No sé quién diablos asesora a Puigdemont. Pero lo que es seguro es que el batacazo lo tiene asegura si, en función de los resultados –manipulados, engordados, inventados, prostituidos– del pasado domingo día 1 piensa declarar unilateralmente la independencia. No lo haga, por favor: evítenos a todos, empezando por usted, el mal trago.
Sin tener certezas –quién las tiene estos días–, doy por hecho que Carles Puigdemont no se va a atrever a declarar la independencia unilateralmente cuando, este martes, se enfrente al Parlamento, o a una parte de él. Un Parlament en el que su presidenta, la señora Forcadell, ha instaurado ya hace tiempo el caos y la arbitrariedad. Pero no solo por eso: supongo que Puigdemont ha tomado ya buena nota del significado de la retirada de las empresas y bancos, de las grandes manifestaciones con las banderas rojigualda y cuatribarrada, de los editoriales de los principales periódicos catalanes y hasta de las ya no tan veladas advertencias que le llegan del Gobierno central.
Amagará, previsiblemente, con una declaración de independencia… valedera para cuando gane las elecciones autonómicas que, desde mi punto de vista, tendrá forzosamente que convocar. Y las perderá, porque su partido, el PdeCAT, es una ruina, un residuo; entre su antecesor Artur Mas y el propio Puigdemont, contando también con la trayectoria tan corrupta de Pujol, han dejado en nada a la que fue Convergencia Democrática de Catalunya. Ese amago también va a quedar en nada, una manera de salvar los muebles y la cara, para que no se la parta ese sector de los propios catalanes que tanto se equivocaron –me parece que muchos se van dando cuenta, cuando la Caixa, el Sabadell, Gas Natural, Agbar y tantos otros dan el portazo—apoyando la demencialidad del ‘procés’.
Claro, estoy muy lejos del independentismo. Pero le puedo asegurar a usted que, si estuviese cerca, me alejarían de él las trampas, las mentiras, el oscurantismo y los modos despóticos exhibidos por el victimismo de los cautivos de la CUP. Digo yo que no hace falta ser canadiense y tener en vigor aquella ley de claridad decretada tras el último referéndum en Quebec, para aspirar a tener un mínimo de seguridad jurídica en el proceso político. Puigdemont, considerémoslo así, no se ha portado como un demócrata al manipular legislaciones y normativas a su antojo y conveniencia.
Cierto que el Gobierno central ha cometido bastantes errores y que sigue sin enterarse, a la hora de cerrar este comentario, de lo que dentro de horas hará o dejará de hacer el molt honorable, perdido en su laberinto; cierto. Pero, en esta hora, Mariano Rajoy, dejándose en la gatera cuantos pelos usted quiera, tiene todas las de ganar. Supongo que no todos los cientos de miles de manifestantes el domingo en el centro de Barcelona apoyan al Gobierno del PP, pero estaban, sin duda, respaldando lo que vaya a hacer, si llega el peor de los casos, el Ejecutivo central. Porque el momento es el de defender al Estado. Seguro que hasta Puigdemont entiendo cómo le van de mal, a él, las cosas.
Deja una respuesta