Una España, 50.000; la otra, 500.000


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Las dos españas, en la prensa
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Las dos españas se muestran también en las cifras: los sindicatos dijeron que, en Madrid, quinientas mil personas habían salido a manifestarse contra la reforma laboral. El poder municipal, que es del PP, dijo que los manifestantes eran, en realidad, cincuenta mil. Demasiada diferencia. Como la que separa la definición de esa reforma como ‘fábrica de parados’ o como ‘buena, justa y necesaria’ (Rajoy dixit en la clausura del congreso del PP en Sevilla). En medio, el ciudadano de a pie, ese al que no asesoran los especialistas y que tampoco está afiliado a sindicato alguno, vive sumido en la confusión. Agravada, claro, con algún familiar o conocido en el paro.

Y esto no puede ser. La burla a la hora de contar a los manifestantes según convenga no puede ni quitar ni poner un cero que convierte a medio millón en cincuenta mil, o viceversa; algún término medio habrá, digo yo, que en calcular numéricamente manifestaciones callejeras nunca fui un experto. La mofa a la hora de relatarnos a los españoles las bondades o maldades de la reforma laboral no puede esquinarse en los extremos, todo bueno o todo malo. Claro que los ciudadanos de este país llamado España estamos ya acostumbrados al anuncio de negros nubarrones o panoramas beatíficos, según de quién provenga el anuncio. Lo que ocurres es que ahora quien, desde el Gobierno de turno, vaticinaba horizontes rosados, nos está diciendo que aquí va a haber sangre, sudor y lágrimas; ni Churchill en la preguerra fue tan contundente con los británicos como Mariano Rajoy en algunos pasajes de su, pese a todo optimista si bien se mira, discurso sevillano.

Culpar a los sindicatos en exclusiva, o solamente «al Gobierno ‘conservador’ asistido por la patronal», de la inseguridad y la falta de confianza en que vive el ciudadano me parece miope, injusto y, por ello, peligroso. Lejos de volver a la España bifronte que lamentaba Machado, me parece que tenemos que hacer todo lo contrario: unificar las cifras. Las de manifestantes y las de los beneficios que puedan producir los recortes. Porque aquí el único dato unívoco parece ser el del número de desempleados.

Pienso que tenemos unos sindicatos responsables, que han mantenido el control en las manifestaciones organizadas en decenas de ciudades españolas, sin lanzar los pies por alto. ¿Cabría esperar que las organizaciones que dicen representar a los trabajadores no lanzasen por doquier su voz de protesta ante los sacrificios que se nos anuncian? Claro que no. Yo diría que ha sido, incluso, una protesta con sordina, y Toxo y Méndez tuvieron que escuchar, de boca de algunos ‘indignados’, aquello de «barato, barato, se vende el sindicato». Yo diría que son la última barrera de contención antes de Atenas, y así, me parece, debe entenderlo el Gobierno en los contactos que estos días mantenga con ellos.

Más valdría que ambas partes -la moderación verbal del Gobierno me parece que también merece aprobación–, Gobierno y agentes sociales, y los representantes de partidos de oposición, hablasen de posibles nuevos pactos de La Moncloa y cerrasen urgentemente el clima de confrontación que empieza a ventearse. Y lo peor que podría verse en nuestras calles es lo que ahora vemos en Grecia, aunque a algunos insensatos, menos mal que pocos, parece que les gustaría.

3 respuestas

  1. esto es lo que envié ayer a otr:
    es largo, advierto

    Rajoy habla a la calle; la calle, ¿le escucha?
    Fernando Jáuregui

    Comenzaba a hablar Mariano Rajoy ante cinco mil entusiastas en el congreso sevillano del PP, admitiendo que la reforma laboral, por sí sola, no creará empleo sin más ni más, y, exactamente al tiempo, empezaban a salir los manifestantes contra esa reforma en decenas de ciudades españolas. Una de esas coincidencias que evidencian las contradicciones de dos españas, la que asegura que se ha entronizado el ‘despido libre’ y la que afirma que la reforma, imprescindible, coloca las infraestructuras de la prosperidad del mañana.

    Concluía, en medio de la euforia previsible y con el caos ciudadano sevillano que figuraba también en agenda, el congreso más triunfal del Partido Popular. Al menos, por lo multitudinario, que triunfal fue también aquel, celebrado en 1990 igualmente en Sevilla, en el que Alianza Popular se transformó en el Partido Popular y Fraga, «ni tutelas ni tu tía», entregaba el testigo al joven José María Aznar. Pero entonces el PP estaba lejos del poder -habría de esperar hasta 1996 para ‘pisar moqueta’–, los militantes eran la décima parte de ahora y la estructura de partido se hallaba aún tambaleante tras tantas convulsiones internas.

    Lo de ahora no guarda ni remoto parecido con aquel congreso sevillano de hace veintidos años. Y menos aún con el que el PP celebró en Valencia hace cuatro, en medio de una tormenta abatiéndose sobre la cabeza, aparentemente siempre tranquila, eso sí, de Mariano Rajoy. Este domingo, ante unas cinco mil personas vitoreantes, Rajoy clausuraba el XVII congreso ‘popular’ sin una sola sombra en el horizonte de su poder al frente del partido, aunque sean muchos los nubarrones -ya se estaba viendo en las calles españolas– que se ciernen sobre lo que tendrá o no que hacer en esta recién estrenada Legislatura: no hay disidencias -aunque haya algún descontento que se siente postergado–, no hay encontronazos programáticos -alguno podría decir que tampoco es que haya mucho programa, pero eso es harina de otro costal–, no hay rivales por el liderazgo a la vista.

    ¿Seguro? Porque el poder otorgado a María Dolores de Cospedal es enorme, como nunca antes lo había tenido un ‘segundo de a bordo’ en el PP. Cospedal, cierto, no forma parte del Gobierno central, pero preside una Comunidad Autónoma difícil y en dificultades, que engloba a cinco provincias y cobija a casi dos millones y medio de personas. Y la presidenta, un puesto alcanzado muy legítimamente tras dar el valiente paso de enfrentarse en las urnas al allí tradicional poder socialista, ha de compatibilizar el cargo con una secretaría general que ella ha querido sin limitaciones. Tres vicesecretarios generales, uno de ellos abocado a ser el presidente andaluz y a ser, por cierto, el único contrapoder al del cuartel general de la calle Génova, no bastan para coartar las omnímodas facultades de Cospedal.

    Dicen que un partido gobernante ha de saber circular sobre cuatro ruedas, que han de ir perfectamente sincronizadas y engrasadas: el Ejecutivo central, el partido, el grupo parlamentario y el poder territorial. Cospedal tendrá mucho que decir en el segundo y el cuarto capítulo. Es la persona de confianza de Rajoy, a quien apoyó, como lo hizo la hoy vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, en los tiempos difíciles de Valencia.

    Hoy, ‘Mariano’ -elmaillot amarillo da alas-parece haber adquirido carisma, las encuestas que tan mal le trataban parecen haber empezado a reconciliarse con él y hasta se ha permitido la magnanimidad de ‘perdonar’ a su principal enemigo en el partido, el lugarteniente de Esperanza Aguirre Ignacio González, dándole entrada en la nueva ejecutiva surgida de este congreso. Ha repartido como le ha dado la gana el poder territorial y se ha dado un baño de masas que ni Felipe González en 1982, ni Aznar en 2000, cuando ganó por mayoría absoluta, ni Zapatero en 2004, cuando venció inopinadamente, llegaron a darse de forma tan clamorosa .

    Y, entre sus esperanzas ciertas, figura la conquista histórica de Andalucía para el PP, con un Javier Arenas siempre incómodo teniendo, en el supuesto muy probable de una victoria en las urnas el 25 de marzo, que ocuparse como presidente de esta inmensa autonomía. Lejos, por tanto, de los cenáculos y mentideros de la Corte de los milagros, donde el ‘largo brazo’ del ‘campeón’ andaluz tanto abarca.

    Ciertamente, muchos políticos envidiarían a este Mariano Rajoy, que presume, porque seguramente puede hacerlo, de independiente, de no estar sometido a grupo de presión alguno. Lo que ocurre es que la que le viene encima, la que nos viene encima, parece ser de órdago. Y, con mayoría absoluta o no, controlando la mayor parte de las autonomías o no, con el apoyo de los líderes europeos -tiene el de la alemana Merkel; veremos si en Francia gana el socialista Hollande y cómo discurren entonces las cosas con el vecino del norte-o no, Rajoy tendrá que pactar en el Parlamento.

    Pactar no solamente con los nacionalistas catalanes y eventualmente con los vascos y los canarios; tendrá que recurrir, para convencer a una población que no quiere sentirse griega, pero que tampoco -ya lo hemos visto este domingo– aguantará hasta el límite recortes y restricciones, a grandes pactos, y eso solamente podrá hacerlo con los ahora desnortados socialistas. Tendrá que pactar en el Parlamento…y en la calle, esa calle que este domingo deslució los triunfales titulares del XVII congreso del PP. Y esa calle no es, ciertamente, de los sindicatos, pero tampoco de esos gobiernos que se empeñaron en minimizar el alcance de la protesta contra una reforma laboral mejorable y que, con el concurso de todos, habrá de ser mejorada.

  2. Difícil panorama se presenta a la primera de cambio. En mi opinión, se habla mucho de la reforma laboral, cada uno interpretándola a su manera, pero ésta poco va a aportar a solucionar los problemas del país. Yo hecho en falta ya un plan o reforma Industrial del país. Un plan donde se plasme lo que España quiere ser en un futuro, la industria que se quiere impulsar, los medios que se van a destinar, la formación que van a requerir los jóvenes, etc. No es nuevo decir que durante muchos años España ha basado gran parte de su crecimiento en el sector de la construcción y el turismo, soportados con muchos trabajadores de baja cualificación académica (por no decir, gente sin estudios). Por supuesto que se trata de un plan a largo y muy largo plazo, pero cuanto antes empecemos a andar, mejor para todos.
    Hay que reconvertir la economía de antes a una nueva economía. Hay que potenciar la economía real, apoyar a las empresas líderes en innovación (hay varias en España que son líderes mundiales en sus sectores), utilizarlas como empresas tractoras. Hay que hacer mucho y BIEN. Hay que HACER, CREAR. Las quejas y las protestas están bien, pero no son suficientes.
    Tengo la sensación de que mucha gente cree que las empresas y los puestos de trabajo caen del cielo, están ahí por que sí, porque es un derecho que tenemos todos y punto. A veces nos olvidamos que muchas empresas existen y crecen gracias a personas creativas y valientes que han decidido en algún momento crear un negocio y crecer. Eso ha permitio crear puestos de trabajo y generar riqueza. Empecemos a valorar a esta gente y no los veamos siempre como fríos especuladores que sólo quieren despedir gente para ganar más dinero.
    Cuesta muchísimo crear nuevas empresas, por lo que no podemos permitir que las que existen, cierren. Siempre es mucho más fácil destruir que crear.

  3. «…una de las dos Españas…»

    ¡Que poeta tan corto! ¿No se dió cuenta que iban a hacer falta tres Españas? ¿Que muchos españoles estamos intentando huir de las dos que nombra?

    Necesitamos una nueva que nos muestre futuro, decencia y honestidad a raudales. Una que nos dé la esperanza de que existe la felicidad.

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