Se te va muriendo, de golpe, demasiada gente conocida. Hoy me ha golpeado, desde El País, la noticia del fallecimiento de Nacho Montejo, abogado, clandestino en los tiempos de la clandestinidad –que a momentos compartimos–. Un pedazo del pasado (y no era mucho mayor que yo, lo que debería ir haciéndome meditar). No sé de qué ha muerto, ni sabía si estaba enfermo. Antes se me había muerto Manuel Fernández Cuesta, que fue mi editor, mucho más joven. Y Alejandro Fernández-Pombo, que fue mi presidente en la Asociación de la Prensa (a este, por edad, quizá sí le tocaba morirse). De Concha García Campoy no podría decir (soy de los pocos, a tenor de lo que he venido oyendo y leyendo) que fuese mi amiga: mantuvimos algún sonoro encontronazo profesional. Pero admiré cómo llevó esta última lucha.
Y apenas hace un mes que acudí al emocionante acto conmemorativo de mi querido Emilio Octavio de Toledo. Lo dicho: puede que el tiempo pase demasiado rápido, o que para algunos de los mejores se detenga demasiado bruscamente…
Deja una respuesta