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(algo ocurre cuando las vacas van de mítin y los mitineros, a caballo)
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Quizá en La Moncloa (y en Génova) no han medido aún suficientemente el alcance de aquella metedura de pata del ministro de Consumo, Alberto Garzón, diciendo en The Times que la carne que exporta España es –no toda, claro—de mala calidad. Hoy, en el país alegre y confiado que es España las vacas van de mitin y no hay candidato que se precie que no se fotografíe, sobre todo en Castilla y León, por supuesto, acompañado de una pieza de ganadería, como si el animal fuese un candidato local. De pronto, se han puesto de manifiesto realidades que no estaban en el centro de nuestras preocupaciones: las macrogranjas y el medio ambiente, la tragedia de la España vaciada…y el multipartidismo, todo en confusa mezcolanza.
No tema el lector, que no pontificaré, contra lo que muchos hacen entendiendo del tema lo mismo que yo, o sea, poco, sobre ganadería extensiva o intensiva; ni siquiera me extenderé sobre la despoblación que padecen las tierras de la Comunidad que supone la entraña del país y que dentro de menos de un mes va a unos comicios que son mucho más que unas elecciones autonómicas. Y es de eso de lo que hoy quiero hablarle: de que nuestra política no puede seguir así (aunque ya sé, ay, que seguirá).
No, no podemos continuar con el chantaje permanente de los extremos a los partidos moderados. Hay días en los que, francamente, uno añora aquel viejo bipartidismo que un día Albert Rivera con Ciudadanos, o, antes, Miquel Roca con la Operación Reformista o, antes aún, Adolfo Suárez con el CDS o la UCD, podrían haber quebrado para bien. Y no supieron, quisieron o pudieron hacerlo. No recuerdo a qué personaje ilustre le escuché decir que una misión de los medios hubiese sido potenciar un centro-derecha o/y un centro-izquierda moderados, sin necesidad de recurrir a la permanente amenaza de Vox, o de Podemos, o de pequeñas formaciones oportunistas que se venden por el plato de lentejas más grande.
Claro, muchos de nuestros males vienen de una deficiente normativa electoral, que hace mucho que habría que haber reformado. Pero hoy así estamos: con el presidente regional y candidato a lo mismo Fernández Mañueco escuchando, a la fuerza sonriente, las bravuconadas de Abascal y sus jinetes, y con el socialista Tudanca recontando lo que puedan hacer los ‘morados’ en las urnas y qué pedirán a cambio de su seguro que, en su caso, imprescindible respaldo, para lo que pueda valer. O sea, traducido a escala nacional, que Pablo Casado intenta cerrar filas con la unidad de los ‘populares’ y Pedro Sánchez prepara el Falcon para recorrer tierras castellanas –mañana o pasado serán andaluzas—antes de que lo haga Yolanda Díaz, que poco a poco se convierte en un educado, pero contundente, rival interno.
Cuando las vacas van de mitin es que algo está modificándose sustancialmente en los usos y costumbres de la política. O quizá sea que hay que volver los ojos a las cosas sólidas, a los problemas que estaban ahí, enquistados. Porque, ya le digo, lo que no puede ser es que los partidos principales, los que construyeron la Transición, se pasen el día mirándose el ombligo, no les vaya a salir una Díaz –Ayuso, Yolanda— como un forúnculo y les desmonte el tinglado.
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