Una película de los hermanos Marx


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Bueno, uno tocaba el ‘harpa’ de Harpo, el otro toca el violón
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He citado muchas veces una de mis frases-muletilla favoritas, aquella en la que Carlos Marx decía que “la Historia siempre se repite dos veces; la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa”, porque estaba, estoy, convencido de que acabaría haciéndose realidad. Puigdemont, que sin duda desconocía, cuando empezó su loca galopada, la aseveración marxista, va poco a poco comprobando cómo de la previsión de un Marx se pasa a la realidad del otro mundialmente conocido con el mismo apellido: Groucho. Se ha quedado solo, protagonizando los memes más o menos ingeniosos que colapsan la Red y acaparando la rechifla universal. Este jueves, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, sentenció oficialmente el ya fenecido ‘procés’ ante el juez Llarena. Quiso que casi pareciese una broma todo lo actuado, tan ilegítimamente, en favor de la independencia; un juego casi infantil, inocente, no hay por qué tomarse las cosas tan en serio, Señoría. NO ingresar en la cárcel bien vale una misa.

La farsa se ha consumado. Supongo que Oriol Junqueras, me aseguran que enfrentado ya a muerte con su ex socio Puigdemont, saldrá pronto de la prisión, junto con sus compañeros del ex Govern. Confío en que así sea, y en que la campaña electoral que comenzará en breve se normalice en lo posible, con apenas la excepción del ‘candidato belga’, que anda, me dicen, reclutando a una pandilla de insensatos para que le acompañen en una lista que no tiene ninguna garantía de éxito, más bien al contrario. Como dijo Churchill, ’habéis elegido la indignidad para evitar la guerra, y ahora tenéis la indignidad y la guerra’. Pues eso: Puigdemont eligió el exilio para evitar que le llamasen ‘traidor’ los suyos cuando estuvo a punto de ceder una negociación razonable con el mediador Urkullu, y ahora tiene el exilio –bueno, ni eso, porque no se lo van a conceder—y la ojeriza de los que eran suyos, que difícilmente le van a perdonar la escapada a Bruselas, ni los vaivenes anteriores, que han hecho que todo esto, con la gravedad que tiene, parezca, no obstante, de chiste de la guerra de Gila.

Y aquí está el país entero, riéndose con el payaso que más parece un Harpo Marx políglota que un político serio que quiere mejorar las cosas para sus representados; las ha empeorado, de hecho. Ha dejado casi a cero a su partido, que durante tantos años gobernó Cataluña, ha cuarteado a quienes compartían sus ideas, ha propiciado que la Mesa del Parlament se ponga en ridículo, ha empobrecido a los catalanes, ha dejado la marca Cataluña –y la marca España, de paso—por los suelos, la puesto en un brete al país que le aloja, ha favorecido desórdenes civiles sin cuento, como la manifestación ‘salvaje’ de hace tres días, y ha hundido moralmente a sus paisanos. Hoy, ya no tiene quien le escriba ni, casi, quien le pongo a tiro un micrófono: tanto ha desgastado su monocorde mensaje.

Lo peor que te puede pasar es hacer el ridículo, sugería Tarradellas, a quien Puigdemont quería imitar en su digno exilio, tras haber fracasado como émulo de Companys. Cierto que nos ha dejado a todos la camisa hecha jirones, y al Gobierno de Rajoy con serias inquietudes y desfases internos, pero no estoy seguro de que haber propiciado el destrozo de los propios y de aquellos a los que quieren considerar ajenos (cuando, en realidad, son propios) sea algo como para enaltecerse.

Ignoro en qué acabará Puigdemont. De momento, ha ingresado en las páginas más chuscas de la Historia. Él, que se creía un nuevo libertador Bolívar.

fjauregui@educa2020.es

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