Una campaña de mascarillas, que no de campanillas


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(Feijoo, junto con Urkullu, es uno de los políticos más interesantes del país)

A los políticos les convienen las campañas electorales, los mítines, los selfies con partidarios. De acuerdo en que esta vez, en el País Vasco y en Galicia, no habrá abrazos ni besos a niños y se acudirá, los que vayan, a las urnas con mascarilla. Son una campaña y un acto electoral distintos de sus predecesores, pero, véanse las imágenes de la votación de este domingo en Francia o en Polonia, ya nos vamos acostumbrando a que todo sea estéticamente diferente, aunque igual en el fondo. La maldición cínica de Lampedusa: es preciso que algo cambie para que todo siga igual. Que es lo que va a pasar en, por ejemplo, París, Varsovia, Euskadi o Galicia.

Porque nadie duda de que Alberto Núñez Feijoo va a seguir al frente de la Xunta, con mayoría absoluta, ni de que Iñigo Urkullu se mantendrá en Ajuria Enea, seguramente apoyado por los socialistas y riñendo cada vez más con Bildu. Son, a mi juicio, los políticos más sólidos con que cuenta el país: lo han hecho bien y recogen los frutos. Y tampoco hay muchas dudas de que ni Unidas Podemos ni Vox, ni seguramente tampoco Ciudadanos, tendrán mucho papel que jugar en ninguna de las dos comunidades históricas.

Así que el máximo interés de las campañas que ahora se inician formalmente consistirá en estar atentos al tono de los mensajes que se lancen en público Pedro Sánchez y Pablo Casado –otra cosa será los que se dirijan en privado—cuando acudan a mitinear, que es ejercicio que encanta a los políticos: aplausos y lisonjas por doquier, aunque, ya digo, sea con mascarilla, y escasa profundidad en los discursos.

No me parece que los resultados en Galicia y País Vasco vayan a ser relevantes para saber si Pablo Casado se afianza en el PP –ya está afianzado, de hecho—ni si se acelera o retrasa su trayecto hacia La Moncloa. Ni tampoco creo que atisbemos el futuro a través de lo que diga Sánchez ante los micrófonos mitineros o en sus encuentros con la prensa: este domingo insistía el presidente en que el PP ha intentado ‘derrocarle’ utilizando la epidemia y en que su Gobierno de coalición está ya bastante consolidado, por lo que no ha pensado siquiera en una remodelación de sus ministros en otoño. Otra cosa será que eso se cumpla, que ya se sabe que un jefe de Gobierno está autorizado a mentir cuando le preguntan si piensa hacer crisis. Y Sánchez hace de la verdad, en este y en otros puntos, un ejercicio de relativismo, digámoslo así.

De las peleas subterráneas y los alfilerazos entre algunos de estos ministros, el presidente no dice ni palabra. De los escándalos que algunos medios vierten sobre la cabeza del vicepresidente Iglesias a cuenta del ‘caso Dina’, un extraño culebrón donde hay tramas policiales, injerencias fiscales, sexo e irresponsabilidad a chorros, menos aún. Mejor ni se atreva usted a mencionarle a Sánchez, si tiene oportunidad, esta cuestión, porque le dirá, incómodo, que eso se lo pregunte usted a don Pablo Iglesias. Y si, llegado el caso, logra usted interrogar al respecto al señor Iglesias, le caerá inexorablemente sobre la cabeza la acusación de pertenecer a la caverna que, por la impresentable vía de filtraciones de sumarios, trata de cargarse al vicepresidente y cuanto él representa.

Así que esos temas y otros muchos, me parece, van a estar por completo ausentes de una campaña que será básicamente sosa por la baja participación impuesta por razones sanitarias (la abstención va a ser presumiblemente histórica) y en la que apenas se tocarán los asuntos relacionados con la reconstrucción, económica y moral, de un país que no, no sale ni más fuerte ni, me temo, más unido de la durísima prueba por la que estamos pasando. Pero de eso, claro, de sufrimientos, en las campañas electorales se habla poco. Como siempre: las campañas algo tienen de ‘fake’. Y con mascarilla, que oculta los gestos del rostro, más aún.

fjauregui@educa2020.es

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