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((alguien debe de estar muy contento con lo que le ocurre a Cospedal…Qué tremenda es esta política nuestra))
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Siempre nos enzarzamos, en este país nuestro, en torno a las palabras, que son ya más que conceptos. Porque lo importante no es, a mi juicio, si la Fiscalía y la Abogacía del Estado optan por acusar a los secesionistas catalanes –a cuatro de ellos, quizá—de rebelión o de ‘mera’ sedición aderezada con malversación; lo importante es saber cómo diablos se va, vamos, a salir del embrollo de los presos y huidos en y de Cataluña, que, en cualquier caso, rebeldes o solamente sediciosos, van a ser condenados a una abultada pena de cárcel. Seguramente merecida, pero que todos sabemos, pongámonos la mano en el pecho, que no cumplirán.
Dada la fragilidad en la que vive hoy el Estado, me parece mucho más útil, como labor de oposición, llegar a un pacto con el Gobierno sobre el futuro que aguarda a la ‘conllevanza’ con Cataluña que utilizar las sesiones de control parlamentaria para acorralar a Pedro Sánchez tratando de comprometerle a asegurar que no, que nunca habrá indulto para los presuntos golpistas catalanes. Pues claro que habrá indulto. Y me parece altamente probable que, incluso en el caso de que en esos momentos la presidencia del Gobierno esté en manos de Pablo Casado, o en las de Albert Rivera, sean ellos y sus consejos de ministros quienes lo firmen. Otra cosa serán las cautelas, las contrapartidas, los compromisos…Ya veremos.
De momento, no es ese el tema. Primero tendrán que ser juzgados los Oriol Junqueras y compañía, y también Carles Puigdemont si es que se decide a regresar. Luego vendrán, temo que necesariamente, las componendas, que ni a ustedes, amables lectores, les gustan, ni tampoco a mí. Pero es el momento de decidir con qué clavos herrumbosos hay que cerrar los boquetes por los que tanta agua está entrando al buque del Estado. Y, desde luego, judicializar el problema catalán fue un error, quizá inevitable –los secesionistas empezaron primero, declarando unilateralmente la independencia, que les duró apenas unos segundos–, pero error al fin. Y fue un error político, no jurídico.
Y, después de ese error, todos los demás. Enormes, increíbles, por parte de la Generalitat catalana y de su mentor en Waterloo, que han conseguido incluso dividir al independentismo hasta casi no dirigirse la palabra con algunos de los presos en Lledoners. Pero también han sido grandes las equivocaciones de la parte constitucionalista, que hoy aparece no menos dividida que Esquerra respecto de Junts per Cat etcétera. Este es un tema de Estado –¿cuál otro, si no?—y no debería estar sujeto a las aspiraciones monclovitas de Sánchez y de sus rivales, ni a las trapisondas de Pablo Iglesias yendo de visita a las cárceles como un redentor de cautivos. Considero improcedentes las ocurrencias y falsas soluciones que algunos ponen sobre el tapete, dicen que para ‘arreglar’ un tema, el catalán, que debería estar férreamente sujeto a consenso. Y no, la cosa no va, temo, de algo tan aparentemente fácil como volver a instaurar una aplicación dura’ del artículo 155: ya aplicamos esa medicina y fracasó. Ahora tocan diálogo, habilidad, flexibilidad e ideas.
Supongo que cuando, en las horas siguientes a la publicación de este artículo, las conclusiones provisionales de la Fiscalía decidan si hubo o no rebelión, la escandalera será tremenda, a base de ‘ya lo decía yo’, en medio de acusaciones mutuas de largo recorrido entre Gobierno(s) y oposición(es). Dos bandos, dos Españas, que se van haciendo incompatibles, dada su actuación, con la pervivencia de España.
Y, mientras nos peleamos por lo fundamental (y por lo accesorio), permitimos que dos señores en la cárcel, cada uno por motivos distintos (y no se me ocurriría comparar al uno, al que le reconozco probidad moral, con el otro, que me parece un auténtico indeseable símbolo de toda corrupción), impongan su ley. En el primero de los casos, ignoro lo que trataron, de verdad, Junqueras y Pablo Iglesias en el ‘despacho’ que el primero tiene en la prisión, pero pienso que tenemos los españoles derecho a saberlo. Pero no tendría ninguna facultad el líder de Podemos, si es que ese fue el asunto, en sugerir siquiera la posibilidad de un indulto futuro, que, para colmo, sin duda Junqueras, haciendo un acopio de dignidad, inicialmente rechazaría. Y que Pablo Iglesias, que espero que no tenga jamás esa facultad desde un Gobierno en mi país, tampoco podría conceder.
El segundo de los casos es más lamentable: resulta que un comisario de policía indigno, quiéralo ahora él o no, está condicionando las sesiones de control al Gobierno a cuenta de sus cintas grabadas, supongo que ilegalmente. Horadando irreparablemente el prestigio de unas formaciones políticas, de unos personajes, que tanto han hecho, en cualquier caso, para perder tal prestigio. Y, así, PP y PSOE se tiran a la cabeza las grabaciones vergonzantes efectuadas a una ministra y a una ex ministra y ex secretaria general del principal partido de la oposición, como si fuesen misiles para el desgaste preelectoral. Se arrojan basura, sí; lo realmente malo es que parece que hay basura, y en cantidades muy considerables, para ser arrojada. Menudo espectáculo estamos dando.
Me parece que las fuerzas políticas habrían de estar atentas a muy otras cuestiones. Lo del pacto de futuro en Cataluña, por ejemplo, ahora que creo que va a ser posible encontrar una rendija en las diferencias entre los secesionistas para negociar desde el Estado, no meramente desde el Gobierno central. Y si, de paso, ese pacto incluye un fortalecimiento de la Corona, fortalecimiento que no puede consistir solamente en actos simbólicos –positivos, por lo demás—como una lectura pública de un artículo de la Constitución por parte de la princesa heredera, mejor.
Y ya si lograsen, desde el Ejecutivo, sacudirse las ideas geniales para mejorar su imagen –menudo lío en el que se/nos han metido con lo de la exhumación de Franco–, miel sobre hojuelas. El contento sería máximo si desde los dos principales partidos de la oposición se dejasen de postureos extremistas, que, a la hora de la verdad, no van a poder honrar. Y del cuarto partido en liza, el que lidera el vicepresidente ‘in pectore’, ¿qué esperar? Bastaría con que no siguiera estorbando a la formación gobernante a base de manifestar su republicanismo a todas horas, algo que compromete a un ‘aliado’, Pedro Sánchez, que ha prometido fidelidad a la Constitución, que, por cierto, es monárquica.
Pues eso. Que uno tiende a rebelarse ante la disyuntiva de que la ‘rebelión sí-rebelión no’ sea the question, la única cuestión, como si los problemas viniesen de lo que decidan o no los fiscales y los abogados del Estado, y no de la inanidad de una clase política que, lo demuestran a cada paso que dan, muy pocas veces está a la altura de las circunstancias. Que no son, ciertamente, fáciles.
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