Largas colas de coches regresaban desde el norte este domingo hacia la devoradora Madrid. Supongo que en otras carreteras, lo mismo. Yo, que estoy llegando, ni he querido pasarme por la calle Serrano y adyacentes, por donde andan las oficinas de mi periódico, para no deprimirme demasiado: me deprimiré mañana, con las obras de Gallardón, que todo lo tiene patas arriba, olvidando que hay gente a la que machaca, comerciantes, oficinistas, transeúntes. Por cierto, en una divertida reunión con un ex político, un arquitecto, una pintora, una periodista y un ama de casa, mirando la desembocadura del Río Cubas y el palacio de La Magdalena, se nos ocurrió pregonar la necesidad de que los madrileños se rebelen contra su triste sino y fomenten, desde la base, una candidatura para alcalde, ya que los socialistas son incapaces de encontrar a nadie que pueda hacer frente al faraónico, peligrosísimo, Gallardón (me tendran que explicar algún día por qué a ese señor le consideran un polñitico capaz de ganer unas elecciones generales. Y, si es capaz, mi susto aumenta).
Ya sabemos, en fin, que esa candidatura es imposible: ni lo fomentan las condiciones, ni la legislación electoral, ni la propia moral de la gente, tan acomodaticia. Pero no me digan que no hace falta un esfuerzo conjunto de socialistas, IU, verdes y hasta de rosas (Díez) para echar a los actuales rectores madrileños. No porque sean de derechas, que a mí eso a estas alturas me importa un pito, sino porque son una catástrofe, y conste que prefiero a Espe que al ambicioso Gallardín. Ojalá no le den los Juegos Olímpicos, aunque yo sea partidario de que nos lleguen. Pero no con él, por favor; parece que es él el único que lucha por traerlos, el fazedor de todo lo bueno, cuando lo cierto es que a tantos ciudadanos nos ha empeorado nuestras vidas considerablemente.
Sé que, dada la inepcia de nuestra clase política y el borreguismo de tantos de nosotros, Gallardón tiene muchas posibilidades de salir reelegido. Claro. Les conviene a los socialistas, les conviene a los populares, le conviene a Rajoy, que tiene a este conspirador nato entretenido. Solamente no nos conviene a los habitantes de este infierno llamado Madrid.
Pero hablaba de lo que antaño, en los tiempos de la oprobiosa –la otra oprobiosa, no la actual–, llamábamos la ‘rentrèe’. La vuelta al curso político, el regreso al curro, a las aprensiones de qué pasará, de si las cosas van a ser tan, tan duras como algunos nos pronostican, que por allí en Europa puede que se vean brotes verdes, pero lo que es aquí…
En fin, que aquí estamos de nuevo. Dispuestos a dar leña y caña, pero también a elogiar cuando consideremos que nuestros representantes lo merecen, que habitualmente, la verdad, lo merecen poco.
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