Sánchez vuelve a su casa en funciones, viendo a (una parte de) la sociedad civil

Más de un gobernante notorio ha dejado constancia del sufrimiento que significa regresar a suelo patrio tras haber degustado las mieles de una ‘cumbre’ internacional en la que te has visto rodeado, y palmeado en la espalda en plano de igualdad, por los grandes de este mundo. Luego regresas y te encuentras con las críticas domésticas, con la pequeñez de esos seres a los que tienes que contentar y que nunca ocuparán las portadas de ‘Le Monde’ o del ‘New York Times’, ni serán saludados, vade retro, por ese peligro ambulante llamado Boris Johnson. Bueno, pues ese es el caso de Sánchez, regresando del G-7 y encontrándose en casa con la ‘sociedad civil’, sea eso lo que fuere.

Será por miopía culposa, pero ignoro realmente en qué va a contribuir eso de encontrarse con colectivos de la memoria histórica, o LGTBI, o yo qué sé, de cocineros por la paz, pongamos por caso, al éxito de la investidura del presidente en funciones, cosa que tendría que producirse en el curso de los próximos veinte días. Me parece muy conveniente, como hizo Macron a raíz de la crisis de los ‘chalecos amarillos’, que un representante de la ciudadanía escuche a la sociedad civil, o sea, a todo el país, para recibir sus quejas, sus iniciativas y hasta secar sus lágrimas, llegado el caso. Pero Macron invirtió en ello cuatro meses, sin nada que ver con una situación preelectoral como la nuestra y viajó a los lugares donde se detectaban los problemas; nada de entrevistas exprés en La Moncloa con gentes más o menos próximas en sintonía con un ‘Gobierno progresista’, sea eso también lo que sea según la concepción pedrista.

El caso es que Sánchez dedicará esta semana, nos dijo la portavoz gubernamental, a encuentros con la sociedad civil, que es concepto magmático que abarca muchas cosas. ¿Es Oscar Camps, el de Open Arms, con quien el presidente en funciones no ha querido hablar, sustituyéndolo no sé si con ventaja por Richard Gere, sociedad civil? ¿Lo es Pere Aragonés, el ‘número dos’ de la Generalitat catalana? ¿Lo es Salvini, con quien no consta que haya hablado en momento alguno cualquier miembro del Ejecutivo español? ¿Quizá el alcalde de Lampedusa, que dice que no entiende qué pinta allí el buque de la Armada ‘Audaz’?

Bueno, pues todos ellos han protagonizado momentos mediáticos en los que el Gobierno, con Sánchez a la cabeza, ha estado ausente. Y lo digo sin desdeñar los méritos del ‘equipo Redondo’, susurrando a periodistas mensajes que, entre otras cosas, terminan de crucificar a Pablo Iglesias, a quien se presenta, no sin razón, como el gran culpable de tenernos a todos como rehenes de su ‘sí’ o su ‘no’ a la investidura del ‘jefe’. Claro que, al tiempo, se obvian las responsabilidades del propio Sánchez, que parece estar aguardando a concluir sus ‘minicumbres’ con ‘esa’ sociedad civil para ofrecer un programa a quien quiera secundar su gobernación en solitario. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Todo para Pablo, pero sin Pablo.

El riesgo de este tipo de iniciativas, como la de Sánchez, es que todos nos sentimos sociedad civil, la sociedad civil somos, deberíamos ser, todos. Y hay muchos más sectores –especialmente si son críticos y conflictivos—que se sentirán sin duda marginados del apretón de manos presidencal que los que se piensan honrados con él. El caso es que, entre pitos y flautas, entramos en una nueva semana sin ver luz al final del túnel, y ese final tiene fecha de caducidad: dentro de veinte días. Quo vadis, Sánchez? Y, sobre todo, ¿adónde nos llevas?

fjauregui@educa2020.es

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