Yo no sé si usted lo comparte, pero me parece claro que el próximo presidente del Gobierno se llama Mariano Rajoy. Casi haga lo que haga, casi suceda lo que suceda en el llamado proceso sucesorio del PSOE, el presidente del Partido Popular se perfila, dicen las encuestas, dice el lenguaje de la calle, dice el sentido común, como el siguiente inquilino de La Moncloa. Y conste que ni me parece mal ni me parece ilógico: el péndulo del cambio, opine usted lo que opine de la gestión de Zapatero, señala ahora hacia el otro lado. Los españoles están hartos de esto, quieren una mudanza.
Lo que Rubalcaba, como más probable continuador de Zapatero al frente del socialismo, podrá hacer será salvar los muebles y luego, retirarse para dejar paso a otra figura más joven (¿Carme Chacón? ¿Otra persona?). Pero me da la impresión de que nadie le quita al PSOE cuatro años, al menos, de oposición, en los que se tendrá que ir depurando, meditando en los errores cometidos y propiciando y aceptando, espero, un gran pacto que saque a flote las reformas que este país necesita.
Lo que no acabo de entender son las prisas de Rajoy y sus corifeos por anticipar las elecciones generales en apenas cuatro o cinco meses. Lo del adelanto electoral me parece una consigna contraproducente: el actual proceso ha de completarse, sedimentarse, pensarse y repensarse. A Zapatero le corresponde ahora, pienso, quemarse (más aún) completando, hasta marzo de 2012, las reformas que inició hace diez meses, reformas algunas de ellas impopulares –ya hemos escuchado la voz tonante de Cayo Lara, el hombre que reivindica para sí la izquierda–, pero parece que necesarias, o eso es, al menos, lo que dicen los intocables líderes europeos.
Las cosas, pese a las terribles cifras del paro, parecen irse encarrilando a medio plazo. No es momento, creo, para saltos en el vacío; ahora, que cada cual cumpla su papel…y su tiempo.
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