We have a dream. ¿O se convertirá en pesadilla?

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((la figura de Estanislao Figueras, aquel que dijo «estoy hasta los cojones de todos nosotros» antes de abandonar la presidencia de la República y largarse con viento fresco a París, ha sido traída a colación con acierto por el comentarista Carlos Sánchez. ¿Estaremos volviendo a 1873, aquellos años oprobiosos, o aprovecharemos la oportunidad regeneracionista que tenemos ante nosotros ya en las próximas horas? Hagan juego, señores))
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Las próximas horas pueden consagrar la oportunidad de que España inicie la senda reformista más importante de su Historia desde 1976. O de regresar a los tiempos catastróficos de Amadeo de Saboya y de su sucesor Estanislao Figueras, cuya figura, huyendo de la España caótica desde la presidencia de la República, recuerdan ahora algunos avezados comentaristas. Ya casi empiezo a dudar de que existan caminos intermedios de esperas imposibles, pactos contra natura o puñetazos sobre la mesa de un jefe del Estado que es un gran Rey que poco tiene que ver con el ‘extranjero’ Amadeo I. O se llega a un acuerdo –un Gran Acuerdo– que, a la hora de escribir este comentario, se contempla como altamente complicado, o corremos un muy serio riesgo de regresar al desorden máximo de aquel 1873 que iba a acabar en el desánimo total de 1898. Y conste que no quiero decir que esta vez Cuba podría ser Cataluña, porque el proceso ‘de desconexión’ de Puigdemont-CUP podrá ser molesto y preocupante, pero es, creo, imposible. Hablo, más bien, de ese nacional-pesimismo que se va instalando en el ánimo de los españoles gracias, en buena parte, a las trapisondas de quienes dicen querer representarnos.

Uno, lo advierto siempre que tengo la oportunidad, es un optimista irrefrenable, y quizá por eso, porque no comprendo la irracionalidad, yerra uno bastante en sus previsiones. Creo que Mariano Rajoy, poniéndose a sí mismo un plazo de permanencia en La Moncloa –o sea, dejando de ser Mariano Rajoy—, acabaría ganando una sesión de investidura, apoyado por un partido, Ciudadanos, que sigue dependiendo de la voluntad omnímoda, cambiante y no siempre tranquilizadora, de un solo hombre, llamado Albert Rivera. Si Rivera no ha entendido aún para qué le votaron quienes le votaron, que nos diga, apelando a la frase algo chulesca de otro político español, cuál es la parte que no ha entendido. Pero para mí está muy claro: el 26 de junio, hace un mes largo ya de dimes y diretes, los españoles dijeron ‘no’ al pacto C’s-PSOE y, a cambio, dieron un poco más de fuelle al inmovilista Rajoy para que abra la mano, el corazón y la mente al concepto ‘pactar’.

Dicen, lo comprobaremos dentro de pocas horas, que el presidente en funciones, que quiere seguir siéndolo al menos durante un período de transición –atención a esto, porque hablamos, como mucho, de dos años–, traerá bajo el brazo, para negociar con Sánchez este martes y con Rivera este miércoles, un paquete de medidas no muy diferente de aquel que cimentó el acuerdo entre Ciudadanos y socialistas, allá por el lejano mes de marzo pasado. Más de ciento veinte cosas, sin duda todas ellas buenas para España, que negociar . Y unas cuantas más que sus interlocutores podrían imponerle, si de verdad quiere Rajoy evitar unas terceras elecciones en las que su partido sería, presumiblemente, el gran beneficiado –atención también a esto–. Con un paquete de reformas de la suficiente envergadura regeneracionista en la mano, con un compromiso de que, dentro de año y medio o dos años, habrá votación de reforma constitucional y nuevas elecciones, en las que es casi seguro que ni Rajoy ni Pedro Sánchez van a estar al frente de sus respectivas candidaturas, ¿cómo negarse al Gran Pacto?¿Cómo explicar esta negativa a una opinión pública y publicada que –lean, lean los periódicos, escuchen las radios y televisiones—ha dejado por completo de entender las razones en las que se escudan para no pactar?

Este del acuerdo agosteño es, lo admito, meramente un sueño que sé que comparto con millones de españoles. We have a dream. Que podría devenir en nightmare, una pesadilla. Hasta Felipe González, que habla más para la prensa extranjera que para la española, ha instado a su partido a permitir, con su abstención, que el PP forme Gobierno. Con Rivera y con exigencias constructivas desde la oposición, aunque a uno le hubiese gustado más un Ejecutivo tripartito, de salvación nacional (ya no me atrevo ni a llamarlo de gran coalición). Por cierto que González, con sus declaraciones a Clarín, puso este lunes en un brete a esos portavoces a los que Sánchez envía para que se estrellen contra sus entrevistadores con el ‘no, no, no’ en radios y televisiones, porque él se reserva, parece, para los grandes momentos. O para sugerir algún viraje. O algún viaje personal hacia el adiós. Como, ya digo, Estanislao Figueras, siguiendo el rumbo de Amadeo. Menuda clase política tenemos, la verdad, y sé que afirmaciones como esta acabarán costándome caras: nada me gustaría más que tragarme mis palabras en las próximas horas porque, al fin, la razón (también la del Estado) se haya, rara avis sería, impuesto.

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