“¡Za-pa-te-ro-di-mi-sión!”. Lo gritaban los quince mil delegados sindicales reunidos en Madrid para ‘calentar’ la huelga del próximo día 29. Quién lo iba a decir, cuando sectores de la oposición acusaban a Cándido Méndez, hace apenas dos meses, de ser “el cuarto vicepresidente del Gobierno”. El caso es que, con una reforma laboral hipócritamente negada –pero en el fondo respaldada—por la mayoría de las otras fuerzas políticas, el socialista, antes izquierdista, José Luis Rodríguez Zapatero parece haberse ganado ahora, además de la enemiga de los sectores conservadores y de buena parte de los profesionales de clase media, la hostilidad del mundo laboral.
Al menos, claro está, del mundo laboral representado en el acto sindical –la mayor parte, ‘liberados’ en las empresas—que congregó a quince mil personas en el coso madrileño de Vistalegre. Que no creo que esa ‘España de los quince mil’ represente ni a la totalidad de quienes tienen un puesto de trabajo. Ni siquiera son, me parece, la voz de la totalidad de los cinco millones de parados, una parte de los cuales parece que no ven grandes posibilidades de mejora por el hecho de que se celebre –es un decir—una huelga general, que ni va a modificar esa esperpéntica reforma laboral aprobada por las Cortes ni va a generar por sí sola nuevos puestos de trabajo.
Muchas veces he mostrado, en un contexto hostil a UGT y CC.OO, mi respeto por los sindicatos y por la figura de sus dos líderes máximos, Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo: han mostrado realismo, poco ánimo de crispar las cosas e incluso buscaron, para el paro general al que eran arrastrados, una fecha que al menos coincidiese con una europrotesta contra el giro que están dando las circunstancias que rodean a los trabajadores en estos tiempos de zozobra.
Pero creo que ambos se equivocan profundamente con el planteamiento que hacen a la sociedad ante lo del día 29: pedir la dimisión de Zapatero desde la izquierda real, cuando la derecha, el centro y una mayoría de medios de comunicación tratan de socavar a un gobernante que en ocasiones parece perder terreno, hasta algo ‘sonado’, puede resultar contraproducente para los intereses nacionales. No creo que Zapatero tenga que dimitir, ni por qué dimitir, precisamente ahora; será, sin duda, castigado por las urnas, supongo que merecidamente. Pero ahora de ninguna manera se puede generar una sensación de vacío de poder. Creo que es lo que Zapatero, que insisto en que está claramente en baja, pese a que intenta, con mediano éxito, mantener el tipo, quiso decir en su más reciente entrevista radiofónica. Donde nadie le preguntó, desde luego, si piensa marcharse antes de tiempo: supongo que la respuesta es y será ‘no’ hasta que llegue el día, allá por marzo de 2012.
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