Y ¿por qué no dos, tres, debates?

La política tiene algo de espectáculo. Diría, incluso, que debe tener algo de espectáculo, entendido este en el mejor sentido de la palabra. Hay que involucrar al elector, hacerle cómplice a la hora de transmitirle mensajes. A menos, claro, que el mensajero no se crea lo que tiene que comunicar al público. Por eso, nunca he entendido, sino como elemento de sospecha, la reticencia del hipotético ganador en las encuestas a someterse a debates con sus adversarios: esos teóricos ganadores siempre creen, quizá porque desconfían de su mensaje, que tienen más que perder que algo que ganar. Y, claro, ganar, ganar, es la meta suprema, casi la única, temo.

Los espectadores, que ya se ha comprobado que amamos un buen –incluso uno malo—debate más aún que un partido de futbol, reclamamos, se escucha en la calle, en nuestras tertulias de amigos esta Semana Santa, en todos lados, un debate de ida y otro de vuelta. Al menos. Si puede ser, con participación de otros partidos, incluso hoy extraparlamentarios, pero que irrumpen con fuerza en las encuestas. Sí, creo un error excluir a Vox, cuya presencia en el Congreso de los Diputados, y no digamos ya en mi Gobierno, temo: la cuestionable decisión de la Junta Electoral Central da al partido de Abascal el beneficio de poder jugar al victimismo, que es lo que a los ‘voxeros’ les encanta a la hora de distinguirse de ‘los de siempre, los instalados, de un statu quo que nos ha llevado hasta aquí’. Y, para que de veras lleguemos a conocerlos, más allá de los clichés de las banderas al viento y el galope en los corceles, hay que confrontar sus programas. Verlos al margen de los mítines de entusiastas, donde exhiben su aire de legionarios.

No, no acabo de entender la irrupción de la JEC en lo que afecta a una empresa privada y a la oferta-demanda en ese espectáculo de la política. Me alegra que la televisión pública tenga ocasión de reivindicar su papel a la hora de satisfacer eso, un servicio público, y un debate lo es. Pero creo que ese papel, que también están dispuestas a hacer las demás ‘teles’, no debe circunscribirse exclusivamente a RTVE, que, menos mal, dará la señal y la imagen del debate a quien quiera aprovecharlo. Mejor ver eso que el almibarado espectáculo de Bertín recibiendo en su casa a candidatos portadores de chuletones y pimientos rellenos.

Y sí, claro que nos gustaría asistir a un ‘cara a cara’ entre el presidente y muy probable ganador de las elecciones y el actual líder de la oposición. Nos gustaría, como antaño se hacía de manera mucho más liberal, que todos los candidatos de importancia, o incluso de interés, pudieran ser entrevistados y ‘debatidos’ en las distintas ‘teles’. Sin que la JEC ponga obstáculos y sin que La Moncloa, Ferraz, Génova, Roures, Rosa María Mateo, o quien sea, puedan interponer exigencias, si fuera el caso.

Para eso, claro, haría falta una normativa que permita una mayor libertad (sí, también de expresión) que ahora y que impida que el ‘candidato principal’ se escaquee. Y que los otros candidatos, desde luego, no aburran ni irriten al personal, como ocurrió esta semana con el ‘debate a seis’ entre  ‘segundones’ y ‘faltones’. Es urgente recuperar la dignidad de la acción pública de quienes aspiran a representarnos. Y son ellos mismos quienes, en primer lugar, han de hacerlo.

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