Yolanda no nos quiere. Ni Pedro. Ni…

Que Yolanda Díaz se haya despedido como máxima responsable del partido que fundó formalmente hace poco más de un año y que es el cuarto más importante de España, Sumar, casi a la francesa, sin dejar que los periodistas nos acercásemos y, por tanto, sin que hayamos podido preguntarle nada, evidencia muchas cosas, sobre ella y sobre nosotros.

Nos vamos acostumbrando a la anomalía de que cuando, por ejemplo, el presidente del Gobierno tiene que hacer un anuncio importante, el último de ellos, sin ir más lejos, el reconocimiento del Estado palestino, los periodistas no solamente no podemos tratar de indagar sobre los detalles de esta ’operación de Estado’; es que ni siquiera somos invitados a estar presentes, incluso aunque sea aquiescentes y calladitos. Molestamos con nuestra mera presencia, deslucimos el paisaje que ellos pintan. No me refiero solo a los dos citados, claro.

Mire usted lo ocurrido en Cataluña, tierra de opacidades. Puigdemont, que es el epicentro de todas las tormentas que puedan caer sobre nuestras cabezas, solo habla cuando tiene algún comunicado extemporáneo que darnos, no cuando negocia en la oscuridad para crear, ahora que está a punto de beneficiarse de la amnistía, un nuevo frente unilateral independentista. No, nadie habla en Cataluña acerca de lo que realmente pasa; que no se nos enfade nadie si, en el ejercicio de nuestro deber, interpretamos la realidad a nuestro aire, defendiéndonos también, por cierto, de bulos y ‘fake news’ que circulan como liebres por la plaza de Sant Jaume. Y, ay, no solo por ella.

Los silencios, quizá dolosos, quizá vergonzantes, se extienden a los segundos escalones: ¿qué tiene que decir el señor que seguramente cobra por ser el portavoz (¿?) oficial de Sumar, me refiero al ministro Ernest Urtasun, acerca de lo que está ocurriendo en su partido? ¿Nada que decir el mismísimo presidente del Gobierno sobre lo que sucede con su coaligado, ya que no ha tenido a bien hacer una rueda de prensa para analizar cómo queda Europa tras unas elecciones especialmente trascendentales? Y ahora que lo pienso ¿cuándo fue la última vez que Pedro Sánchez dio una rueda de prensa verdaderamente digna de tal nombre, ya que tampoco nos cuenta nada en las sesiones de control parlamentario, como la que ocurrirá este miércoles?

Y en el Tribunal Constitucional, pasando al terreno de las instituciones ¿nada que decir acerca del flagrante incumplimiento de la Mesa del Parlament tras la prohibición del Alto Tribunal para impedir que puedan votar los ausentes, es decir, Puigdemont, Puig y otros fugados? ¿Sale gratis desobedecer a esta Magistratura?¿Está esto comprendido también en la flamante Ley de Amnistía?

Hemos creado un mundo callado, de susurros, rumores y muros contra la transparencia que pesa como una losa mortífera sobre la democracia española. Estamos poco a poco anulando el papel de intermediarios de los periodistas, olvidando, por mor de la proliferación de comunicados oficiales y por el uso abusivo de las redes sociales, aquello de que ‘noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique’. Aceptamos como natural que los políticos de un lado eviten informar, ni siquiera hablar, a y con los medios a los que ellos consideran opuestos; asumimos que nos clasifiquen entre los de la ‘fachosfera’ o los ‘pesebristas monclovitas’, que es división que ’ellos’ inventan y potencian, ocasionalmente con el aplauso de algunos de los ‘nuestros’, para más inri.

Nos olvidamos, también nosotros, muchas veces de las reglas del juego, y hacemos el caldo gordo a gamberros recién llegados, por mor del voto eso sí, a instituciones como el Europarlamento, y jaleamos que esos ignorantes pidan, entre otras demasías antisistema, la abdicación del Rey porque, como es obligado, ha tenido que firmar la ley de amnistía.

Conviene que reflexionemos, ellos y nosotros, sobre el papel que tiene asignado ese cuarto poder, que está gradualmente siendo sustituido por el quinto poder, ese que Teodoro León, en su libro ‘La muerte del periodismo’, sitúa en los gabinetes de comunicación, que nos difunden lo que alguien sí quiere que se publique (y se publica) y que, cuánto siento decirlo, tantas veces son el parapeto que aleja nuestras peticiones de entrevistas, de información, de contactos con las fuentes (a las que ellos custodian como perros guardianes) y que son los ingredientes que hacen vivir a una prensa libre, informada, crítica. ¿Qué nos va quedando de todo eso, qué?¿qué les va quedando a todos ustedes, que se merecen la mejor información?

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