Yo no veré el ‘debatazo’: no me dejan…


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(Es posible que la única novedad esta vez sea la presencia de Abascal. Y que la Academia cobra por dar la señal. Y punto)
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Este lunes por la noche, a la hora absurdamente tardía en la que algunas cadenas retransmitirán el debate ‘a cinco’, teóricamente decisivo, que dicen, para conformar sólidamente el voto, yo estaré en otro programa, en una televisión más modesta, que no podrá retransmitir el ‘debatazo’ porque las exigencias económicas de la Academia, desorbitadas a mi modo de ver, se lo impiden. Nunca entenderé que TVE, que es un servicio público que pagamos todos, no haya sido la encargada de organizar este momento de espectáculo político, ofreciendo gratuitamente, como siempre se ha hecho, su señal a cuantas ‘teles’ lo pidan, para que estas comenten, en directo, lo que los líderes políticos dicen.

Claro que son muchas las cosas que no entiendo en esta absurda regulación, o mejor en esta falta de regulación, de las campañas electorales, debates en TV incluidos. En cada ocasión, se nos coloca ante la incertidumbre de si habrá o no confrontación de líderes, cuántos de estos espectáculos televisivos tendremos y con cuántos participantes, cómo han de organizarse, si el moderador puede o no interrumpir –en esta ocasión, han intentado que sea que no: finalmente se ha impuesto una cierta racionalidad—a los políticos, etc. No hemos aprendido nada, y mira que elecciones no nos han faltado: concurrimos a las urnas este próximo domingo con las mismas absurdas regulaciones. Tan absurdas que, mire usted, no podremos enterarnos del efecto del debate de este lunes sobre la intención de voto…porque ya estará vigente la prohibición, ridícula en estos tiempos de Internet, de publicar sondeos desde varios días antes de la jornada electoral.

Ahora, rizando el rizo, estamos, pues, ante campañas para ricos y para pobres. No importa que se trate de un asunto de evidente interés público: si no se paga, no hay señal. Una diferencia, esta de ricos y pobres, a veces alentada por los propios líderes políticos: no me extraña que haya quien asegure que estamos en el país más injusto de Europa. Pero descuide usted, que, en el programa televisivo en el que yo he de estar mientras ‘los cinco’ se lanzan descalificaciones, puyazos y patadas verbales, no han de faltar los temas a tratar, muchos de los cuales, sin duda, no van a ser abordados con la profundidad y el valor requeridos por los aspirantes a ocupar La Moncloa en la próxima Legislatura.

Por ejemplo, a ver cómo sale Sánchez del aprieto cuando le pregunten qué va a ocurrir en Cataluña esta semana. Posiblemente, el lunes, cuando debatan, ya esté ocurriendo, porque la visita del jefe del Estado con motivo de los premios Princesa de Girona, acompañado por su hija doña Leonor, heredera del trono, agita los peores augurios: las hordas fanáticas montarán, es de temer, algún escándalo. Esas mismas hordas que tratarán de forzar la anulación de las elecciones en territorio catalán a base de impedir que la gente vote normalmente en los colegios electorales este 10-n. Claro, algunos de sus interlocutores/adversarios requerirán al presidente en funciones para que emplee la dureza, desde el 155 hasta la declaración del estado de excepción. No es que algunos quieran salvar la situación en Cataluña: es que tratarán de que Sánchez meta la pata y pierda algún puñado de votos más.

Por favor, no vaya a creer que lo digo motivado por el sentimiento de percibirme discriminado por no poder ver en directo el debate, pero tengo que afirmar, porque así lo creo, que este va a servir para poco. La campaña ha estado huera de ideas sobre la modernización, regeneración y mejora económica y moral de España, así que no espere usted que, ya en la recta finalísima, las cosas mejoren: acuérdese del encuentro de los portavoces –o sea, los ‘segundos de a bordo’—del pasado viernes en TVE, del que lo único que se recuerda es la negativa final del peneuvista Aitor Esteban a estrechar la mano del ‘voxero’ Espinosa de los Monteros.

Tampoco me parece que, como ha ocurrido con la famosa exhumación de Franco –¿quién se acuerda ya de eso?–, el debate vaya a tener una importancia crucial para que los indecisos, y algunos que no lo son, orienten su voto, o para que quienes, hartos ya de estar hartos de votar y votar sin que sirva de gran cosa, pensaban abstenerse, no lo hagan.

Ceo que algunos, marginados incluso como telespectadores, además de como comentaristas del debate, tendrán que poner sobre la mesa, desde el ordenador y ante el micro, esas cuestiones que tienen que ver con la profundización de la democracia, con una mayor justicia social, con el reequilibrio territorial y con un reforzamiento de las instituciones, comenzando por la Jefatura del Estado. Asuntos todos que me temo que van a ser, en el mejor de los casos, solo frívolamente tratados por los cinco padres de la patria, o aspirantes a ello.

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