Las cifras, los datos, se superponen a veces de manera casual, ofreciendo una radiografía optimista o cruel del estado de la sociedad. Con muy pocas horas de diferencia, hemos sabido que sobrepasamos ligeramente los cuarenta y siete millones de habitantes, de los cuales algo más de cuatro millones trescientos mil están en paro. Es decir que, contando niños, jubilados, trabajadores ‘en negro’ y demás, casi uno de cada diez españoles carece de empleo. Una población diezmada que, en términos reales, contabilizando la población en edad laboral, supone que uno de cada cuatro ciudadanos se encuentra en una situación que oscila entre la desesperanza y la tristeza, pasando por cuantas categorías intermedias quiera usted considerar. Me han golpeado, de nuevo, las magnitudes de lo que es, sin duda, una tragedia. Lo es que perder el trabajo a partir de los cuarenta –ponga usted cuarenta y siete, si lo desea—venga a ser algo casi irreversible. Como trágico es que casi el cuarenta por ciento de nuestros jóvenes no tengan una ocupación remunerada.
Y, sin embargo, pienso que hay esperanza. España sigue siendo considerada una gran nación –a pesar del pesimismo histórico de algunos de sus habitantes: ayer, sin ir más lejos, tuve una controversia con una tertuliana que nos calificaba como ‘el país más mísero de Europa’—y los datos del Instituto Nacional de Estadística señalan que la población inmigrante, que desciende algo, sigue sin plantearse, empero, marcharse de aquí. ¿Seguimos siendo tierra de oportunidades? Quiero ser, como siempre, más bien optimista que lo contrario: sí, esta es tierra de oportunidades. Lo será…mientras los españoles no nos empeñemos en lo contrario. Las cifras son duras, de acuerdo. Pero usted y yo sabemos que esto tiene remedio, y alguien tiene que empezar a decirlo.
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