(¿Oh, es él!) (foto tras la investidura)
Este jueves, el día en el que se celebraba la ya antes muy conocida votación de investidura de Pedro Sánchez, recibí nada menos que cinco llamadas de medios extranjeros. Tres argentinos, uno chileno y otro portugues´. Es bastante frecuente que a los periodistas políticos veteranos nos telefoneen colegas de radios, televisiones y también de periódicos, de otros países para recabar en ocasiones especiales nuestras opiniones, convirtiéndonos en coyunturales corresponsales, por cierto ‘gratis et amore’. Los cinco que me llamaron ponían el acento en algo que obviamente no comprendían del todo: la influencia de Catalunya en un proceso político que ha llevado a la reelección de Sánchez como inquilino en La Moncloa aun habiendo perdido las elecciones del pasado 23 de julio. “¿Ha sido lo que podríamos llamar ‘factor catalán’ lo que ha determinado que sea Pedro Sánchez nuevamente el jefe del Gobierno español?”, me preguntó la directora de un programa argentino llamado La Voz de la Ciudad. “Sí, sin duda”, le contesté.
Asistí en directo este miércoles y jueves a los debates en el Congreso de los Diputados. Por supuesto, había expectación por saber lo que diría Sánchez en su intervención inicial, y lo que le respondería el líder de la oposición, el conservador Alberto Núñez Feijoo. Pero todo era previsible, como lo era el resultado final de la votación, que no era ningún secreto desde hacía días: 179 a favor de la investidura, 171 (PP y Vox) en contra. Los parlamentos de los dos políticos nacionales iban a consistir, y consistieron, en una batalla mutua en la que quedó patente la antipatía del uno hacia el otro y, mucho más importante que eso, que las ‘dos Españas’ machadianas siguen siendo incapaces de encontrarse en un planteamiento de acuerdos mínimos.
Así que las ‘terceras voces’, puede que algo más imprevisibles, que iban a acaparar las atenciones eran las de Gabriel Rufián, el portavoz parlamentario de ERC, y de Miriam Nogueras, de Junts. Porque de ambas formaciones ha dependido, como todo el mundo sabe, el éxito de la investidura de Sánchez, que negoció hasta el último momento los términos de su acuerdo con los partidos secesionistas catalanes, en medio del escándalo y la movilización en contra, con distintos grados de intensidad, de la derecha. Ciertamente, ninguna de las dos intervenciones, ni la de Rufián ni la de Nogueras, fue excesivamente complaciente a los oídos de Sánchez, según nos comentaron a los periodistas gentes próximas al presidente. El tono fue duro y el contenido, admonitorio: que no piense Sánchez, cuya fama de no decir siempre la verdad es casi legendaria, que nos puede engañar y no cumplir lo que ha pactado hasta la última coma. De que lo cumpla escrupulosamente, vinieron a advertirle, dependen la marcha y la propia duración de la legislatura, que, así, tendrá una permanente espada de Damocles sobre la cabeza.
Y ese era precisamente el clima en la mañana de este jueves en el Congreso de los Diputados: la sensación de que los dos partidos catalanes, mucho más que ningún otro, y más que nunca, tienen en su mano el control de una legislatura que empieza difícil, que se presenta bronca y en la que la amnistía va a ser solamente el comienzo de la batalla con la derecha; va a haber otras varias batallas, sin la menor duda. Algunas de ellas, sospecho, no las va poder librar Pedro Sánchez y, a partir de ahí, será interesante ver cómo sale del aprieto. Me resulta imposible concebir cómo podría aceptar cualquier tipo de consulta secesionista a los catalanes, de la misma manera que va a resultarle muy complicado dar cauce a algunas exigencias económicas que los ‘barones’ autonómicos del Partido Popular no van a tolerar, aludiendo a la ‘igualdad’ de trato a todos los españoles. Todo huele a combate político encarnizado cuando Sánchez va este viernes a prometer su cargo ante el rey Felipe VI.
Una hipótesis bastante barajada estos días es la de que no es la misma cosa el Sánchez que buscaba su investidura a cualquier precio y otra, bastante diferente, va a ser el Sánchez ya investido y habiéndose asegurado la continuidad al frente del Gobierno central español. Todos saben, repito, para qué decir otra cosa, que Sánchez no es precisamente un estricto cumplidor de su palabra ni de lo que promete. Y, en cambio, nadie sabe exactamente cuáles han sido exactamente los compromisos de futuro entre los negociadores del PSOE con los del Palau de la Generalitat y, sobre todo, con el hombre de Waterloo. De hecho, el nombre de Puigdemont parece como vetado, y apenas ha sido citado por los oradores socialistas en sus intervenciones parlamentarias del miércoles y este jueves. El ex president, el hombre que ha terminado de hacer posible la investidura de Sánchez, sigue siendo un personaje incómodo para La Moncloa, que sabe que su retorno a Catalunya va a marcar un momento especialmente difícil para el Gobierno de Sánchez.
Pero eso, claro, ocurrirá dentro de algunos meses, porque la tramitación parlamentaria de la amnistía será demorada todo lo posible por el Partido Popular en el Senado. Mientras, en esos meses, pueden ocurrir, y ocurrirán, muchas cosas, como intenté hacerles comprender a mis interlocutores latinoamericanos y portugueses. ¿Qué cosas? No sería, en estos momentos, capaz de adivinarlo. Pero, como más arriba decía, una de las posibilidades es que Sánchez trate de ir diluyendo en el tiempo y en el espacio sus acuerdos con ERC y Junts, que tanta batalla le han costado con la oposición, con las instituciones y con una mayoría de los medios de comunicación españoles.
Sí, esta ha sido la investidura dominada por los llamados ‘temas catalanes’, como lo fue la campaña electoral, como lo está siendo todo el proceso político español en general. Lo que ahora me resulta, insisto, difícil de imaginar es cómo va a seguir esto. La investidura ha concluido con un país dividido, encrespado, muy tenso; con unas instituciones, especialmente el poder judicial, casi en llamas, cuando están a punto de cumplirse cinco años desde que venció el plazo para la renovación del gobierno de los jueces; con bastantes colectivos que se sienten agraviados. Y con una oposición, la derecha, irremisiblemente dividida. Los excesos de Vox han horrorizado a los dirigentes del Partido Popular, que pienso que ya han tomado la decisión de ‘ir rompiendo’ lazos con la ultraderecha, cueste lo que cueste, que puede llegar a costar incluso el control de alguna autonomía.
Como siempre en los últimos tiempos me veo obligado a concluir este artículo de una manera similar a varios anteriores: veremos qué pasa. Lo único seguro, siempre lo digo (y se cumple), es que van a pasar muchas cosas. Y puede que ni el propio Pedro Sánchez, y desde luego ya no Puigdemont, que, con la investidura, ha perdido el protagonismo estelar de la situación, sean capaces de adivinar ahora qué es exactamente lo que va a suceder desde que el nuevo gobierno, cuya composición presumiblemente se irá anunciando este fin de semana, entre plenamente en acción.
fjauregui@periodismo2030.com
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