Rajoy ante el Parlamento: ahora no toca


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((Aviso a navegantes: no es llegado el momento de la toma del palacio de La Moncloa)
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Conste que, con esto que hoy escribo, no tengo la menor intención de echar una mano a Mariano Rajoy, si es que algo le importase el hecho de que yo quisiera ayudarle o lo contrario. Creo que en algún momento tenía que empezar a pasarle factura su empeño en mirar siempre hacia otro lado en los temas pegajosos y escurrirse como una anguila cuando se le interroga por algo que a él pueda resultarle molesto, bien sea la corrupción, bien el mero nombre de Bárcenas. El papel, uno de los papeles, del Parlamento es precisamente ese: procurar comparecencias ‘políticas’ –que otra cosa son las judiciales—y someter al Gobierno, o a los partidos, o a los diputados y senadores, a implacable fiscalización. Todo eso creo que es incuestionable. Y, sin embargo, me parece que la sesión plenaria de este miércoles para interrogar al presidente por los flecos de la Gürtel no toca. Ahora no toca, que decía el ex molt honorable Pujol cuando aún le respetábamos.

Y ¿por qué no toca? Pues porque estamos ante el momento más inoportuno para desgastar al presidente del Gobierno central, que es tanto como desgastar a todo el Gobierno central, cuando el país se enfrenta a uno de los desafíos, como nación, acaso más importantes del último medio siglo. Es un momento en el que se exigiría un mínimo –un máximo—de unidad entre las formaciones políticas que buscan el respeto a la Constitución –a una Constitución reformada, si usted quiere—, fortaleciendo la autoridad negociadora del máximo representante del Ejecutivo. Y no me parece, en cambio, el momento de ponerse a practicar un juego de ‘tiro al Rajoy’ del que nada va a salir sino mayor sensación de guerra entre unos partidos que, ya lo estamos viendo estos días, aprovechan para reunirse en la clandestinidad a ver cómo, de paso, plantean una moción de censura triunfante contra el inquilino de La Moncloa.

No, no es el momento de ‘tomar’ La Moncloa, sino de procurar soluciones para evitar las consecuencias, quizá devastadoras, de un ‘procés’ que no conducirá a la independencia, pero sí a posibles catástrofes: ¿dónde va a quedar la autoridad del Estado y sus instituciones cuando nada menos que el máximo representante del Estado en una autonomía se permite desafiar la legalidad, toda la legalidad y nada más que la legalidad? ¿No sería lógico que, incluso desde el punto de vista del sentido común y de evitar el ridículo general, ya que no se quieren considerar otras cosas más valiosas, todas las fuerzas que saben que la independencia es imposible, y que la marcha que se ha iniciado hacia ella es un disparate, se uniesen coyunturalmente para centrarse en solventar este magno problema?

Pues no señor: andan embarcados en censurar a quien muy probablemente lo merezca, pero, desde luego, no en estos momentos, en los que lo conveniente es no distraerse de lo fundamental. Y, si a Rajoy ha de llegarle la hora de comparecer ante ese foro de la máxima autoridad que es el poder Legislativo, la verdad es que ya se habían arbitrado medidas para que lo hiciese ante la comisión correspondiente, pactada con Ciudadanos, sin tanta urgencia –al fin y al cabo, ha pasado más de una década desde los hechos sobre los que se le quiere interrogar—y buscando ocasión más propicia. Esta, definitivamente, no lo es. Y, siento decirlo, pero ahora me parece que lo urgente no es precisamente cambiar de titular en el principal despacho de la Presidencia del Gobierno. El asalto a los cielos, como a La Moncloa, bien puede esperar al menos esos treinta días que nos separan del potencial descarrilamiento. O del choque de trenes, sin más.

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