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(al Rey se le va a exigir una nueva sobreexposición. Con decir que Pablo Iglesias, el muy republicano Iglesias, le va a pedir que convenza a Sñanchez para que nombre ministros de Podemos…Maaadre mía))
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Hay que barajar y repartir nuevas cartas. Es algo que se escucha ya en todos los ámbitos políticos: aquí no queda sino ir de nuevo a unas elecciones, las cuartas en cuatro años, a ver quién da más. La incapacidad de nuestras fuerzas políticas, de todas, para llegar a acuerdos, aunque hubiesen sido ‘a la italiana’, o sea, entre extraños compañeros de cama, ha quedado de manifiesto. Y así, puede que estemos ante la última semana de esta casi nonnata Legislatura. Una semana en la que el Rey tendrá que actuar de mero oyente y que pondrá de manifiesto, una vez más, los muchos defectos de nuestra legislación para que el engranaje político funcione con normalidad.
El deterioro de la situación política española es tal que el muy, pero muy, republicano Pablo Iglesias, que tantas veces ha pedido el fin de la Monarquía (con todo su derecho, eso sí), ahora se plantea solicitar al Rey que medie cerca de Pedro Sánchez para que este acceda a una coalición entre PSOE y Podemos. Como si el jefe del Estado pudiese hacer tal cosa así, como si nada. Todo se convierte en un puro disparate y lo peor es que sobre las espaldas de Felipe VI se cargan responsabilidades que, de haberle competido, le desgastarían enormemente. Empiezo a pensar que se equivoca –se equivocó– el Monarca cuando dice –sugirió—que era mejor un acuerdo que elecciones. Todos lo llegamos a pensar, pero luego hemos visto cómo están derivando las situaciones: hemos pasado del duro realismo al surrealismo total. Pedirle al Rey que ayude a la formación de un Ejecutivo republicano.
Pero ya no se trata tan solo de Podemos y los continuos volatines de Pablo Iglesias o de la falta de ofertas de Pedro Sánchez para que todos pudiesen apoyar su investidura; es que en todos los partidos se detectan discrepancias internas -con sordina–. Lo he podido comprobar en Ciudadanos, donde la alarma ante las últimas actitudes de Rivera es notable y lo he podido constatar en el PP, donde no faltan voces que piden que Pablo Casado ‘se entienda de una vez’ con Sánchez, incluso hasta llegar a la vía de la gran coalición, como sugirió Núñez Feijoo.
Esta crisis política está, en suma, desgastando a todos los partidos, incluyendo el semiperiférico Vox, porque en todos ellos se dan cuenta de hasta qué punto se acentúa el divorcio con la calle: la estupefacción ciudadana es tal que ya ni se comenta ni parece interesar al respetable –lo sabemos bien en los medios—lo que ocurra en las alturas políticas. Lo malo es que todo esto acabará pasando factura y que no están las cosas, que se lo pregunten a Mario Draghi, como para andar mirando hacia otro lado.
No sé si España se puede mantener con un (des)Gobierno en funciones hasta, pongamos, el próximo mes de febrero. Lo que sí sabemos ya casi todos es que esto no puede seguir así y que hasta los hacedores de esta situación absurda encuentran muy difícil poder explicar sus contradicciones, renuncias, ambiciones y hasta desvaríos. En estas condiciones, repartir nuevas cartas no es solamente repetir, de nuevo, elecciones: es cambiar profundamente de estrategias, de tácticas, de programas, de intenciones y hasta de rostros. Mucho de todo esto ha demostrado que ya no nos sirve. Decirlo así de claro es, pienso, obligación del cronista. ¿Alguien tiene un as en la manga?
fjauregui@educa2020.es
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