Uno ha asistido, creo recordar, a todos los congresos del PSOE desde aquel ‘semitolerado’ de 1976, que hacía el XXVII en la historia del partido fundado por Pablo Iglesias en 1879. Allí, en aquel congreso celebrado en un hotel de Madrid bajo fuerte vigilancia policial, pude saludar a Willy Brandt y a Olof Palme, en un ambiente de incertidumbres acerca de lo que iba a ocurrir en España tras la muerte de Franco. Desde entonces, una docena de congresos, muchos de ellos traumáticos, como el XXVIII, en mayo de 1979, en el que Felipe González propuso retirar la definición marxista del partido. Ahora, cuarenta años después, dí un paseo por el XXXIX congreso, que se clausurará este domingo con una apuesta, pretendidamente unánime, a favor de Pedro Sánchez, que regresa en aras de multitud –pero también con hoscos silencios– a la secretaría general. ¿Para qué, cómo, con qué objetivos, regresa, aupado de manera ciertamente inequívoca por la militancia ‘de base’?
En mi paseo por el palacio de congresos madrileño pude hablar con muchos viejos conocidos y con numerosas personas a las que no conocía y que se acercaban a saludarme, porque, decían, me conocían ‘de la tele’; pero casi ninguno habló abiertamente conmigo sobre la situación que se vive en el PSOE. Incluso observé recelos a la hora de acercarse a ‘pasillear’ los unos, los ‘susanistas’, con los otros, los ‘sanchistas’. Me recordó a lo que pasaba en algunos congresos pretéritos entre los‘guerristas’ y los ‘felipistas’, que mantenían ocasionales guerras a muerte. Pero el partido salió indemne, es la verdad, de situaciones de tensión máxima, como la ya citada del marxismo, o de las pugnas por la sucesión de González.
Siempre se sospechaba cuál era el horizonte político de cada una de las etapas del PSOE, ya en el Gobierno o en la oposición. Desde el congreso ganado por Zapatero frente a Bono, y tras un período de indudable declive interno, lo cierto es que daba la impresión de que el PSOE perdía sus perfiles, paralelamente a una pérdida semejante en la Internacional Socialista en general y en las formaciones europeas que se reclaman socialistas en particular. La izquierda tiene ahora connotaciones que no pasan necesariamente por la socialdemocracia tradicional, y la verdad es que la derecha capitalista ha arrebatado algunas banderas a esa izquierda ‘rosa’.
Me pareció que el lema que apela a la izquierda en este XXXIX congreso carece, por el momento, de más contenido que un guiño, creo que acertado, a las organizaciones progresistas de la sociedad civil, muchas de ellas presentes en la inauguración del congreso este sábado. Veremos si este domingo, en el mítin en el que ha derivado lo que debería ser la tradicional sesión de clausura, atisbamos por dónde pueden ir los tiros: de momento, Pedro Sánchez se ha envuelto en el silencio, al menos ante los medios de comunicación, a los que, en privado, acusa de ‘estar contra él’. Y, no menos en privado, y enmendando la plana a su portavoz parlamentario, José Luis Abalos, desde Ferraz se ha dejado saber que se apostará, de nuevo, por el fallido ‘menage a trois’ entre el PSOE, Ciudadanos y Podemos, entente, como todos menos Pedro Sánchez saben, completamente imposible.
Tengo la impresión de que lo peor que le podría ocurrir al PSOE, peor aún que una pelea pública que todos quieren evitan, sería salir descafeinado, sin un mensaje claro, de este XXXIX congreso, en el que la integración, al menos por lo que se refiere a la lista de la nueva dirección del partido, brilla por su ausencia. Puede, ojala, que el PSOE regrese a donde solía, a ser un partido fuerte con posibilidades de hacerse con el Gobierno de la nación; pero no será, me temo, ni tras la salida de este congreso ni con Pedro Sánchez al timón de la nave, a la que no se le adivina el rumbo, más allá de las proclamas mitineras que tanto enardecen a las bases.
fjauregui@educa2020.es
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