Pensar en grande. Eso es, me parece, lo que ahora toca. No sé si directamente como consecuencia de una reflexión acerca de los resultados en Galicia y País Vasco. O más bien tras conocer los últimos datos del desempleo, que, me temo, estan algo edulcorados. O viendo que los esfuerzos de los dirigentes occidentales y de los países emergentes no generan la confianza suficiente para levantar los mercados bursátiles.
Pero, en todo caso, creo que Zapatero tiene que iniciar una nueva era. No una nueva etapa, sino una nueva era. Ni más, ni menos. Lo escribí en diariocritico veinticuatro horas después de haber conocido los resultados de las elecciones, y ahora, algo más madurado, me gustaría esquematizar aquí el resultado de reflexiones de bastantes personas, de conversaciones con muchos y de una ya arraigada convicción propia:
-El ‘Estado de las autonomías’ no puede seguir por este rumbo. La ‘compra’ de apoyos nacionalistas, bien sea a través de nuevas transferencias, de cesiones en la financiación o de nuevos estatutos, lo único que hace es potenciar los desequilibrios, las disfunciones, las diecisiete leyes de caza…Hay que buscar una armonización, bien a través de una conferencia de presidentes autonómicos (acaso sin el presidente del gobierno central), bien vía una redefinición del E de las A de una manera más federal, aunque potenciando algunas competencias del Estado, vía reforma constitucional de aspectos del Título VIII.
-Si el gobierno necesita apoyos para sus medidas en el Congreso de los Diputados tendrá necesariamente que apoyarse en el único grupo con intereses estatales (nacionales): el Partido Popular. Lo que no quiere decir que los nacionalismos, o las terceras formaciones nacionales (IU, UPyD) no jueguen el papel que les corresponde. Estrictamente el que les corresponde.
-Se hace más necesario que nunca pensar en algo semejante a un gobierno de gran coalición. Llámele usted gran pacto de Estado PSOE-PP, si usted quiere, con la potenciación de figuras de prestigio, independientes –o incluso partidarias, aunque no sean socialistas– en el gobierno (porque una remodelación ministerial se hace imprescindible a corto plazo, lo que es ya un clamor).
-Ese ‘pacto de Estado’, de carácter político, tendría que incluir un ‘pacto social’, unos nuevos pactos de La Moncloa, asumiendo que estamos ante una situación que podría calificarse como una segunda transición, mezclada con una crisis económica internacional de enorme envergadura. Ese ‘pacto social’ debería estar tutelado por el gobierno, que sería quien impusiese las reglas, dado que la financiación para la salvación de banca y empresas viene siendo pública.
-Tal ‘pacto de Estado’ debería durar hasta que desemboque en unas elecciones generales cuando las dos grandes formaciones nacionales, con el apoyo puntual de los nacionalismos donde proceda, consideren que se ha comenzado a remontar la crisis económica, cuya traducción más lacerante es un ejército de parados que puede ascender, en la práctica, a cuatro millones de personas. Con todos los peligros sociales que ello comporta.
-El pacto debería incluir la reforma de la Constitución en los aspectos más urgentes. Desde el Título VIII (existe una propuesta, medio olvidada, del PP muy interesante como base de discusión) hasta la sucesión en la Corona –aprovechado la sisolución de las Cortes para convocar elecciones nuevas–. Pasando por aspectos obsoletos de la Constitución, que, por ejemplo, aún contempla el servicio militar obligatorio.
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Son, sin duda, muchas tareas. En las deberían involucrarse todos los poderes, incluyendo el cuarto, respetando siempre, desde luego, la división que proclamara Montesquieu. Creo que no debería perderse más tiempo. Que no podemos seguir perdiendo el tiempo.
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