No sé por qué –o sí—detecto una sensación de cierta aprensión en una mayoría de mis compañeros ante las medidas que este miércoles anunciará el presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados. Unas medidas tendentes, dicen, a ‘regenerar’ a los medios de comunicación, o al menos a aquellos que La Moncloa considere que están sumidos en el ‘fango’, la ‘fachosfera’, el ‘bulo’, etcétera. ‘Regenerar’ es palabra opuesta a ‘degenerar’ y sin duda ha sido bien elegida por el complejo de asesores monclovitas. Porque, es cierto, en España hace falta una gran regeneración. Política, no solo mediática. Y creo que el primero que debería meditar en esa regeneración que precisamos es el propio Ejecutivo, y luego todos los demás.
Lo peor de todo es que las medidas que pueda anunciar Sánchez dentro de unas horas las desconocemos a estas alturas. Imaginamos, sí, un corte de fondos públicos a determinados medios, sin que se haya publicado jamás un estadillo lo suficientemente exhaustivo sobre a dónde van a parar las ayudas, oficiales y extraoficiales, que este Gobierno hace llegar como publicidad, entre otros beneficios, a unos, otros y los de más allá. Y no a los de más acá. Supongo que es algo, como los vetos y promociones a determinados tertulianos, etc, que no solamente este Gobierno en particular practica; pero es cierto que en estos últimos seis años se han batido récords de escalofrío en el montante de la publicidad no solo institucional, sino simplemente gubernamental. Si de regeneración hablamos, comencemos por conocer exactamente cuánto gastó, por ejemplo, el Ministerio de doña Irene Montero en unas campañas que, además, eran simplemente disparatadas.
Imaginamos que esta iniciativa de ‘regeneración mediática’ instada desde La Moncloa tiene no poco que ver con las informaciones publicadas por varios medios –nunca por otros—sobre las actividades profesionales de doña Begoña Gómez. La mujer del presidente ha acaparado, lo admito, quizá demasiadas portadas. Y excesivos ataques desde una oposición que debería prever que antiestéticos y quizá poco éticos puede que sean los hechos que han narrado compañeros que son magníficos investigadores, no agitadores ni facciosos. Pero son hechos que, me parece, tendrán una difícil calificación penal, por mucho que el juez Peinado se empeñe en lo contrario. Y, cuando la cosa quede en nada, o casi, desde el punto de vista penal, habrá quien, olvidando la parte de lo antiestético, vuelva a hablar de ‘persecución’, ‘fango’ y todo eso que tanto está enlodando, nunca mejor dicho, la vida política española.
El ánimo de ‘vendetta’ tiene poco que ver con un espíritu verdaderamente regeneracionista –hay tanto que regenerar en la viciada política española antes de ir a por determinados ‘tabloides’…–. Y menos aún tiene que ver con la ley europea de libertad de medios, que los periodistas habríamos de analizar con mucho cuidado para no caer en trampas que, esas sí, son verdaderos bulos: lo que en la UE se regula tiene escasa relación con esos ‘códigos deontológicos ad hominem’ que aquí pretenden imponernos y por los que acabarán pagando justos por pecadores –que, sin duda, en nuestras filas de estos últimos también hay–.
Creo que no está autorizado a proclamar su amor por la libertad de expresión y por un periodismo impecable quien no facilita en absoluto el ejercicio de nuestra profesión, impidiendo un mínimo ejercicio de transparencia y de acceso igualitario de los medios a la información oficial. Siento decirlo, pero me preocupa no poco la discriminación gubernamental contra muchos medios, que es algo que tiene que ver con la crítica al presidente y a los ministros, a ese entramado institucional del que se han apropiado, y mucha menos relación con los bulos, las falsedades, los sectarismos que, sin duda, también se dan entre nosotros. Y eso es acaso lo peor, que afrontamos muy divididos el debate que nos viene: nos han clasificado o como ‘fachosferosos’ o como ‘pesebristas’, y aquí y ahora nadie parece libre de culpa, sea esta culpa la que fuere.
Sí, presidente, la regeneración empieza en casa. Y, cuando afecta a un sector como el de los medios, debe incluir también la consulta a aquellas organizaciones corporativas que, en teoría, deberían ser parte sustancial de la sociedad civil. Esa que en España es, ay, tan débil, entre otras cosas porque desde los poderes se han, secularmente, cercenado sus alas. Y esa, devolver esas alas a la sociedad civil, habría de ser, junto a restablecer el prestigio del Código Penal, la primera tarea regeneradora en esa democracia de la que a muchos nos gustaría presumir y no podemos hacerlo.
fjauregui@periodismo2030.com
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