Un 2 de abril para dos presidenciables

El 2 de abril de 2022 asistíamos a la entronización nacional de un político gallego llamado Alberto Núñez Feijóo, que ascendía, en aquel congreso en Sevilla, a la presidencia del Partido Popular y, por tanto, al liderazgo de la oposición a Pedro Sánchez. El 2 de abril de 2023, Yolanda Díaz, también con la política en las venas, y con una ya olvidada historia de combate a Feijóo en el Parlamento gallego, da el paso de proponerse como candidata a la presidencia del Gobierno que ostenta Pedro Sánchez –este 2 de abril recién retornado de un muy sonado viaje a China–. Ese Sánchez que me paree que sabe, más allá de quimeras de futurología política, que uno de los dos gallegos puede helarle el corazón. Y calentar el sillón monclovita. Nada menos.

Aquel 2 de abril de 2022, ha pasado solo un año que parece una década, Feijóo pronunciaba un discurso de manos tendidas. Un buen discurso, cuyos ecos aún sonaban cuando fue a La Moncloa a entrevistarse con Sánchez. Sería una de las últimas veces que ambos iban a verse cara a cara, solos: luego, la confrontación. Nadie ha obtenido una respuesta clara del orensano acerca de si su traslado al ‘crispódromo’ de Madrid desde la presidencia de la Xunta ha sido una bendición o una pesadilla. También de la ferrolana ministra de Trabajo y vicepresidenta del Gobierno con Sánchez esperamos algunas respuestas tajantes, inequívocas; quizá las ofrezca este 2 de abril, quién podría saberlo. Pero no creo que la ministra y vicepresidenta lo haga de manera suficientemente satisfactoria.

Tengo para mí que, antes de enfrentarse con el actual secretario general del PSOE en las elecciones generales, presumiblemente en diciembre, doña Yolanda habrá prestado un servicio que merecerá alguna recompensa y alguna maldición: habrá destrozado a la formación que la acogió y que hoy sigue en caída al parecer imparable bajo el asesoramiento externo de Pablo Iglesias. Y que, salvo sorpresas mayúsculas, estará oficialmente ausente en la autoproclamación este 2-A de doña Yolanda como competidora leal, tal vez mañana aliada, o enemiga, de Sánchez por ocupar el despacho no tan oval de la Presidencia del Gobierno, pero cuyas paredes han oído más tejemanejes aún que en la etapa de Trump, dicha sea esta comparación sin (excesiva) maldad.

Tan increíble es repasar lo que ha ocurrido en estos doce meses de política frenética, cada día inédita, como profetizar lo que ocurrirá durante el próximo año, al final del cual conoceremos (salvo que los resultados electorales imposibiliten formar gobierno, como en 2016) quién ocupará el poder y el sillón principal –y el secundario– de La Moncloa. ¿Feijóo? ¿La señora Díaz como vicepresidenta primera? ¿O, mucho menos probable, desde luego, como presidenta, surgida, como surgió el propio Sánchez, de una endiabladamente complicada operación de encaje de bolillos? Sucede que mucho va a depender de esa desesperante normativa electoral aún vigente, que tanto dificulta la formación de mayorías.

Claro que ya digo que la política española se ha vuelto tan surrealista, tan coyuntural, que lo mismo podría ocurrir o que Feijóo y Díaz triunfen sobre sus principales enemigos internos –o sea, Vox y Podemos, respectivamente– o que para diciembre uno de los dos, o los dos, hayan visto arruinadas sus expectativas de alcanzar la gloria en solitario y sean Vox o Podemos quienes dicten a ambos las reglas de sus respectivos juegos. Ello sería, claro, para mayor satisfacción de Sánchez, que este sábado competía con Yolanda Díaz (y, aunque menos, con Feijóo) en la ocupación de las portadas de los periódicos tras su viaje, en plan casi de secretario general de la OTAN, a los dominios inescrutables de Xi Jinping.

Es mucho, ya ve usted, lo que empezamos a jugarnos en esta fecha emblemática del 2-A. Sin ánimo de hacer cantos a la épica ni al relato de la fantasía desbordada, creo que ellos se juegan el futuro, nuestro futuro. Puede que el presente se llame Pedro, pero el porvenir a no tan largo plazo puede llamarse Alberto. O Yolanda. O una mezcla de ambos –en privado reconocen llevarse bien y un cierto aprecio político el uno por el otro–. Quién podría decirlo en este país en el que lo imprevisible es lo que con más frecuencia podemos prever.

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