Y ahora, aquí estamos, manifestándonos por Tabarnia ante Waterloo


(el principal culpable de lo ocurrido en estos ochocientos días es este insensato. Pero no es el único)
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Los periodistas no podemos historiar: demasiada velocidad en el relato de lo cotidiano. A veces podemos, sí, mirar hacia atrás, con más o menos ira, y entonces contamos días y descubrimos que han pasado ochocientos desde aquellas elecciones de diciembre de 2015 que instauraron una era de inestabilidad, incertidumbre y, en suma, surrealismo político del peor diagnóstico. Ahí tenemos, sí, a Mariano Rajoy sorteando casi cada hora el cabo de las tormentas, aparentando tanta tranquilidad como un lord paseando por Bond Street. Pero Rajoy y, claro, la mayor parte de ese Gobierno que él se resiste a cambiar, es casi lo único que permanece tras estos ochocientos días.

Que las panaderías abran todas las mañanas, que los niños sigan yendo a la escuela y los turistas llegando a millones, incluso que el Mobile World Congress vaya a mantenerse en Barcelona hasta al menos dentro de cinco años, no quiere decir que en el país impere la normalidad política. Nada de eso. Mire usted a dónde hemos ido a desembocar ochocientos días después: a tomarnos en serio lo de Tabarnia. Porque, en el lado de Waterloo, la caricatura aún es mayor: un prófugo dictando las normas –antidemocráticas, un asalto al Parlament– del juego y acusando –¡él!—al Estado de incurrir en la ilegalidad “si impide la investidura de Jordi Sánchez”, o sea, de un recluso. Sánchez, el hombre al que el Señor de Waterloo, o sea, Puigdemont, ha señalado, a dedo, como su sucesor. O su títere coyuntural.

Hombre, siempre puede usted decir que en Italia es Berlusconi quien designa al futuro primer ministro, pero creo que no conviene compararse con lo más esotérico. Aquí, en España, hemos llegado a que el futuro de casi todo se halle en manos de una sola persona, un juez que, con fama de técnicamente implacable y modos huidizos ante la prensa, va a decidir si precisamente ese Sánchez, que carece de títulos para presidir no ya la Generalitat, sino una comunidad de vecinos, puede o no –que no—convertirse en el gobernante de Cataluña. Y de Tabarnia, claro.

He cuestionado más de una vez la prolongación de la prisión provisional para los Jordis, los Junqueras, los Forn. Porque, degenerando, también hemos llegado a una enorme controversia jurídica sobre los límites en la legítima defensa de un Estado ante ataques desmesurados como han sido los del ‘procés’ independentista. El Estado no puede estar en manos de irresponsables, de ambiciosos, de fanáticos. Pero tampoco puede ser rehén de gentes sin imaginación que todo lo confían al brazo secular togado. Así, esto va a salir mal, y las buenas cifras de recuperación de empleo –autónomo, eso sí–, el alto índice de consumo, las reservas hoteleras para Semana Santa, no van a poder paliar los efectos nefastos que el ‘caso catalán’, o las protestas de los nuevos indignados, que tienen más de sesenta y cinco años y son (¿eran?) la reserva de votos del PP, están provocando en la ‘marca España’ internacional.

Claro que no voy a ponerlo todo en el debe de Rajoy, que sortea como puede y sabe –estático– el temporal. Ni en el debe de los otros dirigentes constitucionalistas, que a veces parecen estar dado palos propios de ciego ambicioso. No; sé perfectamente sobre los hombros de quién, de quiénes, cargar la mayor parte de las culpas: esos indocumentados que, desde las elecciones autonómicas del pasado diciembre, no han hecho sino propiciar, sin pensar en sus representados que les votaron, ‘peleítas’ por el poder , “batallas de pigmeos y de vuelo corto”. Y conste que esto no lo digo yo: lo dice ese columnista que tan ardorosamente defiende, desde su digital, el independentismo.

Ya no sé qué tiene que ocurrir para que alguien, o mejor un conjunto de personas, se ponga, en España, a hacer Estado. Una regeneración de este Estado. No, nosotros, los periodistas, no historiamos, ni nos cabe siquiera aconsejar a quienes deberían ser estadistas, y no meros contables. Pero ¡ay cuando lleguen los profesionales de la Historia y analicen lo que ha ocurrido en estos ochocientos días, en estos años, en los que, eso sí, las panaderías siguieron abiertas y los turistas llenando las playas, magníficas!

fjauregui@educa2020.es

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