Me dicen que los estados mayores de los principales partidos han abierto la puerta a la preocupación por ‘los pequeños’. A la vista de los “éxitos” que los ‘grandes’ cosechan en las encuestas, donde el rechazo a los principales líderes es sistemático, tanto los socialistas como los ‘populares’ andan escamados, recontando cuántos escaños podrían restarles, en su caso, esas miniformaciones que siempre han constelado, hasta ahora, es verdad, con éxito perfectamente descriptible, todo proceso electoral.
Pero ocurre que ahora el desgaste de PSOE y PP es tan patente que existe en ambos la aprensión ante la posibilidad, que más bien podría ser una probabilidad, de que haya un voto de castigo dirigido a la abstención, a la papeleta en blanco o a figuras emergentes con un grupo, por mínimo que sea, tras ellas. El caso de Rosa Díez, habitualmente votada como ‘político más carismático’ en la mayor parte de las encuestas, aunque poca gente sepa cómo se llama el partido que la sustenta, es bien conocido. Ahora se unen, en la rumorología política, nuevos nombres más o menos conocidos por la ciudadanía: el del ex responsable de Comisiones Obreras José María Fidalgo, citado como posible ‘fichaje’ de la UPyD de Díez, por ejemplo; o el del ex responsable de Greenpeace en España, Juan López de Uralde, quien acaba de levantar bandera como hipotético líder de una formación (una más) de carácter ecologista.
Sería erróneo despreciar la importancia de quienes surgen al margen del ‘statu quo’ partidario imperante. Cierto es que intentos prometedores, como el de Ciudadanos, alentado por Albert Rivera, o algunos proyectos ‘verdes’ no necesariamente volcados a la izquierda, fracasaron tras algunos escarceos más o menos efímeros. Pero no menos cierto es que eran aventuras en solitario, algunas veces oportunistas, o en eso devinieron. Y también es verdad que el panorama de la influencia de los grandes partidos ‘tradicionales’ (mírese lo ocurrido en Gran Bretaña, en Italia, en las elecciones europeas, incluso en Francia) es rápidamente cambiante.
La opinión pública ya no se sustenta en ideologías clásicas, sino en personalidades y programas atractivos; ya no en las-siglas-de-siempre, sino en ideas rompedoras. Qué duda cabe de que la sociedad civil está generando, hoy por hoy, más figuras carismáticas que los partidos, aunque no podamos hablar tampoco de un excesivo dinamismo en el sector privado. Y tampoco puede dudarse de que la sociedad, por muy adormecida que en ocasiones pueda parecer, está reclamando propuestas participativas e ilusionantes.
No sé si Rosa Díez, el líder de Izquierda Unida Cayo Lara, Duran i Lleida, Gallardón, el hoy mediático Fidalgo o el citado López de Uralde, traen bajo el brazo proyectos lo suficientemente completos para merecer la confianza de los votantes españoles; seguramente no. Lo que sí me parece seguro, a la vista de lo que dicen las ‘tripas’ –es decir, un estudio más atento—de las encuestas, es que la política española reclama una sacudida desde los cimientos, y que bien harían PSOE y PP en considerar esta variable: hoy por hoy, siguen en sus planteamientos ombliguistas, sesteando de vacaciones los unos, en la casi surrealista pelea interna (como la de Madrid) los otros. La cómoda situación derivada de un bipartidismo solamente sobresaltado por un par de partidos nacionalistas –lo de Cataluña, claro, siempre es un caso aparte—, está a punto de acabar. Para bien o, quién sabe, quizá para mal.
(por cierto: intencionadamente no incluyo referencia ni foto a/de Baltasar Garzón. Pero me consta que algunos barajan su nombre para ofrecerle algo por una coalición de izquierdas. Ojo: non bis in idem, que decían los romanos…)
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