Uno de los lemas luego más repetidos de aquella nueva ‘revolución francesa’ de mayo de 1968 rezaba así: “seamos realistas, pidamos lo imposible”, decían algunas pintadas en los Campos Elíseos o en el Barrio Latino de París. Luego, muchos años después, aquel 15-m, los ‘indignados’ adoptaron paradójicos y sugerentes lemas de este tenor. Pero la imaginación y el humor estuvieron, es de temer, bastante ausentes en las ‘marchas por la dignidad’ de este sábado, que aún coleaban en la madrugada del domingo, ya desprovistas, merced a la actuación de algunos extremistas muy minoritarios, pero también muy violentos, de su carácter inicial de protesta pacífica y razonable.
La jornada del sábado 22 de marzo de 2014 será histórica por bastantes conceptos y tendrá, sin duda, consecuencias. Las tendrá la muerte física de un gran presidente, Adolfo Suárez, que agonizaba mientras las gentes, venidas de toda España, pero especialmente de Extremadura y Andalucía –las dos comunidades más golpeadas por la crisis—manifestaban su descontento, su decepción, su angustia, por las calles de Madrid. Esa propia gran marcha, que colapsó el centro de ese manifestódromo que es la capital española, también debería quedar plasmada en algún tipo de reacción oficial, más allá de la absurda descalificación comparándola, como hizo el presidente de la Comunidad madrileña, con el ‘ultra’ Amanecer Dorado griego. Y más allá, desde luego, de la mera crónica policial: ¿cómo no condenar la conducta incivil y antidemocrática de quienes, aprovechando la marea pacífica, se vuelven tiburones que todo lo destrozan a su paso y son capaces de agredir a la propia policía, que se defendió como pudo, creo que esta vez sin excederse?
Pero eso es la anécdota, más que discutible, que no invalida lo anterior. La categoría es el descontento de amplias capas de la ciudadanía con una manera de gobernar que pertenece a un pasado con el que Adolfo Suárez, por ejemplo, comenzó a romper, aunque la obra del hombre que en once meses dio la vuelta a un Estado injusto quedó inconclusa: una democracia se perfecciona día a día, nunca es una obra lo suficientemente perfecta y acabada. Y conste que no quiero justificarlo todo en una marcha en la que se pidieron, como en las pintadas de la Sorbona y Nanterre, cosas imposibles, como que España no pague la deuda. ¿Cómo es posible que una formación política seria, en alza, que compone un grupo parlamentario en el que figuran gentes como Cayo Lara y Gaspar Llamazares, secunde semejante exigencia, plasmada en buen número de pancartas? ¿Pueden secundarla los sindicatos? ¿Se trataba, por otro lado, de una manifestación de protesta económica o de un intento de plebiscito pro República, a la vista de la cantidad de banderas tricolores, allí impertinentes, pienso, que se exhibían? ¿Era el ‘actor’ Willy Toledo, figura antisistema y folclórica por principio, la persona más idónea para dirigir una soflama a los asistentes?
La exasperación de una parte de la sociedad existe, el abandono, por un sector significativo de la población, del apoyo a los dos principales partidos del arco parlamentario también existe, y las encuestas nos hablan semana tras semana del poco aprecio de la ciudadanía a unas formas de comportamiento de eso que se llama ‘clase política’. Una clase que debería, incluso mirando a lo que está sucediendo en el mundo –también por eso, porque se oyeron los primeros disparos en Crimea, la jornada de este sábado fue histórica–, pensar en ir modificando cuanto antes sus pautas de comportamiento. Pues ¿no vemos que hasta la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, ex presidenta del Senado, ex ministra y figura en alza en la ‘contestación interna’ dentro del partido gobernante, reclama que se pida perdón por los casos de corrupción dentro de su propia formación política?
Creo que, en efecto, es la hora, más que de pedir perdón ante la leche derramada, de arbitrar soluciones para que nada de eso vuelva a suceder, para que una política más equitativa quite la espoleta de muchas protestas justificadas y deje a algunos ante su propia demagogia de exigencias imposibles. Pero nuestros representantes permanecen como aletargados, culpando a agitadores, o al mensajero, o vaya usted a saber a qué malvada mano oculta, de una desafección que poco tiene que ver con el mensaje oficial de que todo va bien. Algunas cosas van en camino de la mejora, es cierto. Pero cualquiera que, sin los anteojos oscuros para no ver, se diese una vuelta el pasado sábado por la plaza de Colón, que amenaza con ser, junto con la Puerta del Sol, nuestra particular plaza de Tahrir, podrá comprender que no, no todo va bien. Y alguien, desde las tribunas oficiales, debería reconocerlo un día de estos, más pronto que tarde. Es, en efecto, posible dar más, aunque algunos se empeñen en pedir lo imposible.
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