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(Pues claro que lo que dijo Torra es preocupante)
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Nadie se engañe: con Quim Torra no existe negociación posible, por mucho que, entre las trescientas setenta medidas anunciadas el martes por Pedro Sánchez para lograr su investidura, el ‘diálogo’sea la única fórmula, y además expresada de forma genérica, para referirse al espinoso tema de la tentación independentista de una parte de los catalanes. Y sucede que, en esa parte, figura descollante es Quim Torra, el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya, que este jueves acudió a Madrid para, en un acto organizado por los desayunos de Europa Press, lanzar su particular misil: la palabra, ahora, para él, es ‘confrontación’.
Confrontación con el Estado (o sea, con España), confrontación con Pedro Sánchez, que, a juicio de Torra, ha perdido la oportunidad del posible entendimiento ‘con los catalanes’, confrontación con el poder judicial. Cuando la sentencia del Supremo contra los golpistas en prisión preventiva se haga pública, sugirió el orador, ya podemos ir preparándonos, si esa sentencia no es –que no será, con toda seguridad—absolutoria.
¿Preparan Torra, y Puigdemont desde Waterloo, un escenario ‘ a la hongkonesa’, es decir, como ocurre en la isla china, de enfrentamiento callejero rayano casi en la violencia, aunque bien se encargó el molt honorable de decir que el movimiento será pacífico? Le lancé esta pregunta y Torra no solo no desmintió, sino que pareció, sin decirlo explícitamente, confirmarlo. “Estoy convencido de que los catalanes no tolerarán otra sentencia que la absolución”. ¿Volverán a plantear unilateralmente un referéndum de autodeterminación, como el 1 de octubre de 2017, cuando se desató la gran tormenta? Torra, eso sí, procuró ser muy claro: lo harán si las condiciones lo exigen (y, sugirió, todo le indica que lo exigirán).
Con el lazo amarillo en la solapa –como todos sus colaboradores cercanos– , Torra estuvo correcto en las formas, pero intransigente en el fondo: ya ha pasado la hora de las componendas, y todo va de ‘sí’ o ‘no’. Sabe que el Gobierno central está débil, pendiente de lo que diga Podemos acerca de la investidura de Sánchez, y quiere explotar este momento de debilidad. Por eso, para advertir sobre el próximo apocalipsis que él desencadenaría previsiblemente en Cataluña, acudió a Madrid, no para entrevistarse con autoridad alguna, y menos con Sánchez –anunció el ‘no’ a su investidura–, sino para lanzar la declaración de guerra ante los micros de la prensa allí congregados.
La ‘confrontación’ universal, tan imprudentemente lanzada a los aires por Torra, incluye, da la impresión, también a los ‘otros indepes’, es decir, a Esquerra Republicana de Catalunya, que solo mereció breves menciones por parte de Torra en este acto político casi sin precedentes: ni Oriol Junqueras ni los otros presos preventivos involucrados en el intento de golpe de 2017 merecieron siquiera ser citados por el president de la Generalitat excepto en dos casos: los jordis, es decir, Sánchez y Cuixart, que presidieron la Assemblea y Omnium, dos organizaciones ‘de agitación’. Los demás no parecen importar a Torra, en abierta pelea con Esquerra Republicana acerca de cuestiones tan importantes como si debe o no haber elecciones anticipadas en Cataluña. El caos político es completo y eso, lejos de arreglar las cosas, puede hacer que el desorden se consolide, en las calles y en las instituciones catalanas.
Nadie, de entre aquellos a quienes, cercanos teóricamente a Torra y Puigdemont, pregunté al respecto terminado el acto, supo o quiso responderme dónde acabará esto. Pero sospecho que mal hará el Gobierno central, mal hará la oposición ‘constitucionalista’, mal haremos todos, silenciando o minimizando el alcance de lo que el president de la Generalitat está preparando en Cataluña, que es de una enorme gravedad, a mi entender.
Sobre todo, porque Torra dejó muy claro que hay ‘legalidades’ superiores a las leyes vigentes en España. De hecho, casi anunció que se saltará toda ley y toda requisitoria judicial contraria al plan que él mismo se ha trazado, que es un plan claramente rupturista del sistema. Y todo comenzará ya en la Diada, dentro de cuatro días, bastante antes, por cierto, de que se haga pública la sentencia del Tribunal Supremo. O de que el propio Torra sea juzgado por desacato.
El ‘conflicto catalán’, dijo, pudo arreglarse como en Quebec o en Escocia; es decir, con una consulta pactada. Hoy ya le parece demasiado tarde. Ahora, el tren que chocará con otro tren se ha puesto inevitablemente en marcha. Y uno de los trenes lleva en el frontispicio de la locomotora la palabra ‘diálogo’; la otra máquina lleva el cartel ‘confrontación’. Prefiero, la verdad, lo primero, y me aterra lo segundo.
Salí francamente pesimista de esta comparecencia, ya digo que inédita, probablemente además necesaria y muy oportunamente procurada y conducida por sus organizadores, del hombre que busca guerra, aunque lo hiciese en un perfecto castellano y con palabras suaves, que son siempre las más amenazantes. ¿Qué hacer, Sánchez, Rivera, Casado, Iglesias? ¿Nada que decir ante el guante lanzado a vuestras, nuestras caras?¿Puede un Estado permanecer impasible ante la evidencia de la catástrofe? El periodista no es quién para responder a tales preguntas.
fjauregui@educa2020.es
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