Susanos y gusanos, murcianos y marcianos, maduros y morados verdes…Maadre mía

Me voy a permitir hoy, en lugar de hacer el habitual resumen de fin de semana, traer a colación dos ejemplos, que me tienen como sujeto paciente, que quizá sirvan para ilustrar, desde lo particular a lo general , lo ocurrido en estos siete días trepidantes. Así que voy a ello.

Ejemplo uno: se me ocurrió decir en una televisión y en una radio que, con la que está cayendo en el mundo, en España y en la Cataluña en la que Puigdemont hace algo –o demasiado– el cateto en los Estados Unidos de Trump, van las fuerzas políticas nacionales y deciden instalar su campo de batalla…¡en Murcia!. Frase, sin duda desafortunada en su expresión, pero realista en su contenido, que fue interpretada, quizá con razón, por algunos tuiteros murcianos como despectiva hacia aquella región, que ellos consideran, por lo visto, merecedora de guerras de primera categoría. Y no, no había nada de despectivo en mi ánimo, pues respeto a Murcia y sus habitantes tanto como a los cántabros patrios, a los vascos, a los andaluces o a los catalanes.

Simplemente, me parece que esos marcianos que son nuestros políticos, llámense del PP, del PSOE y, en este caso, también de Ciudadanos, han aprovechado un conflicto (inventado, además) local para sacudirse allí donde sus menguadas fuerzas alcanzan, ya que en otros terrenos más amplios o no se atreven, o disimulan. Y, así, los marcianos se lanzan en paracaídas sobre los murcianos, generando una controversia que los demás habitantes de este secarral político llamado España no acaban de entender.

Y decía, y digo, que dos figuras de la, ejem, talla de Pedro Sánchez (el de Murcia) y Pedro Sánchez (el de Pozuelo, o Majadahonda) no pueden estar polarizando los titulares de la vida nacional, tan acongojada, insisto, por esas dispendiosas grandiosidades que se inventan los separatistas catalanes viajeros a ultramar, por ejemplo. En España, en la España de los subterráneos, se negocian estos días muchas cosas de cara al futuro, se conspira bastante y se construye –véanse los Presupuestos, que acabarán aprobándose, al menos los de 2017; o el déficit, que cuadra; o ese pacto por la Función Pública—afortunadamente algo más. ¿Por qué distraerse provocando en Murcia un altercado a base de amenazar con una repetición de elecciones que ni siquiera desean los que la propugnan con la boca pequeña, entre otras cosas porque las perderían?

Pero, claro, la simplificación tuitera, que todo lo reduce a ciento cuarenta letras y a veces a ninguna idea, lapida sin piedad a los ingenuos, a quienes se distancian de las ideas básicas y también a los que –como, sin duda, fue el caso de quien suscribe—en ocasiones no saben expresar con la suficiente nitidez y parsimonia sus ideas: tampoco la velocidad de las tertulias radiofónicas y televisivas permite muchas florituras ni demasiadas precisiones. Así que perdón, en lo que me quepa, a los murcianos. Y hasta a los marcianos, que no merecen, me temo, tantas disculpas en su pelea estratosférica contra los selenitas, que no son precisamente murcianos.

El segundo ejemplo me resultó más doloroso en lo personal. Y es que ando estos días trabajando en una investigación periodística (y científica) sobre tema educativo. Es, sin duda, el mayor reportaje que he acometido en mi vida, uno de los mejor intencionados, y en el que llevo ya cuatro meses afanándome. En mis pesquisas me ayudan desde el Ministerio de Educación hasta autoridades autonómicas y municipales en la materia, de todo pelaje político y de toda España, pasando por responsables de institutos públicos y colegios privados y concertados.

Hasta que llegué a Andalucía. Y me veo forzado a contar mi experiencia del pasado viernes por la mañana, sin ánimo de polemizar ni de politizar, para lo que sirva. Que ojalá sirva, más allá de la previsible lapidación que caerá sobre mi cabeza.

Ante la inutilidad de mis requerimientos a la Consejería de Educación de la Junta, donde me transferían de una persona a otra sin obtener los más mínimos resultados, decidí ir de Ayuntamiento en Ayuntamiento por las principales ciudades, comenzando por las provincias de Huelva, Cádiz y Jaén, en busca de manos caritativas oficiales que colaborasen conmigo a la hora de contactar con centros lectivos locales.

Durante algo más de tres horas, de diez a trece, traté de contactar con los responsables educativos en los ayuntamientos de Vejer, Algeciras, Jaén, Huelva, Baeza, Linares, La Carolina, Ubeda, Cazorla, Jerez, Puerto de Santa María, La Línea, Antequera, Tarifa y Ayamonte. En ninguno de estos municipios respondían, o el marcador indicado en el contestador te llevaba a ninguna parte, o la secretaria de turno estaba –dijeron palmariamente—desayunando (a las once am) o, cuando no desayunaba, te espetaba que debías solicitar cita previa con la señora concejala, y preferiblemente no en viernes, faltaría más. Solamente el loable caso de Ayamonte constituyó la excepción: la concejala Gema Martín respondía poco después a mi llamada, diciendo que era “su obligación” atender a las pesquisas periodísticas, cosa con la que no puedo estar más de acuerdo. Ya por la noche, y tras expresar en una radio mi desconcierto por lo vivido en la mañana, me llamó también la alcaldesa de Jerez de la Frontera. Y punto.

Claro que, como digo, no quiero politizar este caso, ni tampoco el de Murcia. No hablo de socialistas versus populares, con el aditamento podemita y/o ciudadano. Y tampoco estoy diciendo que las instancias oficiales en la Andalucía de Susana Díaz no funcionen, que obviamente evidencian un funcionamiento mejorable, sobre todo, parece, los viernes; la verdad es que Junta, Ayuntamientos y otras muchas instancias parecen más instaladas en la feria que en la faena desde mucho antes de que la señora Díaz llegase al palacio de San Telmo. Quizá demasiados años de rutina y de dominio del cortijo. Y eso que, afirmo ahora que ya se ha convocado la fecha para las primarias del PSOE, personalmente prefiero una victoria de la señora Díaz a la de Pedro Sánchez, ya mentado antes.

Trato, apenas, de ejercer mi deber crítico para con lo que entiendo, con mi modesta pero larga experiencia profesional, que marcha mal. Lo que estoy diciendo, sin tapujos, es que este país no funciona en determinados ámbitos, y este déficit, que obviamente no se circunscribe a esa Andalucía que hoy me sirve como ejemplo, ha de corregirse con el mismo afán con el que, a mi entender, ha de emprenderse la reforma legal en tantas cosas y la constitucional en algunos, puntuales pero muy importantes, temas. Convendría aplicarse a lo sustancial y levantar el andamiaje de un proyecto de país –que pasa, claro, porque los contestadores telefónicos de los ayuntamientos tengan un oído solícito al otro lado—, que es algo que, por el momento, como decía Joan Maragall ya en 1902, sigue, ay, sin existir. Cosa que ya nos reprochan, al resto del país, y sin pararse a mirar la viga en el ojo propio, esos viajeros al absurdo de una sala mediana en Harvard, los puigdemont de turno, que presumen, paletos ellos, de que entre sus interlocutores estadounidenses figuraba aquel ex asesor del ex Clinton que inventó la frase, tan tonta, insultante, repetida y manoseada luego, “es la economía, estúpido”.

Pues eso: “son las cosas de comer, estúpidos”. No nos equivoquemos entre marcianos y murcianos, entre Siria y Soria, entre ‘susanos’ y gusanos, entre maduros y verdes –perdón, morados–. Porque, a este paso, no sé a dónde iremos a parar, si al Puerto Lumbreras de Pedro (Antonio) Sánchez o al Puerto de Santa María, donde quien te responde, cuando te responde, en el teléfono municipal, hasta equivoca el nombre de los concejales. Menudo lío, que diría Rajoy. Y Puigde, un poco tramposo, conferenciando en Trampalandia, hala.

fjauregui@educa2020.es

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