Asisto, hasta donde las televisiones me lo han permitido, a la sesión plenaria del Congreso de los Diputados, un acto verdaderamente surrealista con participación de apenas una treintena de parlamentarios: la pandemia nos está llevando a paisajes hace un mes inimaginables. El caso es que vivimos, se constata, un clima de indudable acercamiento entre las fuerzas políticas: mucho ha cambiado, así, el anterior lenguaje belicoso entre las dos principales formaciones políticas del país.
Pedro Sánchez llama a la unidad política y Pablo Casado le ofrece su apoyo. Inés Arrimadas, de Ciudadanos, que cometió, a mi juicio, el error de ausentarse de esta sesión plenaria –el Parlamento, en tiempos de crisis, es lo primero–, también apoyará incluso unos Presupuestos de nuevo cuño, acordes con la situación económica que se delinea. La oposición de Vox se limita a pedir que Carmen Calvo y Pablo iglesias salgan del Gobierno, pero no hay enmiendas a la totalidad, o a mí no me lo pareció, al menos. Junts per Cat, Bildu y la CUP también se ausentan: puede que el tema del tratamiento del coronavirus no les parezca lo suficientemente importante como para molestarse en ir ‘a Madrid’, que es como el Wuhan español. Y Esquerra Republicana de Catalunya…
Una vez más, en la sesión plenaria ‘restringida’ de este miércoles, quedó patente, a mi juicio, que el Gobierno de coalición y progreso, como ellos se califican, o el Ejecutivo social-comunista, como dicen los más radicales de la oposición, no puede vivir pendiente del apoyo que le preste ERC. Simplemente, desde ERC se habla de cosas diferentes al apoyo a la estabilidad del Estado, como quedó patente en la intervención de Gabriel Rufián, que no desaprovechó la ocasión para largar, de paso, una patada al Rey, que intervenía por la tarde en las televisiones ante los españoles. Pero eso, en fin, es otro tema.
Que no pido yo, ya digo, que no quepan las actitudes republicanas, faltaría más. Máxime tras algunos episodios recientes, que, de cualquier forma, poco afectan a la integridad patente de Felipe VI, aunque sí a la del anterior jefe del Estado. Lo que sí digo es que en este momento la máxima atención de constitucionalistas, independentistas y de los que están en posiciones que ni fú ni fa, debería ser el apoyo a una nación que sufre lo indecible y que se angustia por su futuro.
Decía Einstein que de las crisis surgen las grandes oportunidades. Sánchez desaprovecha la oportunidad de convertirse, con la crisis, en un estadista. No basta con sacar adelante unas medidas económicas que han sido generalmente aplaudidas y que, a mi modesto entender, son plausibles; hay que involucrar a todo el país en ellas, como hizo Adolfo Suárez, aunque en un contexto diferente y quizá menos grave, con los pactos de La Moncloa de octubre de 1977. El hombre que propició la primera Transición a la democracia supo aunar a patronal, a sindicatos, a la oposición de izquierda y a la de la derecha en dos grandes acuerdos, uno político y otro económico, que significaron un enorme avance para el país en todos los órdenes.
Sánchez, por el contrario, parece decidido a pactar consigo mismo –y con su socio de Unidas Podemos, claro—y a presentarse, cuando corresponda, como el único salvador de la patria afligida. Lo que, a mi juicio, sería un error de dimensiones inimaginables. La imagen que creo que conviene al país es la del presidente del Gobierno anunciando ‘sus’ medidas tras consensuarlas con los líderes de la oposición, que es, aunque mal escenificado, lo que en realidad ocurrió en la sesión plenaria de este miércoles.
A Sánchez hay que reconocerle el esfuerzo –no podía ser de otro modo, desde luego—y la prudencia –quizá inicialmente excesiva—ante una catástrofe mundial, de la que nadie tiene la culpa. Pero su capacidad de integración en un proyecto de reconstrucción del país, ni más ni menos que eso, está por demostrar. Lo mismo que su generosidad. Solamente incorporando a Pablo Casado, a Arrimadas y a quien quiera hacerlo a las tareas de la futura gobernación de España, que van a ser hercúleas, podremos afrontar una rápida recuperación, pienso. Y, desde luego, no será con las bravatas de Rufián ni con las demenciales salidas de tono de Torra como lo lograríamos: ellos solamente quieren la recuperación de una Cataluña ‘aislada’. La de los demás les da lo mismo. ¿O es que aún queda alguna duda? Resolver esa cuestión habría de ser la primera tarea a la salida, que esperemos que sea más pronto que tarde, de la catástrofe.
Fjauregui@educa2020.es
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