Un país sin agenda, aunque sea en agosto, es una mala señal

Consultas la agenda oficial de la familia real, tan fotografiada estos días en Marivent: vacía. Recibes la agenda de la actividad del Gobierno: la de este sábado, si exceptuamos una entrevista de una ministra en una cadena de radio, vacía. La alcaldesa de Madrid, de vacaciones, como la de Barcelona. Nadie en representación de la España oficial en los Juegos de Río –sí, esos en los que, por ejemplo, Hollande aparece en el comedor de la villa olímpica animando a sus deportistas–. Podemos, donde parece que ha cundido el desánimo de su principal dirigente, ya ni presenta iniciativas legislativas en el Congreso, que, ahora sin periodistas que al menos le den apariencia de gran sala de prensa, parece un mausoleo. Ciudadanos, pendiente del encuentro la semana próxima con Rajoy, advirtiéndote, en conversaciones particulares, que no esperemos nada de esa ‘cumbre’ “al menos hasta septiembre”. En el PSOE salen los segundos espadas a insistir en que “no indultaremos a Rajoy”, mientras, sin embargo, crece la tormenta interna y los del ‘viejo testamento’, es decir, los veteranos, rumien su cabreo por las esquinas.

¿Es la radiografía de un país inmerso plenamente en vacaciones? Qué va: es el retrato de un país sin ilusión…y sin agenda.
Siete días trepidantes

Y es que este es un país en el que todos, desde el Rey hasta el último pelagatos de la Ejecutiva de uno de los cuatro partidos en liza, sin contar a los nacionalistas pendientes de otras muchas cosas (y a todos nosotros, claro), vivimos pendientes de alguna noticia que nos aclare el panorama. Porque no crea usted que el que las agendas oficiales estén vacías y los consejos de ministros en funciones (con cada vez menos ministros) se reúnan casi solamente para darse los buenos días, es algo impune: el que las playas se llenen, no haya entradas para ninguna de las corridas de José Tomás o se organicen espectáculos turísticos horteras; el que las panaderías sigan abriendo todos los días y las cifras oficiales del paro no sean tan malas, indicando que este es un país dedicado a la hostelería, no significa que tener un Gobierno estable no sirve para nada y que perfectamente podemos seguir viviendo con nuestros representantes en funciones. Hable usted con un contratista de obra o de servicios públicos y comprobará que aquí ni un funcionario se atreve a firmar un papel. Por ejemplo y para no seguir hablando de los Presupuestos y todas esas cosas, tan repetidas.

Y eso, claro, trae consecuencias, aunque casi treinta y tres millones de visitantes extranjeros hayan pasado por España en el primer semestre del año, batiendo records. Un país que aspira a estar entre los más importantes del mundo no puede conformarse con el ‘pan y turismo’, como antes no podía sustentarse del ‘paella y ladrillos’; bueno, antes, al menos había un Gobierno, malo o bueno, pero que podía mandar leyes al Parlamento, aunque fuesen decretos, y decir algo que se escuchase mínimamente en Bruselas. Y ahora, ni eso.

Yo veo a los españoles –claro, no hablo con todos, como dicen que dijo Churchill cuando le preguntaron por su opinión sobre los franceses– muy pasotas, sin una ilusión colectiva, casi hasta divertidos porque estamos batiendo records en hacer el ridículo internacional, además de en llegada de turistas. Como si esto no tuviese consecuencias. Estamos irresponsablemente situados en la inmediatez del hoy, y fiándolo todo para ese septiembre que, entre la Diada y las elecciones vascas y gallegas, casi no nos va a dar tregua ni para celebrar esa hipotética investidura que nadie sabe a ciencia cierta ni cuándo, ni cómo, ni con quién como candidato, se celebrará (o se celebraría). Porque la verdad es que los encuentros de la semana que concluye entre Rajoy y sus ‘interlocutores’ Sánchez y Rivera no pueden arrojar un saldo más pesimista, por mucho que el presidente en funciones se esfuerce en fiarlo todo a la esperanza de un siempre desmentido ‘sí’ de Ciudadanos a la investidura rajoyana. Si es que, ya digo, esta investidura se produce y salimos del atasco, aunque sea para ir a otras –¡otras!– elecciones. O sea, repito el titular de este comentario: ni ilusión, ni agendas más allá de las de las fiestas patronales veraniegas. Pues vaya plan. O vaya falta de plan.

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