¿Son los indultos inevitables? Claro que no

La España bismarckiana, ese país que es el más fuerte del mundo porque sus habitantes tratan de destruirlo desde hace siglos y aún no lo han conseguido, encuentra un nuevo motivo para dividirse en dos: los indultos, claro está. Lees algunos medios y tienes la sensación de que esta medida de gracia a los presos catalanes, que lo están por sedición y malversación, es casi inevitable. No lo es en absoluto, y, en estos momentos, me arriesgo a apostar más bien contra la concesión de indultos por parte del Gobierno de Pedro Sánchez, aunque sin duda ‘algo habrá que hacer para suavizar tensiones con la Cataluña independentista’, como me dijo ayer un socialista relevante.

¿Se atreverá Pedro Sánchez, al frente de su elenco ministerial y de un equipo que dice que se tiraría a un barranco por el jefe, a desafiar nada menos que al Tribunal Supremo y a cerca de un ochenta por ciento de los españoles de fuera de Cataluña–dicen las encuestas, ojo—concediendo, sin más, los indultos a Junqueras y a sus siete compañeros aún encarcelados? No lo creo, aunque veremos. Porque Sánchez e Iván Redondo, que son los cabezas del pelotón, ya han mostrado hasta la saciedad que aman el riesgo, quizá porque siempre han salido con bien del peligro. Pero esta vez el peligro es mayor y está ahí, al despertar, como el dinosaurio de Monterroso.

Pienso que, a última hora, se impondrá la sensatez de no arremeter contra un escrito judicial, nada menos que del Supremo, que es un inequívoco aviso a navegantes que idolatran la tormenta. Porque hay otras soluciones al margen de declarar la guerra a los inquilinos de Las Salesas. Y a buena parte de la opinión pública, a una oposición que también adora, parece, la batalla cruenta, y a un sector del propio PSOE. Que ya se ve que en el socialismo hay gentes relevantes, como Guerra o Felipe González, o García Page, o… a los que disgustaría no poco ese “gesto de valor” del torero Sánchez, situado en la ‘porta gayola’ de decidir unilateralmente sacar de Lledoners a los políticos presos –‘presos políticos’ en la otra versión, que el orden sí altera el producto—allí aún residentes .

Y digo yo: ¿por qué no contempla Sánchez un acercamiento a la oposición –difícil, ya lo sé, y no solo por culpa de Sánchez—para proceder a una reforma legal en el Código Penal, del artículo 544 y siguientes, referentes a la sedición? A los técnicos del Partido Popular les iba a ser muy difícil argumentar en contra de que la sedición, como por otra parte la rebelión –recuerde usted aquella agria y ya olvidada polémica sobre si lo de Junqueras y los demás era un delito o el otro–, están mal definidas y peor tipificadas en el Código. Quizá demasiada severidad, acaso un excesivo aroma de pasado que se entronca en el golpismo del siglo XIX.

Claro que, para eso, Sánchez tendría que llamar por fin a La Moncloa a Pablo Casado, darle alguna satisfacción –y dárnosla a quienes creemos en una democracia mejor–, como convocar el debate sobre el estado de la nación, amainar esas brocas de cada miércoles en las sesiones de control parlamentario. Porque esas broncas, y han de entenderlo de una vez tanto Sánchez como Casado –de los extremismos ya ni hablo–, son pésimas para la marcha del Estado y, además, al personal que votamos y pagamos sus sueldos nos disgustan sobremanera.

El mejor éxito para el independentismo irredento sin remedio sería que, a cuenta de los indultos, se abriese una nueva fractura y se acelerase el camino hacia ese barranco por el que Iván Redondo nos dijo que estaba dispuesto a tirarse en aras de su jefe. Menuda argumentación esa de que el ‘liderazgo valiente’ consiste en enfrentarse a la opinión pública y a la mayor parte de la publicada; esas políticas testiculares, de ‘aquí se hace esto porque a mí me sale de los…’, son las que tantas veces nos han perdido.

Alguien debería reflexionar sobre la necesidad de cambiar el rumbo de las cosas y, en lugar de utilizar el tema de los indultos para dar cada vez más cancha a Esquerra Republicana de Catalunya, el aliado tácito y poco deseable, aprovechar para lanzar un mensaje a todos los catalanes y al resto de los españoles: España unida tiende una mano hacia la conllevanza orteguiana con la autonomía catalana.

Es preciso mostrar que España, con su Gobierno central y su principal oposición a la cabeza, está dispuesta a emprender reformas que, sin duda, acortarían la estancia de los presos en la cárcel –y eso no parecería nada mal a muchos, hartos de una cuestión que es ya claramente inconveniente y perjudicial para un mutuo entendimiento–, pero que también serviría como advertencia contra nuevos anhelos golpistas. Un indulto sentaría un precedente, casi una jurisprudencia, que sería casi un acicate contra nuevas tentaciones de repetir los desmanes de octubre de 2017. Si se repitiesen aquellos actos, los tribunales y la prisión seguirían ahí, aunque las sentencias fuesen, en virtud de la reforma penal que preconizo, más leves y proporcionadas. Porque el Estado, y esto no debe ser una utopía, es firme y fuerte, pero también generoso. E igualmente, quiero creer, imaginativo. Aunque eso habrá aún que verlo.

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