Un cuento de princesas


(un poco excesivo el bodorrio, ¿no?. Y para qué decir de ciertos comentarios en las teles…)
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Las obligaciones de un Príncipe eran, antes, lo primero de todo casarse con alguien buscado de entre las casas reales (o casi), tener hijos que diesen continuidad a la dinastía y aguardar a que su padre falleciese para acceder al trono. Yo creo que ahora las cosas han variado un poco: estamos en la era de la igualdad del hombre y la mujer y en la de la rebelión de los herederos, que han buscado el amor antes que la conveniencia o la paridad de sangre. Y eso les vendrá bien a las casas reales, tan necesitadas de un poco de viento fresco.

Muchas veces me he declarado monárquico, incluso a pesar de algunos fastos y oropeles recientes, tan seguidos por la opinión pública, como la boda londinense de este viernes, tan ajena a las carencias y expectativas de una sociedad en aprensión y en cambio: comprendo que una parte de la opinión pública, azotada por las cifras del paro y por la carestía, contemple con recelo y hasta con irritación el lujo de los Rolls Royce y de las carrozas.

Pero prefiero en la jefatura del Estado una figura que se halle por encima de los partidos y de los territorios, para evitar disputas políticas que desgastan a las naciones: ¿qué males suplementarios se nos derivarían de tener en España, por ejemplo, un presidente del PP y un primer ministro del PSOE, pongamos por caso, cuando ambos partidos han sido incapaces de llegar a grandes consensos incluso en los momentos de aflicción nacional?

Pero, como digo, los príncipes ya no son lo que eran: no necesitan mezclar sangres azules para engendrar principitos, ni pueden intervenir a su libre albedrío en los asuntos del Estado, más allá de aquello para lo que sean requeridos (que, en el caso español, me parece que debería ser bastante más que ahora). De la misma manera, sus evidentes privilegios tienen que verse justificados por una dedicación extraordinaria a su país, que resulte patentemente rentable a los intereses nacionales: la familia real ha de ser la primera vendedora de los productos, tangibles e intangibles, de una nación. Y su posición indiscutiblemente apartidista puede convertir al monarca, e incluso a su heredero, en árbitro de disputas partidarias, territoriales e institucionales.

Estoy abogando, sí, por una mayor participación de la que hasta ahora viene siendo habitual del Rey y de su heredero en las cosas del Estado: reinar no es gobernar, pero tampoco ser, en frase feliz de un ex presidente del Gobierno, un jarrón chino, muy vistoso y lleno de medallas, pero perfectamente inútil. El futuro Felipe VI tendrá que ganarse el puesto cada día, y ello debería derivarse de algunas modificaciones constitucionales que garanticen la idoneidad del Rey para ocupar la Jefatura del Estado.

Los Príncipes de Asturias, cada día más activos, sirven para dar lustre a la Corona española en una boda real en Westminster, en la canonización de un Papa, en un viaje oficial a Jerusalén, en una cena en el palacio de Oriente o en la toma de posesión de un presidente iberoamericano. También para resaltar instituciones o iniciativas meritorias. O en representación del Estado en las comunidades autónomas, en todas las comunidades autónomas. Creo que su papel se está definiendo ahora con precisión milimétrica, de lo que, tras tantos errores, me alegro. Ahora, cuando avistamos una nueva era por tantos conceptos, lo esencial es no dar ni un solo resbalón: quizá la Monarquía británica se los haya podido permitir. La española, pienso, de ninguna manera.

2 respuestas

  1. Un matiz; los fastos de una boda real refuerzan la monarquía, y por ello la estabilidad y las inversiones. Además, en épocas de crisis y paro es precisamente el lujo y el derroche lo que sirve de escapismo a muchos desheredados por la fortuna, esa fue la razón del éxito de las comedias de “teléfonos blancos” en los años treinta, tras el crack del 29.

    Pero tienes toda la razón Fernando. La utilidad de un rey como jefe del Estado se pone de manifiesto cuando recibe, de tú a tú, a un jeque de Quatar y a la elegantísima jequesa.

    Prefiero a un rey con un mínimo de dignidad y oficio a un Berlusconi, un Putin o un Lech Kaczynski como presidentes y Jefes de Estado, por muy democrática que haya sido su elección.

    Si fuéramos consecuentes en la crítica a los privilegios heredados empezaríamos por algo mucho más importante; las herencias de cualquier patrimonio, incluido un simple piso que no hayamos ganado con nuestro esfuerzo y sudor. Que pasen todos esos bienes al Estado, se subasten y con el importe se financie deuda, educación, sanidad y pensiones.

    Entonces empezaremos a ser republicanos consecuentes.

  2. ¿Que diferencias hay en las políticas llevadas a cabo en paises cuya forma de Estado es una república y en los que se definen como monarquias constitucionales? Creo que el simple, o no tan simple, hecho de que al jefe del estado lo elige el pueblo. Pues que quereis que os diga, en nuestra España, viendo a nuestra familia real (formados, comedidos, sabiendo medir loq ue dicen, y lo que callan, serios, etc) y a la clase política, de uno y otro signo, que mantenemos entre todos, solo puedo decir

    VIVA EL REY

    VIVA LA MAONARQUIA CONSTITUCIONAL

    Un saludo

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