido alguno, pero en total minoría– o procedentes de ‘la caverna’, me parece un cruel e injusto reduccionismo, un recurso a la sal gorda, que no comparto en lo más mínimo.
Sin embargo, no creo, insisto, en una ‘purga’ política, sino, de nuevo, en un producto de la vieja improvisación española. Los actuales responsables de la Corporación lo son a título excepcional y provisional, comenzando por mi amiga y admirada Rosa María Mateo, a la que, desde ámbitos quizá del resquemor y del partidismo, se está acusando estos días –y ella se lo temía cuando aceptó esta carga– de todo lo peor. Pero, precisamente por esa provisionalidad, deberían, estimo, haberse visto obligados a procurar un mayor consenso a la hora de realizar unos cambios que seguramente en muchos casos suponían una renovación necesaria. En otros, no tanto, desde luego, hasta donde yo puedo conocer y opinar.
Renovación ha habido, consenso no. Rapidez en la toma de decisiones ha habido, precipitación, y cuánta, también. La radio y la televisión públicas, que pagamos todos, es quizá lo primero que habría que mudar en cuanto a métodos, talantes y talentos en esta España cainita, envidiosa, clientelar, cuñadista, amiguista y sectaria, en la que las puertas giratorias y la filosofía turnista de Cánovas y Sagasta, ‘quítate tú, rival político, para ponerme yo, que estoy a bien con la actual situación’, siguen imperando. Y, si no, repásense algunos nombramientos suculentos de las últimas semanas en empresas públicas, y perdón por no detenerme en alguno de ellos en particular: casi no merece la pena.
La filosofía de la apropiación del Estado no puede mantenerse en un país que se quiere de veras democrático, progresista, moderno y avanzado. Tampoco pueden grupos profesionales cerrados ni sindicatos apropiarse de ente público alguno, como antes no podían hacerlo algun@s del ‘aparato’ monclovita. E insisto en que no creo, no quiero creer, ahora, en ‘purgas’, sino en que se está manteniendo una tradición que era y es perversa, y ojálá deje de serlo.
Adiós, pues, espero que coyuntural –tampoco importa si la ‘renovación’ de quien suscribe es permanente: quizá ya va tocando–, a una casa donde he podido siempre realizar mi trabajo con total libertad y a la que considero de una gran excelencia técnica. Yo, desde donde pueda, seguiré ejerciendo la crítica moderada y evitaré lanzarme a hablar de ‘purgas’ allí donde, repito que confío en no equivocarme, solo existe apresuramiento y alegría de la muchachada por una independencia que algunos sienten recobrada, aunque otros la sienta perdida. Es el país que tenemos y que tendríamos que empezar a cambiar.
Deja una respuesta