Poco a poco, a lo largo de la semana, uno va intentando dejar constancia de lo que pasa, tamizado todo por la visión personal de cada uno. Es un deber profesional y una afición íntima; uno se ha acostumbrado ya a ejercer de mirón y a comentar críticamente lo que ve, oye y hasta intuye. Mi memoria es tirando a flaca y quizá por eso afirmo que pocos meses de julio más intensos que este, en el que ETA ha matado, algunos corruptos han cesado y la tensión (y hasta la crispación) no se han disipado en momento alguno. Aún hoy, domingo, esperamos con ansia qué ocurrirá el lunes con el ‘caso Camps’ en los tribunales.
Se me ocurre, como común denominador, que el espectáculo de la clase política, de la judicial y de la periodística está siendo bastante triste. No diré que estamos como cuando peor, porque cuando peor estemos, que estemos como ahora. Pero sí diré que una cierta decepción se va apoderando de uno a medida que pasa el tiempo, y el tiempo no arregla lo que pasa.
La política, hasta donde yo la he observado para vivir de comentarla, difícilmente genera ilusiones totales. Pero nunca creí que en mí llegase a provocar esa absoluta indiferencia derivada de la decepción y puede que hasta del desprecio: no todos, ni la mayoría, son corruptos, incultos, trepadores. No. Pero casi ninguno es verdaderamente grande, y grandeza es lo que hemos de pedir a quienes aspiran a (des)organizarnos la vida.
Por eso, en el fondo me río cuando algunos lectores me encasillan con el Gobierno socialista, u otros con el PP de Rajoy, con los nacionalistas (?) y hasta, algún canalla, me percibe, o eso dice, simpatías etarras. Y no falta quien haya dicho, y escrito, que quien ha estado alguna vez en el Partido Comunista, ahí permanecerá siempre. Dios, cuánta simpleza, o cuánta mala voluntad. Creo que la mayoría de nosotros, cuando estamos de vuelta, nos vamos acercando al nihilismo, o a la acracia. Y eso nos hace ser mas escépticos, más despiadados o más piadosos, según el momento, en nuestros comentarios.
Y así llegamos al mes de agosto, cuando he de comenzar (por contrato) un nuevo libro de análisis/relato político, que tendrá a Zapatero como personaje principal, aunque me temo que no de héroe de la novela. ¿Cómo creer ya, a estas alturas, en nadie, y menos en alguien así? No lo desdeño por completo, ni veo las cosas en blanco y/o negro, pero hace tres años escribí ‘La Decepción’ y hoy no he cambiado de opinión. Bien a mi pesar, ya soy incapaz de entusiasmo o de actitudes incondicionales.
Y en agosto, aún menos.
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