Todos, todos, conocemos (conocen) a Mario, le hemos tratado de tú a tú, es un amigo universal de esa clase presumida de españoles entre los que están plumíferos, locutores, politiquillos, periodistillas y, en general, pelotillas, peloteros y presuntuosos. Grande falacia en tantos casos; cierto que Mario (Vargas Llosa, of course) se ha forjado en España, en Barcelona para ser más concretos, pero hay que ver la de amigos/columnistas que le han salido.
Recomiendo, a este respecto, la lectura del blog de primo Ignacio, que, como es un cachondo, se ríe de sí mismo a este respecto (los parientes siempre lo hemos embromado con su tendencia a decir que, cuando viene a Madrid, no tiene tiempo para vernos, porque ‘tiene que quedar con Mario’). Genial, como siempre, prez de los jáureguis.
No, yo no conozco personalmente a Mario. Claro, le he visto en carne mortal, a lo lejos, en saraos en los que él era siempre protagonista y uno, pues uno del montón, como es natural. Admiro a ese tipo que escribió ‘Conversación en la catedral’, que me marcó, y me repatea ese tipo que escribió lo de la niña buena, menudo coñazzzo de novela, y encima nos da lecciones de moral política, como si en Perú se pudiese ser otra cosa que revolucionario. Y en Barcelona, nacionalista.
Pero claro, uno se salva de cualquier fuego purificador y/o purista cuando ha escrito lo de la fiesta del chivo o ‘Los cachorros’, que me parece que es su segunda novela, cuando Mario –queremos tanto a Mario…– era mucho más puro, mucho más curioso, cuando le indignaban las mismas cosas que a usted o a mí. El triunfo no siempre trae aparejada la calidad, y tengo para mí que, a excepción de lo del chivo, a Vargas Llosa le ha pasado lo que a nuestro último Nobel: que, a base de tanto éxito, sus textos van degenerando. Pregunto lo mismo que Santiaguito en la conversación en aquel bar llamado La Catedral: ¿dónde te jodiste, Mario?
No me malinterpreten: claro que me alegro. Cualquier reconocimiento al español me alegra y si me recuerda, de paso, aquellas tardes de lectura inolvidable –ay, Cortázar, Cortázar, ¿por qué a tí, enorme genio, nunca te dieron un Nobel, algo?– de los literatos que llamábamos sudamericanos, me alegro aún más. Enhorabuena, Mario.
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