Un cuadro imposible de la familia real

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(mucho han cambiado las cosas desde que Antonio López terminó este para mí desafortunado cuadro que aún puede verse en el Palacio de Oriente…)
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—(y no digamos ya lo que cambiado las cosas desde este primer mensaje navideño de Juan Carlos I, en diciembre de 1975)

—-Supongo que, a estas alturas, estará ya ultimado el mensaje navideño del rey Felipe VI. Es el más controvertido, esperado y quizá también el más importante desde que, el 24 de diciembre de 1975, Don Juan Carlos I inauguró esta modalidad de comunicación con los españoles. Acababa de morir Franco y, claro, en aquel mensaje no podía faltar una alusión a “quien fue durante tantos años nuestro generalísimo”. Muchas cosas, casi todas, han cambiado desde entonces, desde luego, y el mensaje anual fue perdiendo en novedad e interés, y, en cambio, fue ganando en rutina, así como cambiando la escenografía, como si esta fuese lo más importante y no el contenido de lo que se decía al ciudadano, con frecuencia demasiado repetitivo de año en año.

Esta vez, todo indica que no va a ser así: Felipe VI tiene que sorprender con sus palabras, porque la situación política, y la suya familiar, lo exigen. “El Rey hará el mensaje que corresponde ahora”, ha dicho la vicepresidenta Carmen Calvo, que ha ‘supervisado’, dicen, un texto que le corresponde redactar a la Casa del Rey, y no al Gobierno, que apenas puede dar el ‘enterado’ a lo que el jefe del Estado decida comunicar a los que se congregan ante el televisor antes de la cena de Nochebuena. Esta vez, la cena tendrá un ambiente distinto, más triste y menos multitudinaria y el mensaje real no puede sino adaptarse a los nuevos y no tan buenos tiempos.

Me dicen que ha habido no poca controversia en los ámbitos cercanos al monarca –siempre partidarios de un cierto hermetismo informativo—acerca de si el mensaje del 24-12-2020 debería o no contener alguna alusión a la figura del llamado rey emérito, que no regresa a casa por Navidad por los motivos bien conocidos por todos y nunca bien explicados por quienes deberían hacerlo, comenzando, claro está, por el propio Don Juan Carlos. Si hemos de creer a lo que susurran algunas fuentes gubernamentales –de ‘la Casa’ no espere usted filtraciones: un periódico hasta lo llamaba este domingo ‘el bunker’–, parece que alguna mención al padre habrá, pero en tono muy ‘prudente y contenido’. Sería inimaginable otra cosa, aunque todo cabe. Veremos.

Dicen que Felipe VI se la juega en este discurso y también en el que pronunciará el 6 de enero con motivo de la Pascua Militar, cuando algunos le animan a no dejar de referirse a la necesaria prudencia política castrense. Puede que no sea para tanto: los elogios oficiales están garantizados de antemano, lo mismo que las críticas y los ataques esperables, comenzando por el sector que en el gobierno encabeza Pablo Iglesias, quien ya pretende abrir, la propia noche del jueves próximo, un debate nacional Monarquía-República.

Y es en esas en las que andamos: para nada creo que la Corona esté tambaleándose, pero tampoco estoy seguro, contra lo que van afirmando Pedro Sánchez, Carmen Calvo y el sector ‘antipablista’ del Ejecutivo, que la idea de la Monarquía esté muy afianzada en España. Las encuestas nunca publicadas se muestran muy claras en este sentido, especialmente entre los jóvenes y en autonomías como el País Vasco o, sobre todo, Cataluña. Cuando colegas extranjeros me preguntan si doña Leonor llegará a reinar, les contesto que me encataría responder que sí, pero que no estoy seguro de ello.

Cierto que los distintos ambientes monárquicos, escandalizados por la hostilidad dinástica entre padre e hijo, coinciden en afirmar que se hace necesaria una forma más abierta de comunicación entre los reyes y la ciudadanía, algunos recambios en la Casa. “No puede ser que el rey se vuelva de espaldas, como huyendo, cada vez que se acerca a alguien y le preguntan por su padre: eso no puede sostenerse”, me comenta alguien que ha estado muy vinculado a La Zarzuela.

Temo, en fin, que la noche del 24 no será precisamente, al menos en el palacio real (ni en Abu Dabi, por supuesto), una noche de paz y amor. Demasiados nubarrones impiden ver la estrella de Belén: esto no va a ser el ‘cuento de navidad’ de Dickens y menos aún cualquiera de esa películas blandengues, llenas de abetos aderezados, que nos pasan estos días por televisión. Y, a este paso, si a un vicepresidente que yo me sé le dejan hacer, los reyes magos de Oriente acabarán llamándose los camelleros trileros del Este. País.

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