Hay que reconocer, incluso sin ánimo de ser excesivamente crítico con quienes nos representan, que la ciudadanía muestra un cierto –ciertísimo—desconcierto con la manera como estamos siendo gobernados. Por decir lo menos. Lanzado a un nuevo caos de bombillas, tan caras para el ministro de Industria; metido en la trampa de las falsificaciones de Rubalcaba en la planificación del ahorro energético gracias a la reducción de la velocidad de los vehículos; abocado a una cierta rechifla por el deficiente trazado del viaje del presidente a Túnez, y son solamente algunos ejemplos, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ofrece la sensación de navegar a la deriva. Con parte de la tripulación ocupada en pintar el barco en medio del oleaje y la otra parte abstraída mirando a las gaviotas.
El Ejecutivo no es ya un equipo conjuntado, sino un grupo disperso de ministros muchas veces sustituídos en sus labores por el vicepresidente Rubalcaba, que, con tanto pluriempleo, ha comenzado a cometer errores. Como asegurar, tras el Consejo de Ministros del pasado viernes, que limitar la velocidad a 110 kilómetros por hora ahorrará un quince por ciento de energía, algo prontamente desmentido con escándalo por todos los expertos.
Lanzado ahora a una austeridad que se compadece mal con recientes llamadas al consumo, para no hablar ya de las obras inútiles del Plan E –¿cuántas de esas farolas que ahora se quieren apagar se colocaron gracias a ese Plan?–, el Gobierno y algunos ‘cerebros’ municipales ahogan al ciudadano con sus ideas: que si cambiar todas las bombillas del Reino, que si limitar el tráfico por las ciudades, que si cobrar peaje a los que entran en las grandes urbes, que si rebajar las calefacciones…Miedo me da pensar en las ‘genialidades ahorradoras’ que podrían surgir del próximo Consejo de Ministros.
Todo, menos elaborar un auténtico plan de trabajo, energético y no solo eso, tratando de consensuarlo con una oposición que parece más ocupada en hacer caer los escaños que les faltan en Ciudad Real o en Oviedo, pongamos por caso, que en plantear una auténtica alternativa al enorme follón en el que estamos metidos. Los ciudadanos ven, perplejos, cómo comunidades enteras –muchas de ellas habiendo incumplido el objetivo de déficit—se rebelan contra los difusos, coyunturales e improvisados planes energéticos gubernamentales, al tiempo que se alarman ante los proyectos ‘recaudatorios’ que parecen albergar las cabezas pensantes de algunos munícipes.
Sí, hay desconcierto y descontento, y no es preciso acudir a las encuestas para percibirlo. Y, desde luego, no creo que esas sensaciones negativas se atenúen llamando ‘frikis’ a quienes discrepan de las erráticas ideas luminosas –nunca mejor dicho– del Ejecutivo y sus adláteres en la Federación de Municipios y Provincias. Ni acusando de ‘catastrofistas’ a quienes se alarman ante la cifra de 68.000 nuevos parados –algo más de dos mil doscientos cada día—en el mes de febrero. No; quienes comenzamos a alarmarnos ante cada nueva muestra de estulticia, o de inexperiencia, o de ligereza irresponsable, no estamos necesariamente alineados con la oposición. Y tampoco podemos estar considerados entre ‘los anarcoides’, como acusaba el ‘número dos’ del PSOE y ministro de Fomento, que bien podría ensayar, para variar, alguna disculpa, acompañada de un esbozo de autocrítica. Tal vez ese sería, ya que de consensos no puede hablarse ante la tórrida campaña electoral que viene, un buen inicio del camino.
Deja una respuesta