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(bien está verse con Monti. Pero ¿qué tal también con Rubalcaba, Mas, Urkullu, Cayo Lara, Méndez, Toxo, quizá con algún parado, algunos colectivos de la sociedad civil? La Moncloa se está convirtiendo en un lugar muy solitario…)
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La idea de celebrar una ‘cumbre’ bilateral entre Mariano Rajoy y el jefe del Gobierno italiano, Mario Monti, es, sin duda, una buena iniciativa. Europa debe saber que Italia y España están unidas (¿lo están?) en sus planteamientos y reivindicaciones, y sin duda el primer ministro italiano conoce mejor al presidente del Banco Central Europeo, su compatriota, tocayo y dicen que amigo Mario Draghi, para hacerle llegar las voces de los dos países mediterráneos, la tercera y la cuarta potencias del euro. Que Rajoy haya, al menos, tomado ese impulso me hizo exhalar un suspiro de alivio: las cosas, en Moncloa, no están tan empantanadas como parece…¿O sí?
Porque la peregrinación para encontrarse con Monti no basta, aun en el supuesto de que Madrid y Roma firmen un pacto de hierro frente a algunas incomprensiones europeas. Ni basta con llamar “clandestino” al BCE que preside un omnipotente Draghi (¿no sería mejor que los supercargos, como el de presidente del BCE o el de director del FMI, viesen limitados o supervisados sus enormes y a veces arbitrarios poderes?). Ni es suficiente moverse con habilidad para escapar de la incomprensión de los que mandan en Europa, conciliando la cercanía a Hollande con el respeto a Merkel. Ni, ya lo ven, a la maldita prima de riesgo le basta con vaciar los bolsillos de los españoles para disminuir su excesiva estatura.No. Nada de esto es suficiente, aunque pueda ser necesario. El Mariano Rajoy patético admitiendo que no le gusta lo que nos y se está haciendo, el que dice que no puede elegir entre lo malo y lo bueno sino entre lo malo y lo muy malo, ni convence a los mercados, que han encontrado un filón en la España que se desangra, ni capta voluntades entre los ciudadanos españoles, que se sitúan entre el pasotismo, la manifestación callejera, la fuga de capitales (los que pueden, claro) y la huída al extranjero. A Mariano Rajoy, que es un buen tipo, que está sufriendo lo indecible pese a su hieratismo, al Mariano Rajoy que se reúne en la semioscuridad con periodistas para pedirles ayuda (con lo poco que le gustan a él los periodistas), a este Mariano Rajoy al que le estamos viendo las costuras, le hace falta un plan.
Dicen quienes bien le conocen que, cuanto más se lo digan los periódicos, menos caso va a hacerles; les pasó igual a algunos de sus predecesores. Pero la mayoría de los comentaristas han convertido ya en un clamor la petición de que el solitario de La Moncloa adopte un plan de POLÍTICA, con todas las mayúsculas, imaginativa y audaz. No entiendo como es posible que no haya llamado a Alfredo Pérez Rubalcaba –sí, ya sé que se hablan mucho por teléfono, pero me refiero a otra cosa—para proponerle un acuerdo que implique reformar la Constitución, sobre todo en el Título dedicado a las autonomías, dividiéndolas entre las históricas y las creadas en 1978. No entiendo que nunca se haya vuelto a convocar la Conferencia de Presidentes Autonómicos. Ni que se haya pospuesto el debate sobre el estado de la nación. Ni que se haya obviado detallar un programa de adelgazamiento del Estado, comenzando por el recorte –recorte, sí—del número, claramente excesivo, de los políticos y la venta, aunque sea a la baja, qué le vamos a hacer, de algunos activos del todavía muy rico país llamado España.
Ya sabemos, ya, que los periodistas no somos quienes para dar consejos a los gobernantes: ellos saben más, o así lo piensan, porque tienen información de primera mano de la que los demás mortales carecemos, aunque a ellos les falte casi siempre el contacto más directo con la calle, con los que de verdad padecen los ajustes. Pero los periodistas, los que escriben en los periódicos, hablan en las radios o en las televisiones, lo que hacen –salvadas las excepciones de quienes se creen oráculos—es recoger voces. Y un ochenta y nueve por ciento de los españoles –89 %– piden que se concrete un gran pacto que ponga en marcha ese plan.
A José María Aznar, entonces presidente y embarcado en la guerra de Irak, le pregunté cómo diablos se atrevía a continuar con la presencia española en aquella aventura disparatada, cuando el 83 por ciento de los encuestados la repudiaba. Recuerdo la respuesta, textual: “propio es del estadista saber desafiar a la opinión pública cuando conviene”. Luego pasó lo que pasó.
Pues eso. Que está muy bien lo de Monti, pero que, para enseñar la casa a los de fuera, antes hay que hacer algunas tareas domésticas que se demoran demasiado.
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