Esto de Murcia está siendo de aurora boreal. Muchas veces me he dicho, y he dicho, que este país nuestro es ocasionalmente barrido por un viento como de locura colectiva. Y entonces se producen desmadres que, a su vez, provocan reacciones igualmente desaforadas, que dan paso a contraataques aún más salidos del tiesto. Que unos descerebrados ataquen con puños de hierro, al grito de ‘sobrinísimo’, a un consejero del Gobierno murciano es algo, simplemente, intolerable; va contra los fundamentos de nuestra democracia y de nuestra convivencia.
Que la reacción del partido del atacado y de algunos de sus voceros sea acusar, sin más, al partido político rival de estar tras el ataque me recuerda, como a muchos, la simpleza de culpar a los del Tea Party del tiroteo en el que murieron seis personas y quedó gravemente herida una representante demócrata. Que, más tarde, un ministro diga que esas reacciones tremendistas y desenfocadas son ‘peor aún’ que el propio ataque al consejero murciano, es un desatino más. Todo pura y simplemente, mentira, me parece; irreal a fuer de exagerado . Como por otro lado se ha demostrado con el primer detenido por los hechos: un ultra, no sé si de izquierda, que nada tiene que ver con los partidos del sistema. Un extrasistema, un bestia. Pero, que yo sepa, a estas alturas nadie ha pedido disculpas a nadie por las acusaciones, parece que sin ningún fundamento, vertidas.
Sé que a algunos no les va a gustar leerlo, pero creo que las cosas hay que dimensionarlas en su justa medida. Ni exagerarlas, ni minimizarlas. No es, como dijo el delegado del Gobierno murciano, “un incidente”. Pero tampoco representa un clima de preguerra civil, como casi van sugiriendo otros de signo contrario. Dejémoslo en un hecho execrable, que tiene que ser severamente castigado para que jamás se repita.
Hay cosas muy importantes en juego en este país aquí y ahora. Como para andarse con bromas del ‘y tú más’, con teorías conspiratorias, saliéndose del lícito juego democrático y aventando hipótesis que solamente abundan en la falta de credibilidad que cosecha cualquier cosa que salga de la boca de un político. Murcia, que es una Comunidad políticamente estable, no puede agregarse a la nómina de polvorines a punto de estallar en este país nuestro. Hay que mantener la calma, porque, cuando se pierde, se empieza a perder la cabeza.
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