Escucho en la radio que Enrique Curiel ha muerto esta madrugada. Había seguido puntualmente la evolución de la enfermedad de ‘Curi’, camarada en los tiempos en los que solamente se militaba contra el franquismo en un partido en el que, por pura teoría, ni él ni yo podíamos estar cómodos. Compañero en tantas charlas sobre la (mala) situación política de este país, y el escaso amparo que a él le ofrecía su partido, el PSOE, en el que refugió sus soledades (él eligió militar en algo; los demás, volamos cada cual por su lado, sin importarnos en lado de la alfombra en la que jugamos de delanteros, defensas o porteros. OPciones perfectamente legítimas todas, entiendo).
Persona de maravilloso talante, ahora que la palabra ya ha dejado, por el excesivo uso y, sobre todo, por el desuso, de estar de moda. Yo creo que estaba desengañado –toma, como todos–, pero creía en el futuro: habíamos hablado de su participación en ese macrodebate ilusionante ‘España 2020’ que algunos estamos tratando de poner en pie.
No ha podido ser: ‘Curi’ ha perdido la batalla, como tantos otros que, aún jóvenes, con mucho que hacer y que aportar, han tenido que librarla contra ese cáncer que ataca a traición. Otros la han ganado, la están ganando, pero aún no han, hemos (porque quienes no padecemos la enfermedad también tenemos que participar en esta lucha), ganado la guerra.
‘Curi’, cuánto te vamos a echar de menos, esas interminables parrafadas al teléfono, esas obsesiones por hacer el mundo un poco mejor para nuestros hijos. Que tu ejemplo sincero, valiente, honesto, cunda.
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