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Para muchos, han comenzado las vacaciones. Un respiro tras el vértigo político de cuatro meses desde que, aquel 2 de abril, José Luis Rodríguez Zapatero anunció al comité federal de su partido lo esperado: que no se presentaría a la reelección. Desde entonces hasta llegar al anuncio de que las elecciones se anticiparán al próximo 20 de noviembre han pasado muchas, muchísimas cosas. Tantas que yo diría que las profundidades de muchas estructuras políticas, sociales y económicas de España –y no sólo de España, desde luego– se han visto sacudidas. Se ha abierto una nueva era y ya casi nada volverá a ser lo que fue. Y lo mejor, y lo peor, es que nos damos perfecta cuenta de ello.
Existe una conciencia profunda en todo el planeta y, desde luego, en nuestro país, de que estamos entrando en una nueva etapa. Los españoles, en concreto, me parece que andamos con la sensación de estar iniciando una segunda transición, quizá tan importante como la que se abrió aquel 20 de noviembre de 1975.
Y es que en cuatro meses pueden alterare muchos planes, variar no pocos esquemas. Fíjese usted en que, por ejemplo, el 2 de abril en el PSOE aún se hablaba de primarias, Rubalcaba frente a Carme Chacón. Aún no se habían celebrado las elecciones municipales y autonómicas y el PSOE esperaba evitar el desastre. Francisco Camps ganaba cómodamente las elecciones en la Comunidad Valenciana, como si nada ocurriese, y Mariano Rajoy tenía que escurrir el bulto cada vez que alguien le preguntaba por ‘los trajes’ y sus derivaciones. Los indignados del 15-m no habían hecho su aparición, y nadie, o casi nadie, conocía todavía su existencia, mientras los servicios de inteligencia de todo el mundo se cuestionaban quién estaría detrás de los movimientos que tomaban las plazas en el norte de Africa, en Siria y en Yemen.
Y, claro, ni había estallado guerra alguna en Libia –una guerra que sigue, aunque parezca olvidada–, ni lo de Grecia parecía tan preocupante, ni el ‘tea party’ estaba a punto de ahogar la economía estadounidense y, de paso, a Obama y quién sabe si a todos nosotros con él. Quiero con todo esto decir que los ciudadanos tenemos la creciente sensación de que todo pende de un hilo, de que las soluciones está prendidas con alfileres, de que ni la Europa de Merkel, ni los Estados Unidos de Obama, ni el euro, ni el dólar, ni Zapatero, ni Rubalcaba, ni Rajoy, son ya refugios seguros. Este martes 2 –los martes son días emblemáticos en Estados Unidos— esa inseguridad global podría haber estallado merced a la enorme división política en el país más poderoso del mundo. No hay planes B porque, da la sensación, tampoco hay planes A. Ni allí, ni aquí.
Las vacaciones de verano de nuestros políticos suelen considerarse como de meditación. Este año, despejadas todas las dudas sobre el calendario, esa meditación, si es que en realidad existe, debería tener como objetivo la búsqueda de esos planes para acometer las profundas reformas que el país necesita. Sí, profundas he dicho, no esos pequeños cambios cosméticos que consisten, por ejemplo, en que los candidatos acudan a los actos conduciendo su propio utilitario, en lugar de ir con el chofer y el auto de cristales tintados, para que los fotógrafos recojan su gesto de humana y austera humildad. Si alguien cree que eso es lo único que ha cambiado en estos cuatro meses, va aviado. Y, por cierto, ni siquiera queda tanto tiempo para las elecciones: señores candidatos, piensen rápido y con ambición, no malgasten la última meditación veraniega que les queda…
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