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(Creo que Pedro Sánchez, en quien tantas esperanzas pusimos hace dos años, tiene que ser quien propicie el gran giro hacia la gobernabilidad. Ya nadie, y no hay más aque ver los periódicos y comentarios de todas las tendencias, comprende su posición, ni la de la algunos de sus cercanos en el PSOE. Se están suicidando, ¿es que no lo ven?)
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Como es lógico, a quienes nos dedicamos, con mejor o peor fortuna, a las tareas del comentario político, nos abruman con preguntas del tipo ‘¿tú crees que en agosto tendremos ya Gobierno?’. Mi respuesta es siempre la más cauta: ‘no parece que haya tiempo para que, ya el 5 de agosto, se haya dado un acuerdo entre los partidos para que Mariano Rajoy gane la investidura; las posiciones siguen estando muy alejadas’ es, más o menos, lo que digo. Y no, no parece que, de aquí a la primera semana de agosto, que es cuando, en principio, se fijó el comienzo de la sesión de investidura, las absurdas ‘líneas rojas’, los vetos que nadie comprende ya, los empecinamientos, experimenten un giro de ciento ochenta grados y el diálogo entre los partidos y sus líderes (y lo digo bien así: algunos partidos están hartos de sus líderes) dé el fruto apetecido.
Así que todo indica, y cuánto me gustaría equivocarme, que vamos a tener un poco más de lo mismo en esta semana, verdaderamente importante, que comienza: temo que vamos a intuir la desesperación del Rey ante la tozudez egoísta de unos líderes mucho más preocupados por la supervivencia o la primogenitura de sus partidos que por el bien de la patria. Al margen de las imprudencias verbales de Rivera, cuando dijo que pedirá al Rey que medie para que el PSOE abandone su ‘no, no, no’ a cualquier acuerdo que desbloquee la situación, reconozco que me gustaría que el jefe del Estado, en sus contactos esta semana con ‘los cuatro’ (acabaremos llamándoles ‘la banda de los cuatro’, si siguen exasperándonos tanto), dé algún puñetazo sobre la mesa: basta ya. Pero, de lo que conocemos del buen monarca que es Felipe VI, cabe deducir que su exquisita prudencia le llevará a ver, oir y, hasta cierto punto, callar, ante lo que le digan los empecinados. Y ya digo que me encantaría estar equivocado, porque pienso que el jefe del Estado tiene, al menos, el derecho al cabreo y a expresarlo.
Creo, en suma, que va a ser preciso un poco más de tiempo para que ‘los cuatro’ abandonen sus peleas de hemeroteca, sus y-tu-mas, sus teorías en el vacío sobre derechas e izquierdas, sus todo-va-bien-así- que-para- qué- cambiar y perciban que, en efecto, esto no puede seguir así. Quizá les venga bien la reflexión agosteña, mientras los ciudadanos se olvidan de ellos. Creo, y hasta espero, que los teléfonos rojos sonarán mucho este mes de agosto y que, al regreso, la luz se perciba al final del túnel. Si no, como ha dicho el ex Bono en una entrevista que ha tenido no poco eco, se tendrán que marchar los cuatro, reconociendo su incapacidad absoluta para solucionar el conflicto que ellos mismos han creado. Desde luego, unas terceras elecciones, que es una hipótesis aborrecible que se va abriendo paso como el penúltimo remedio, no podrían tenerles a ellos como protagonistas; ya ni siquiera en las del pasado 26 de junio tendría que haber estado alguno que yo me sé al frente de su candidatura.
Grandes remedios, giros valientes de timón es lo que obviamente se precisa. Nada más fácil –en teoría, claro—que decir que ‘ante la situación que vivimos, ofrecemos nuestra ayuda al ganador de las elecciones para que encabece un Gobierno de salvación nacional que, durante un año y medio, lleve a cabo todas esas reformas imprescindibles para que no vuelva a ocurrirnos lo que nos está ocurriendo’. A lo que el ganador de las elecciones habría de responder con un enorme acuerdo sobre ese programa reformista y con la formación de ese Ejecutivo amplio, verdaderamente de Cambio. Y, si no son capaces de hacerlo, pues entonces lo de Bono: que se dejen de verborreas y que se vayan, que seguro que hay reemplazos mejores que ellos para estos momentos de sin vivir en los que vivimos.
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