Sin ánimo de comparar –a mí aquel presidente norteamericano tampoco me gustaba–, lo cierto es que el problema de los controladores que se creen los amos del cielo y de la tierra acabó tajantemente merced a la actuación de Reagan…como ha acabado en España con la actuación del Gobierno de Zapatero. Recuerdo muy bien las disquisiciones legales y hasta morales que se produjeron en Estados Unidos y en todo el mundo cuando RR decidió militarizar las torres de control, echando de ellas a los controladores, que fueron severamente castigados. En la semana que ahora comienza volverán, ahora aquí en casa, los debates sobre la legalidad o incluso la constitucionalidad de lo actuado por el Ejecutivo, pero lo cierto es que los controladores han perdido por goleada y ahora van a tener que hacer frente a indemnizaciones civiles tremendas, superiores a los cincuenta millones de euros: veremos quién acaba pagando, porque no creo que los bolsillos individuales de los controladores, por bien surtidos que estén, den para tanto…
Pero eso, en fin, es otro cantar. El caso es que Zapatero tendrá que resolver si quiere prolongar el estado de alarma, pidiéndoselo a los demás grupos parlamentarios, o si decide que el conflicto está acabado, que es lo que parece que ocurre. Otra cosa es la crítica que al Gobierno pueda hacerse por su falta de energía durante los meses pasados: yo mismo formé parte de algún grupo de periodistas convocados en su momento por el presidente de AENA, hace un año, quien ya entonces denunció de forma virulenta la actitud ‘límite’ de estos profesionales, una denuncia en la que el propio ministro de Fomento no se quedó corto. ¿Por qué, entonces, no se actuó con mayor dureza, y se prolongó el estatus privilegiado y se toleró la actitud chulesca de los controladores? De aquellos polvos vienen, claro, estos lodos y con la misma determinación que elogio los pasos dados hace una semana por Zapatero, Rubalcaba y Blanco, hay que condenar, pienso, la pasividad anterior.
Supongo que algo de esto se va a encontrar el Gobierno en el Parlamento esta semana, en la que tendremos hasta un Consejo de Ministros extraordinario para dilucidar si el estado de alarma se mantiene o no. Me dicen que el titular de Fomento, José Blanco, ha vivido días de extraordinaria tensión –me parece lo más natural–, pero que esta semana aprovechará la inauguración oficial del AVE Madrid-Valencia, el sábado, para sacar pecho y reafirmarse políticamente. Creo que necesita esa compensación moral: sospecho que la crónica, aún secreta, de las tensiones internas que se vivieron en esos tres días de diciembre, que llevaron al Gobierno a enviar a las Fuerzas Armadas a controlar a los controladores –perdón por la redundancia, que es solo formal– , ha de ser casi cruenta. Si hacemos caso al run-run de los mentideros de la capital, ni todos pensaban lo mismo en el Consejo de Ministros acerca del camino que convenía tomar, ni la posición de Blanco fue la triunfadora. Veremos: esa crónica sin duda se hará algún día, probablemente no lejano.
Ahora, lo que importa son los resultados. Parece que la ‘manu militari’ ejercida contra los controladores ha surtido efectos indirectos en otro colectivo cuando menos polémico, el de los pilotos de líneas aéreas, que planteaban, cómo no, problemas ante las vacaciones navideñas. Tengo para mí que no estamos en época propicia para huelgas ni conflictos, no tolerables por la ciudadanía cuando se avizoran nuevas medidas duras de ajuste –la prolongación de la edad de jubilación parece, dice el ministro del ramo, Valeriano Gómez, inevitable—y no se contempla, diga lo que diga el aún moderadamente optimista Zapatero, un fin creíble para la crisis que está mordiendo las economías de todos y cada uno de los ciudadanos.
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